Выбрать главу

– Tengo diecisiete años. Bueno, en un par de semanas. No soy una niña.

– Pues hablas como tal. Tienes que tener todo lo que quieras. De momento me quieres a mí, pero yo soy un hombre, no un juguete con el que jugar y dejar tirado después.

– No estoy jugando.

– Pues lo haces. Eres como un gatito con un ovillo. Aún no has aprendido que la vida puede ser cruel y amarga, y Dios no quiera que lo aprendas por mí.

– Pero has dicho que me querías. ¿Por qué no podemos…?

– Becky, mi abuelo era el carpintero de tu abuela. Yo también soy carpintero. A veces trabajo reparando coches, ensuciándome.

– Oh, a nadie le importan ya esas cosas.

– Pregúntale a tu padre si le importa.

– Esto no tiene nada que ver con mi padre. Es sobre tú y yo.

– ¡No seas estúpida! -gritó él, perdiendo los nervios de repente.

– No me llames estúpida.

– Eres estúpida. Si no, no vendrías a estar a solas con un hombre que te desea tanto como yo. Nadie te oiría si pidieras ayuda.

– ¿Y por qué iba a pedir ayuda contra ti? Te conozco y…

– No sabes nada -la cortó él airado-. Me paso las noches despierto imaginándote en mi cama, en mis brazos, desnuda. No tengo derecho a pensar esas cosas, pero no puedo evitarlo. Y entonces vienes tú sonriendo y diciendo «Luca, te deseo», y me vuelves loco. ¿Cuánto crees que puede aguantar un hombre?

– ¿Me deseas? -fue lo único que le impactó.

– Sí -dijo él de forma seca, y se volvió a mirar por la ventana-. Ahora vete.

– No me voy -dijo ella en voz baja, casi para sus adentros. Era más que una decisión, era una declaración de que había elegido su camino y pensaba seguirlo.

Fue detrás de él y le pasó los brazos por el cuerpo. Como había imaginado, él se volvió y cayó en la trampa, pues ella se había quitado la camiseta y él se topó con su piel desnuda, sus brazos, sus hombros, sus pechos. Luca hizo un último intento.

– No, Becky, por favor.

Pero las palabras murieron en los labios de ella. La besó con ternura al principio y después con ansia creciente, mientras la exploraba con las manos y las manos de ella lo exploraban a él. Llevaba una camisa abierta por arriba, que a ella no le costó mucho desabrochar del todo para apoyar sus senos contra el cuerpo. Pese a su inexperiencia, supo enseguida que aquello era demasiado para el control de Luca. Cuando le fue a quitar la camisa, lo hizo él.

Al principio todo lo que sintió fue la ternura del campesino, que la animaba a seguir. Ella, que ya lo deseaba fervientemente, lo ayudaba a que le quitara el resto de la ropa y después la de él, anticipándose a sus movimientos, lo cual hizo reír a Luca.

– No tengas tanta prisa.

– Es que te deseo, Luca.

– Si no sabes lo que quieres, iscina. No tengo derecho, tenemos que parar.

– ¡No! O te pego.

– Matoncilla -susurró él.

– Entonces será mejor que me dejes salirme con la mía -bromeó ella.

Aquello acabó con su control. A partir de ahí no habría habido fuerza en el mundo capaz de impedir que la explorara, encantado por su dulzura y su joven pasión por él.

Cuando la penetró, ella soltó un gritito de excitación y comenzó a moverse contra él. Él se entregó por completo, disfrutando de su franco entusiasmo por hacer el amor y de la falta de falsa modestia. Enseguida Becky llegó a un clímax que la mareó. Un momento se lo estaba pasando bien y al momento siguiente estaba en las estrellas.

– Oh, uau -dijo, casi sin aliento-. Oh, uau.

Al momento volvió a saltar sobre él, sin hacer caso de sus quejas. En aquella ocasión Luca la amó más despacio, o tan despacio como ella lo dejó, acariciándole los senos hasta que ella lo rodeó con las piernas para pedir que la llenara, y él no pudo más que ceder. Después los dos se quedaron tumbados, bajando de las alturas y regocijándose por encontrar al otro a su lado.

– ¿Por qué no querías dejarme? -le susurró ella-. Ha sido precioso.

– Me alegro. Quiero que todo sea siempre bonito para ti. Y maravilloso.

– Ya es maravilloso, tú eres maravilloso, y todo en este mundo es maravilloso porque me quieres.

– No he dicho que te quiera -gruñó.

– Pero lo haces, ¿no?

– Sí -contestó, y la apretó contra sí-. Te quiero, Piscina. Te quiero con toda mi alma y mi corazón, y con mi cuerpo.

– Ya lo sé -dijo ella, con una risilla tonta.

***

El día que Frank regresaba, Becky fue a recogerlo al aeropuerto de Pisa, y en el camino a casa le explicó que había tenido éxito.

– He conseguido todo lo que quería a menos de lo que esperaba pagar, sí señor.

– ¿Se quedará gente sin trabajo? -le preguntó ella, que lo había oído hablar así muchas veces, pero que en aquella ocasión recordó la desesperación de los tres ingleses.

– ¿A qué viene eso?

– Si logras tanto beneficio, alguien tendrá que perder, ¿no?

– Por supuesto alguien pierde siempre, pero son los peleles, los que se merecen perder porque la naturaleza los ha hecho perdedores.

– Pero ¿es la naturaleza la que los hace perdedores o tú?

– Becky, ¿qué es esto? Nunca habías tenido estas ideas.

– Cerraste un sitio en Inglaterra -comenzó ella, después de pensar que nunca había tenido ideas de ningún tipo- y vinieron a buscarte unos de los que dejaste sin trabajo.

– ¡Demonios! ¿Y qué pasó?

– Que me encontraron a mí. Estaba montando a caballo sola y aparecieron tres hombres.

– ¿Te hicieron daño?

– No, pero solo porque apareció otro hombre y me rescató. Se llama Luca Montese y vive cerca. Estaba trabajando en su cabaña cuando oyó los gritos. Los puso firmes, dejó a uno inconsciente y salieron corriendo.

– Entonces debo agradecérselo. ¿Dónde ocurrió exactamente? -le preguntó, y ella le describió el lugar-. No sabía que tuviera arrendatarios por ahí.

– No es un arrendatario, esa pequeña porción de tierra es suya. Dice que has intentado comprársela, pero que no la va a vender.

– ¿Montese? -murmuró-. Montese, ¿es él? Mi agente Carletti me habló de uno que estaba causando problemas.

– No está causando problemas, papá, sólo quiere mantener su hogar.

– Tonterías. No sabe lo que es mejor para él. Carletti me dijo que no es más que una casucha miserable e insalubre.

– Ya no. Ha hecho un trabajo fantástico de reforma.

– ¿Has estado allí?

– Me llevó después de salvarme y me hizo un té. Era muy bonita y acogedora. Ha trabajado mucho.

– Pues está perdiendo el tiempo. Al final la conseguiré.

– No lo creo. Está decidido a no vender.

– Pues yo estoy decidido a que lo haga, y soy mucho más fuerte que cualquier jovencito campesino.

– ¡Papá! Hace un momento querías darle las gracias y ahora pretendes intimidarlo.

– Qué tontería -dijo él con su risa fácil-. Simplemente voy a mostrarle lo que le interesa.

Visitó a Luca aquel mismo día, lleno de cordialidad, para agradecerle haber protegido a Becky al tiempo que se las ingeniaba para «asesorarlo» en un modo que avergonzó a ésta. La respuesta de Luca fue de una tranquila dignidad. Entonces Frank miró a su alrededor.

– Carletti me ha contado que rechazas bastante más de lo que vale este lugar.

– Entonces su ayudante le ha informado mal -respondió Luca tranquilamente-. Este lugar lo es todo para mí, y no lo voy a vender.

– De acuerdo. Mira, este es el trato. Como has ayudado a mi hija doblo mi última oferta.

– Signor Solway, mi casa no está en venta.

– ¿A qué tanto drama por un tugurio como este? Si no es ni media hectárea.

– Entonces, ¿por qué le preocupa tanto?

– Eso no te concierne. He hecho una oferta más que justa y no me gusta que jueguen conmigo.