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– ¿Quieres quedarte aquí con ella?

– Claro -era una respuesta demasiado simple, pero Em sabía que era la verdad. ¿Cuántos cirujanos bien situados renunciarían a su estilo de vida por una hermana?

– ¿Puedes dejar tu trabajo? -preguntó Em, y él asintió.

– Sí. Da la casualidad que estaba a punto de aceptar un trabajo como profesor en Escocia. Vine aquí para despedirme de Anna y la encontré en tal estado que he aplazado el trabajo. Sabía que, fuera lo que fuera lo que la asustaba, no sería algo que se arreglaría rápido. Y necesito tiempo para construir el puente…

Una vez más la dejaba perpleja. Renunciar con tanta facilidad a su profesión…

– Entonces, ¿por qué no te quedas con Anna? -sugirió Em-. Según parece, no estás casado. Con lo que gana un cirujano, seguro que puedes tomarte unas vacaciones.

– Anna no me deja quedarme con ella, y si no tengo un buen pretexto para quedarme en la ciudad, ella me rechazará por completo. Ni siquiera ahora estoy en su casa. Estoy en un hotel. Como ya te dije, tenemos un largo camino por recorrer -estaba usando un tono eficiente, como negociando lo que le parecía un arreglo muy lógico-. Por cierto, si voy a trabajar aquí, habrá algún alojamiento previsto para los médicos, donde pueda quedarme, ¿no?

– No lo suficientemente grande para ti -repuso ella sin pensarlo, y él se echó a reír.

– Vamos, no soy tan. grande…

«Quizá no en tamaño, pero sí en presencia», pensó Em tratando de aclarar sus pensamientos. Él necesitaba alojamiento. La ayudaría durante uno o dos meses, pero necesitaba un lugar donde vivir.

La idea de que la ayudara era tentadora. Aunque sólo hiciera un par de visitas nocturnas a la semana, sería una bendición. Le garantizaría poder dormir un par de noches a la semana.

– Estoy dispuesto a compartir tu carga de trabajo -dijo con voz suave, y ella parpadeó.

«¡Diablos! ¿Soy así de transparente?», pensó Em.

– Puedo arreglármelas sola.

– Igual que Anna.

– No tenemos elección -contestó cortante y, al oírla, él dejó de reír.

– Sí, sí tenéis elección -contradijo Jonas en tono severo-. Estoy aquí para las dos. Si me dejáis, claro…

Lo dijo en serio.y con seguridad, sin admitir discusión, y una hora más tarde Em vio cómo se marchaba en su pequeño Alfa Romeo, mientras ella se quedaba tratando de digerir la cuestión.

Tenía un socio para un mes.

– Quizá más si necesito quedarme más tiempo -había dicho él-. Y ojalá que no lo necesite.

Ella estaba de acuerdo. Ojalá Anna no tuviera cáncer. Pero si lo tenía, decidió que aceptaría a Jonas mientras esperaban a que ella sanase. Compartir su carga de trabajo era una bendición. Su consulta era suficientemente grande, para los dos. Pero, ¿y su casa?

Esa era la parte del arreglo que no la satisfacía. La casa de los médicos en la parte trasera estaba construida para alojar a cuatro, por lo que tenía cuatro dormitorios y cuatro baños. ¡Pero sólo tenía una cocina y un salón!

Esa noche Jonas dormiría en el hotel, pero a partir del día siguiente lo tendría permanentemente bajo su techo. Un socio y un compañero de piso, ¡durante un mes!

Pero eso sería al día siguiente, lo que le daba tiempo para ordenar sus ideas y controlar sus sentimientos.

Em volvió a ver a Jonas antes del día siguiente. De hecho, lo vio esa misma noche.

Dos horas después, Em estacionó su coche delante de Home Two, una de las casas que formaban parte del Bay Beach Orphanage, y reconoció un coche aparcado.

¿Cuánta gente en Bay Beach tenía un Alfa Romeo plateado? Nadie que ella supiera, excepto Jonas.

¿Qué demonios estaba haciendo allí?

Caramba con sus emociones. ¿Por qué el ver su coche le había dado un vuelco el corazón?

Cuando su amiga abrió la puerta, Em tuvo que disimular su sorpresa y esforzarse para que su voz pareciera normal. No fue una tarea fácil, pero lo consiguió.

– Hola, Lori -saludó sonriendo, y miró de reojo al coche-. ¿Interrumpo?

– Claro que no -Lori abrió la puerta de par en par y Em pudo ver a Jonas sentado junto a la mesa de la cocina. Él la miró y sonrió, y Em volvió a sentir en su corazón esa sensación tan rara que no lograba entender-. Estamos tomando un té. ¿Tienes un rato para unirte a nosotros?

– Puede que sí -replicó Em, recelosa-. Gracias a Jonas.

– Me ha contado que te sustituyó en la consulta -dijo Lori, estrechando la mano de su amiga-. Y también lo de Charlie. Em, lo siento mucho.

– Estoy bien -pero no lo estaba. No había tenido casi tiempo de pensar en Charlie, pero en ese momento se le saltaron las lágrimas. Maldición, tenía que darse un poco de tiempo para llorar. ¿Cuándo lo aceptaría?-. Yo…, quizá será mejor que no me quede a tomar ese té. Sólo veré a Robby y me marcharé.

Robby era el motivo por el que había ido allí. Fuera cual fuera el de Jonas, ella tenía que concentrarse en su trabajo. Su trabajo era Robby, y exigía dedicación.

Robby tenía sólo ocho meses y había quedado huérfano en un accidente de coche dos meses antes. Había sufrido quemaduras graves y lo habían trasladado del hospital al orfanato. Aunque necesitaba cuidados médicos más especializados, su tía vivía en Bay Beach y no quería ni oír hablar de que lo trasladaran a otra ciudad.

Ni tampoco quería que viviera con ella, ni que nadie lo adoptara. Así que Robby estaba al cuidado de Lori y recibía los cuidados médicos de Em.

Había cosas peores, pensó Em. Lori no era una solución a largo plazo, pero lo quería mucho.

Y también lo quería Em. Había pasado seis semanas en el Hospital General de Bay Beach y durante ese tiempo había conseguido conquistar el corazón de Em. Al verla entrar en su habitación, levantó los bracitos tanto como lo permitían las quemaduras de su pequeño cuerpo para que Em lo alzara y lo abrazara

Era pequeño, bajo de peso para su edad, y todavía tenía el lado izquierdo cubierto de las heridas de los injertos. Las quemaduras le habían llegado hasta la barbilla y lo único que parecía haberse salvado eran sus ojillos oscuros, su nariz respingona y sus rizos dorados.

Sí, Em lo quería. No le daba vergüenza confesar que había perdido su frialdad profesional y tenía al niño metido en el corazón.

– ¿Me has estado esperando? -susurró-. Pensé que estarías dormido, pequeño diablillo.

– Debería estarlo -Lori había seguido a su amiga hasta la habitación-. Ha estado abajo durante media hora. Pero está tan acostumbrado a verte por las noches, que no consigo meterlo en la cama hasta que vienes.

– ¿Cuál es el problema? -Em se sobresaltó al oír el tono profundo de la voz de Jonas, que las había seguido. Estaba pensado que Em y el bebé hacían una pareja increíble, y si Em hubiera sospechado lo que él estaba imaginando, se habría sonrojado.

Era una mujer muy bella, alta y morena. Con el niño en brazos, tenía un aspecto muy maternal. Robby todavía llevaba una piel elástica recubriendo los injertos y estaba lleno de vendajes, cuya blancura contrastaba con la suave piel morena de Em.

Al ver a Robby, Jonas se impresionó más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Replanteó su pregunta.

– ¿Qué le ha pasado al bebé?

Lori se lo contó, mientras él observaba la destreza con la que Em levantaba los vendajes y retiraba la piel elástica para comprobar la cicatrización de las heridas.

Jonas pensó que, con su ayuda, esa tarea que duraba varios minutos podía ser más rápida, pero como Lori, ya lo estaba haciendo, se limitó a mirar.

Empezaba a conocer a Emily Mainwaring, y cuanto más veía, mejor le parecía.

– ¿Qué? -preguntó Em secamente, mientras ponía el último esparadrapo sobre las gasas, y su tono lo asombró.

– Disculpa…

– Me has estado mirando durante los últimos diez minutos -dijo Em-. Supongo que habrás visto curar quemaduras otras veces.

– Claro que sí -contestó sonriendo-. Muchas veces.