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A principios de abril de 2005, el abogado de Gravano, Anthony Ricco, fue a visitar a Richard en la prisión estatal de Trenton. Richard asegura que Ricco le ofreció doscientos mil dólares para que no testificara contra Gravano.

Por su parte, Anthony Ricco asegura que fue Richard quien le ofreció desentenderse del caso a cambio de doscientos mil dólares. De momento, todavía no ha quedado establecido si alguno de los dos propuso, en efecto, un soborno. Pero Anthony Ricco tuvo que dejar de representar a Gravano porque ahora está convocado en calidad de testigo a favor de Gravano en el juicio de este por el asesinato de Peter Calabro.

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Ni amanecer ni puesta de sol

Richard sigue alojado en el módulo de alta seguridad de la prisión estatal de Trenton. Para controlar su humor variable recibe dosis diarias de Ativan y de Paxil, una por la mañana y otra por la noche. En general, estos medicamentos lo dejan plácido y amable.

Richard hace todas las comidas compartiendo mesa con tres tipos de la mafia, todos ellos capitanes y todos condenados a cadena perpetua. Suelen contarse batallitas sobre los tiempos en que eran libres, las mujeres que conocieron, la comida estupenda que comían, los lugares maravillosos que vieron, sus aficiones, sus entretenimientos, los errores que cometieron para acabar en la cárcel.

Para Richard no sale el sol ni se pone. Desde su celda minúscula de la prisión estatal de Trenton no ve el exterior, no ve el cielo, ni el amanecer ni la puesta del sol. No sale nunca al aire libre. La vida, para él es una rutina monótona que no cambia casi nunca o nunca. Cuando le preguntaron hace poco si se lamentaba de algo, dijo:

– Quisiera haber seguido otro camino en la vida, haber sido un buen marido y un buen padre; pero eso… eso no estaba escrito en el libro del destino.

Barbara Kuklinski vive con su hija Chris y con John, hijo de Chris, en el sur de Nueva Jersey. Barbara no ha vuelto a casarse. Padece una grave artritis de la columna vertebral y sufre dolores constantes. Su enfermedad le impide trabajar.

Cuando Barbara habla de su vida con Richard, todavía le tiemblan las manos y se enfada. Dice que se lamenta de haber conocido a Richard. Según explicó hace poco:

– Cuando Richard estaba de buen humor, era el mejor marido que puede tener una mujer. Cuando estaba de mal humor, era indescriptiblemente cruel. Ya me he acostumbrado a estar sola. Tengo a mis hijos, a mis nietos, y son las únicas personas de este mundo que significan algo para mí. Estoy muy agradecida de tenerlos.

Chris Kuklinski sigue guardando rencor a su padre por lo que este le hizo. Lo único que lamenta es que no lo detuvieran antes.

– Siempre supe que podía ser malo, ¿sabe? -dice-. Quiero decir, que lo veía, que me crie viéndolo; pero no me imaginé nunca que era… que era un monstruo frío, un asesino a sueldo de la Mafia. Está donde tiene que estar -añade, sacudiendo la cabeza-. Creo que hasta él mismo lo sabe.

El hijo de Richard, Dwayne, no piensa mucho en su padre. Es feliz. Tiene un buen trabajo de electricista y se va a casar con su novia de siempre, para crear un hogar y tener familia propia.

Merrick Kuklinski echa mucho en falta a su padre; sigue queriéndolo mucho. Salta enseguida en su defensa, está dispuesta a hacer notar cómo la vida estuvo en su contra desde el primer momento.

– No es que pretenda excusarlo -dijo hace poco-. Pero la verdad es que mi padre no tuvo la menor oportunidad. Si se tiene en cuenta lo que tuvo que pasar, la infancia que tuvo, tampoco es tan de extrañar que saliera como salió. Yo lo quiero, lo quiero con toda mi alma y de todo corazón. Fue, para mí, un padre maravilloso. No olvidaré jamás cómo estuvo siempre a mi lado, cómo ayudaba a los niños enfermos y pobres en los hospitales donde solía estar ingresada yo de niña. No era capaz de ver sufrir a un niño sin saltar a ayudarle, sin correr en su ayuda para hacer algo. Yo le vi llevar comida, juguetes y ropa a niños que no conocía, sin que se lo pidieran siquiera. ¡Ningún otro padre hacía eso! No era ningún Hombre de Hielo. Era un hombre cariñoso, generoso, con un corazón grande y caluroso como el Sol. Para mí, mi padre fue el hombre más bueno y más generoso que he conocido en mi vida. Me iré a la tumba pensando esto mismo. Lo quiero mucho…

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Un comino

Pregunté a Richard hace poco qué quería decir para rematar esta

historia, su historia, y él dijo:

– Quisiera que me recordaran como a un buen hombre, no como al Hombre de Hielo.

Después de reflexionar, Richard añadió:

– Me hicieron así. Yo no me hice a mí mismo. No tomé nunca la decisión de ser así, de estar en este lugar. Sí, desde luego que hubiera querido que mi vida hubiese seguido otro rumbo, haber tenido estudios y un buen trabajo, pero nada de eso estaba escrito para mí en el libro del destino. Soy lo que soy, y la verdad es que me importa un comino lo que piense nadie de mí.

Esto dijo Richard Kuklinski, el Hombre de Hielo, natural de Jersey City, Nueva Jersey, hijo segundo de Anna y Stanley Kuklinski.

EPÍLOGO

El Hombre de Hielo se derrite

13 de marzo de 2006

Richard Kuklinski murió en el hospital Saint Vincent de Trenton, Nueva Jersey, la mañana del domingo 5 de marzo de 2006 a la 1.03 de la madrugada. De momento no se conoce con exactitud la causa exacta de su muerte, aunque esta se produjo en un momento que resulta muy sospechoso, pues el día después de morir Richard, la fiscalía del condado de Bergen retiró los cargos contra Sammy Gravano, el Toro, según los cuales este habría ordenado el asesinato del detective Peter Calabro, del Departamento de Policía de Nueva York. A petición de la familia Kuklinski, el doctor Michael Badén, afamado forense, ha solicitado análisis toxicologicos para determinar si Richard fue envenenado o si murió por causas naturales.

La salud de Richard empezó a deteriorarse a finales de octubre de 2005. Al parecer, dos médicos de la prisión estatal de Trenton le recetaron dos medicamentos distintos para la presión arterial, y estos se le administraron de manera simultánea, haciendo que los niveles de potasio y electrolíticos de Richard se volvieran «peligrosamente bajos». Empezó a sufrir desmayos y mareos. Lo sacaron de su celda y lo ingresaron en la enfermería. Su salud siguió decayendo, y la presión arterial le bajó también. Lo ingresaron durante treinta horas en el hospital de Saint Vincent, hasta que salió, según dijo un funcionario de la prisión, «por haber pedido el alta voluntaria», y lo llevaron de nuevo a la enfermería de la prisión de Trenton. Richard me llamó y me dijo que creía que lo estaban envenenando y que debía avisar a los medios de comunicación. Yo me figuré que sufría alucinaciones y le dije que haría lo que pudiera. Lo que hice fue hablar del asunto con Barbara Kuklinski, y los dos llegamos a la conclusión de que Richard era víctima de su imaginación. Pero su salud siguió decayendo, y dejó de comer. Cuando me llamó, advertí que hablaba con voz pastosa. Volvieron a llevarlo al Saint Vincent, y los médicos observaron que tenía los pulmones congestionados y una insuficiencia renal. Le diagnosticaron provisionalmente la enfermedad de Wegener, una enfermedad poco frecuente y que puede ser mortal pero que no lo es si se trata con medicamentos.