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– Pues no creo que esto sea distinto.

– Por el aspecto de esas quemaduras, ¿no debería estar aún en el hospital? -preguntó Jonas con el mayor tacto posible. Lori los observaba con interés, consciente de la tensión que había entre los dos.

– Probablemente. Aún le falta algún injerto más -aclaró Em, acercando al niño hacia su pecho y arrullándolo como si fuera su propio hijo-. Pero estaba empezando a afectarle el clima hospitalario y yo no podía resistir ver cómo se institucionalizaba.

– ¿Y Lori es una buena madre de acogida?

– La mejor -repuso Em con cariño, mirando a su amiga por encima de los rizos de Robby-. Hemos tenido madres de acogida estupendas, como Wendy y Erin. Mujeres muy comprometidas. Y Lori es, sin duda, la mejor.

– Me alegro de saberlo, aunque me lo había parecido. He convencido a Lori para que cuide de los hijos de Anna hoy. Creo que es la única madre de acogida que no tiene la casa llena, y si el problema de Anna requiere que sea intervenida, tendrán que venir aquí por un tiempo.

Em frunció el ceño.

– ¿Es posible, Lori?

– Sí, lo es. Acabo de hablar con los jefes y podemos arreglarlo. Jonas quiere algo concreto para decirle a su hermana esta noche. Anna querrá saber que pase lo que pase, sus hijos van a estar cuidados.

– Está echándose atrás sobre las pruebas -informó Jonas dirigiéndose a Em-. Dice que como no hay nadie para cuidar a sus hijos si tienen que operarla, para qué se va a hacer las pruebas.

– Tiene mucho miedo -dijo Em, y Jonas asintió.

– Lo sé. Por eso mismo hay que facilitar las cosas dejándolas bien atadas.

– ¿No crees que podrías tranquilizarla diciéndole que los cuidarás tú mismo?

– Aunque Anna aceptara, lo cual es casi seguro que no hará, yo no creo que pudiera -reconoció con franqueza, luciendo su encantadora sonrisa-. Tienen cuatro, seis y ocho años, y yo soy un soltero nato. Mi talento como cuidador de niños es nulo. Me sería mucho más fácil trabajar para ti y pagarle a Lori por hacerlo.

– Cobarde.

Él soltó una carcajada.

– Mejor ser un gallina que una gallina muerta -hizo una pausa al ver que Robby se había acurrucado en brazos de Em y se estaba quedando dormido.

¿Institucionalizado? No lo creo», pensó al verlo. Ese no era un niño que se aislara del mundo. El pequeño había desarrollado un vínculo afectivo con Em. Esa era la razón por la que Robby no estaba en el hospital. Ella no podía controlar sus sentimientos hacia el niño y tenía que seguir tratándolo.

Lo estaba acunando y se sentía embargada por la emoción. El deseo de estrecharlo para siempre la había invadido la noche que tuvo que tratarlo en el hospital, después del accidente en que murieron sus padres, y no se había mitigado.

– Em, tú y Lori conectáis muy bien con Anna. Tengo una idea -Jonas le estaba hablando y no tuvo más remedio que desviar la atención del bebé. Jonas miró el reloj-. ¿Has cenado?

¿Cenado? Estaba bromeando. ¿Cuándo podía cenar antes de las nueve de la noche?

– No -fue la escueta respuesta.

– Entonces, ¿puedo invitarte a cenar y pedirte que luego hagas una visita domiciliaria conmigo? Te pagaré por adelantado con pescado frito con patatas, en la playa.

– Pescado frito con patatas…

– ¿No te gusta? -su tono parecía insinuar que creía que ella era tonta. Ella se rió. Estaba actuando como una tonta y se merecía que la trataran así.

– Claro que me gusta el pescado frito con patatas -aclaró-. ¡Muéstrame un habitante de Bay Beach a quien no le guste! Si tengo tanta hambre como ahora, soy capaz de comerme hasta la hoja de periódico con el que lo envuelven. Pero ¿cuál es la visita domiciliaria que quieres que haga?

– A mi hermana.

– ¿Para qué? -preguntó ella, aunque ya lo sabía.

– Para que le digas que Lori es perfectamente capaz de cuidar de sus hijos. No confía en mí. He tardado tres días en convencerla de que dejara aquí a los niños durante dos horas esta mañana, y ahora estoy intentando que los deje mañana otra vez, y luego le hablaré de la posibilidad de dejarlos más tiempo. Creo que tú podrías ayudarme.

– ¿Por qué iba a hacerme más caso a mí que a ti? -Desconfía de los hombres -respondió Jonas, y Lori hizo una mueca.

– Sabia mujer.

– ¡Eh! -exclamó Jonas sonriendo y abriendo los brazos como si implorara-. ¿De qué hay que desconfiar? «De todo», pensó Em, pero no dijo nada.

– ¿Tienes más visitas urgentes que hacer? -preguntó Jonas.

– Tengo que hacer la ronda nocturna de las salas. -Eso puede esperar. Supongo que llevas un buscapersonas.

– Claro que lo llevo.

– Entonces te ayudaré con la ronda nocturna y, luego, la noche es nuestra -dijo él con tono grandilocuente-.

Aparte de las visitas domiciliarias y las urgencias, ¿qué más podríamos desear?

Efectivamente, ¿qué más?

Cenaron en el lugar más bello y solitario de la playa. Era justo lo que Em. necesitaba para asimilar la muerte de Charlie.

Curiosamente, no le importaba compartir la deseada soledad con Jonas, y el lugar no parecía menos tranquilo por su presencia.

– Habría preferido vino -dijo él sacando el agua mineral que había llevado con el pescado y las patatas-, pero con el trabajo que tienes, supuse que lo habrías rechazado -sin esperar respuesta, se acomodó junto a ella y la dejó ensimismada en sus pensamientos.

Al igual que Em, parecía contento de comer en silencio mientras miraba la luna, que empezaba a asomar por el horizonte.

Em estaba pensativa. Era un lugar precioso, una playa que Charlie adoraba.

Y, de repente, la muerte de Charlie se convirtió en algo real. Muy real.

– Lo querías mucho -dijo Jonas después de un rato, agarrándole la mano con suavidad. No era un gesto de intimidad, sino sólo de consuelo, y Em se sintió reconfortada.

Entre los dos sólo estaba la verdad.

– Sí -asintió Em-. Charlie fue siempre mi mejor amigo y, desde que murió mi abuelo, estábamos muy unidos. Era lo único que me quedaba.

– ¿Cuándo murieron tus padres?

– Cuando era muy pequeña. Murieron en un accidente de coche, como los padres de Robby.

– ¿Por eso te sientes tan cerca de Robby?

La idea la sobresaltó. No se le había ocurrido antes, pero en ese momento pensó que podía ser cierto.

– Supongo que sí.

– Solo que él no tiene ni un abuelo ni a Charlie para que lo quieran.

– Yo tuve mucha suerte.

– Eso parece -Jonas se sirvió un poco más de agua Ojalá los hubiera conocido.

De pronto, Em también deseó que hubiera sido así. Que hubiera conocido a sus dos entrañables ancianos…

– Eran increíbles -al recordarlos, el cansancio de sus ojos grises dejó traslucir una sonrisa-. Eran un par de diablos maquinadores y se metían en todos los líos que te puedas imaginar, pero me educaron muy bien.

– Eso lo puedo ver.

Era un cumplido simple y directo, y Em se sonrojó.

– No quería decir que…

– Ya lo sé -dio él con dulzura-. Si lo hubieras querido decir, yo no habría dicho nada.

Ella se quedó mirándolo un buen rato… Estaba tumbado cuan largo era sobre la arena, mientras bebía el agua mineral. Su mano cubría todavía la de Emily y estaba contemplando el maravilloso espectáculo de la salida de la luna. No la miraba a ella, y eso la hacía sentirse sola, separada de él, como si Jonas no estuviera allí.

Era una sensación imposible de describir. Sola, pero no sola. Reconfortada, más de lo que se había sentido en años.

Así que… no tan sola.

Ese hombre solo iba a estar allí durante un mes, se dijo. Los sentimientos que le afloraban la tenían más alterada de lo que quería reconocer. Él iba a estar tan poco tiempo… Y, después, ella volvería a estar sola.

– ¿Por qué viniste a ejercer en Bay Beach? -preguntó Jonas, y ella se sobresaltó. Era como si le hubiera leído el pensamiento.