Выбрать главу

– Signor, creo que no entiende la palabra no.

Era tan absolutamente cierto que Frank perdió los nervios y vociferó de forma indiscriminada hasta que Becky lo detuvo.

– Papá, ¿has olvidado lo que hizo por mí?

Frank puso mala cara. Odiaba no tener razón pero no podía retroceder, así que salió sin más palabras.

– ¡Becky! -gritó.

– Ve con él -le dijo Luca cuando esta no se movió.

– No, me quedo contigo.

– Empeorará las cosas. Por favor, vete -le rogó, y ella cedió.

Al día siguiente Frank reconoció, nervioso.

– A lo mejor me pasé un poco ayer con Luca.

– Te pasaste mucho -le dijo Becky-. Creo que deberías disculparte.

– Ni hablar, me haría parecer débil. Pero tú eres otra cosa. ¿Por qué no te dejas caer y le convences de que no soy tan malo? Que no suene como una disculpa pero… Bueno, mételo en cintura.

Becky salió de casa muy contenta, pensando en que podía pasar el día con Luca sin tener que inventarse una excusa. El campesino la vio aproximarse a lo lejos.

– ¿Sabe tu padre que estás aquí? No te metas en líos por mí.

– ¿Me estás pidiendo que me vaya? -preguntó ella, dolida.

– Puede que sea lo mejor.

– Parece que no te importa lo que haga.

– No quiero verte sufrir.

– En otras palabras, ¿me estás dando calabazas?

– No seas tonta -gruñó él-. Claro que no quiero que te vayas.

Ella corrió a abrazarlo y lo colmó de besos.

– No voy a irme, cariño, no te voy a dejar.

Él la besó con fuerza y ella respondió con su joven y desmedida pasión. Entonces Luca se retiró temblando por el esfuerzo que le supuso calmar el deseo pero decidido.

– Moriría antes de hacerte daño -le dijo, con voz temblorosa.

– Pero cariño, no me estás haciendo daño. Papá me ha dicho que venga a verte.

– ¿Y por qué iba a hacer eso? -le preguntó con mirada irónica.

– ¿No lo adivinas? -rió ella-. Quiere que te suavice para su próxima oferta.

– ¿Y lo vas a hacer?

– Claro que no, pero me ha dicho que te meta en cintura, y mientras piense que lo estoy haciendo no montará un escándalo por que venga aquí. ¿A que soy lista?

– Eres una bruja taimada.

– Sólo pongo en práctica la teoría de mi padre, que dice que cuando crees que alguien está haciendo algo por ti en realidad se está haciendo su propia agenda. Y tú eres mi agenda, así que ven aquí y deja que te encamine.

Le tomó la mano y él fue con ella sin resistirse, pues ni entonces ni después iba a poder negarle nada, y aquello iba a ser la ruina para ambos.

– ¡Maldito seas, Luca, me has engañado!

– ¡Tonterías!, te has metido en esto sin asegurarte.

– Pensé que podía confiar en ti.

– Pues más tonto fuiste. Te advertí de que no te fiaras de mí, y Dios sabe cuántos de mis enemigos te avisaron.

El hombre al otro lado del escritorio estaba furioso de pensar en el dinero que había codiciado y perdido. Era el último de una larga lista que creyeron que podrían engañar a Luca Montese y se habían dado cuenta de que no podían.

– Se suponía que estábamos juntos en esto -le soltó.

– No. Tú creíste que podrías utilizarme. Yo te conseguía la información y luego tú ibas a cerrar el trato a mis espaldas. Deberías haber sospechado más. Cuando crees que alguien está haciendo algo por ti en realidad se está haciendo su propia agenda.

Entonces ocurrió algo extraño. Al tiempo que pronunciaba las palabras, sintió un malestar que lo obligó a tomar aire. Era como si el mundo hubiera cambiado de repente de una situación en la que tenía todo bajo control a otra donde todo era extraño y amenazador.

– ¡Sal! Te enviaré un cheque por tus gastos.

El hombre se fue deprisa, aliviado por recuperar sus gastos, lo cual era más de lo que cualquiera hubiera sacado de Luca Montese, y se preguntó si el monstruo estaría perdiendo su toque. Una vez solo, Luca se quedó quieto un rato, en el que le pareció que las paredes se estrechaban y de repente no pudo respirar. La frase había salido con tanta naturalidad que cualquiera podría haber dicho que era suya. Pero llevaba una dulzura tan insoportable que casi lo destruyó. Se estaba ahogando. Se puso de pie y abrió la ventana, pero aun así no desapareció el recuerdo.

La había dicho ella, y entonces lo había tumbado en la cama y lo había amado hasta que le dio vueltas la cabeza. Entonces la había amado él, y le había entregado todo cuanto tenía, cuerpo y alma, un error que no había vuelto a repetir en quince años, en los que había amontonado dinero y poder. Le había ordenado a su corazón que se endureciera hasta no sentir nada, y había tenido éxito como en todo lo demás.

Pero ahora le ocurría algo que lo asustaba. El pasado llamaba cada vez más fuerte, tentándolo a volver a un tiempo en que había estado abierto a los sentimientos.

Sólo había una persona que no tuviera miedo cuando Luca estaba cerca, Sonia, su asistente personal. Una mujer madura, serena y eficiente, que lo miraba con ojos mitad maternales, mitad cínicos. Era la única persona en quien confiaba y con la que hablaba de su vida personal.

– No pierdas el tiempo amargándote -le aconsejó tomando algo aquella tarde-. Siempre has dicho que era de débiles. Tienes tu divorcio, así que olvídalo y vuélvete a casar.

– ¡Jamás! -saltó él-. ¿Otro matrimonio estéril del que se pueda reír la gente? No, gracias.

– ¿Por qué tiene que ser estéril? Que no hayas tenido un hijo con Drusilla no quiere decir nada. A algunas parejas les pasa; no pueden tener niños juntos, pero cada uno lo puede tener con otra persona. No se sabe por qué, pero pasa. Este peluquero es su «otra persona», y ahora tú puedes buscar la tuya. No puede ser muy difícil, eres un hombre atractivo.

– No es muy propio de ti decirme cumplidos. Normalmente para ti soy un fulano imposible con un ego del tamaño de la cúpula de San Pedro y… He olvidado los otros pero seguro que tú te acuerdas.

– Egoísta, monstruoso e insufrible. Te he llamado otras muchas cosas y no las retiro.

– Probablemente tengas razón.

– Pero eso no hace que no seas atractivo, y hay un montón de mujeres por ahí.

Luca se quedó en silencio tanto tiempo que Sonia se preguntó si lo habría ofendido.

– También podría ser de otra forma -dijo al fin.

– ¿Cómo?

– Supón que no hay millones de mujeres, supón que hay sólo una con la que tuviera esperanzas de poder concebir un hijo.

– Nunca he oído que fuera así.

– Pero podría ser -insistió él.

– Entonces tendrías que encontrarla, y sería como buscar una aguja en un pajar.

– No si ya sabes quién es.

– Ya lo tienes decidido, ¿no? Luca, no crees eso porque sea cierto, sino porque quieres que lo sea. Es bastante agradable saber que puedes ser tan irracional como el resto de nosotros -comentó ella, y lo miró con curiosidad-. Debe de haber sido muy especial.

– Sí. Era especial.

Era un hombre de acción, así que con un par de llamadas al día siguiente estaba en su oficina un representante de la mejor agencia de detectives que el dinero pudiera comprar.

– Rebecca Solway -dijo de forma seca para que no se le notara que se le revolvía el estómago-. Su padre era Frank Solway, propietario de la finca Belleto en la Toscana. Encuéntrenla. No me importa lo que cueste, pero encuéntrenla.

Fue una noche de éxito. Philip Steyne, el presidente del banco, trató a Rebecca con admiración, y se quedó tan impresionado como Danvers pensaba que se quedaría. Cuando Rebecca se ausentó un momento, Steyne le comentó.

– Felicidades, Jordan. Hará la nota crediticia del banco. ¿Para cuándo el anuncio?

– Cualquier día, espero. No hemos hablado de nada específico, pero es obvio que entiende hacia dónde nos encaminamos.