– ¿Y por qué coño tenemos que ser españoles?
Kotov sonrió y movió con el pie un piñón gigantesco. Le comentó que, en su opinión, los españoles nunca serían buenos agentes secretos. Aunque tenían a su favor una mezcla de temeridad y de crueldad innata que los hacía capaces de matar o morir (ése es un gran mérito) y también eran fanáticos (para este trabajo se necesita una buena dosis de fanatismo), arrastraban el defecto de ser demasiado espontáneos, a veces hasta cordiales y dramáticos, y en el fondo todos eran un poco fanfarrones, y la fanfarronería los hacía ser habladores, y ése resultaba un defecto difícil de erradicar…
– No es muy alentador lo que dices. No entiendo entonces…
– Esta misión es para hombres que hablen el castellano como primera lengua. Ésa es la primera razón. La segunda, que sean capaces de superar cualquier escrúpulo.
Ramón pensó hasta qué punto aquellos defectos y virtudes eran también suyos y concluyó que Kotov tenía una buena dosis de razón, excepto en la fanfarronería.
– Pero la verdadera causa por la que estás aquí es porque creo que tú puedes hacerlo -terminó Kotov.
Ramón miró hacia el bosque. La llama del orgullo se había prendido en su mente, desplazando cualquier otro temor. ¿Qué habría pensado África si hubiese oído aquella conversación? ¿De verdad ella había creído que él era demasiado blando? ¿Qué había visto Kotov en él?
– Dime, Ramón, si fuera necesario, ¿serías capaz de matar a un enemigo de la revolución?
El joven miró a Kotov y éste le sostuvo la mirada.
– Si fuera necesario, claro, lo haría.
El asesor sonrió y su mirada recuperó el brillo que había extraviado en los últimos días. Con un dedo apuntó al pecho de Ramón.
– ¿Te imaginas el honor que representaría ser el escogido para sacar del mundo a esa escoria traidora de Trotski? ¿Sabes que por años y años ese renegado ha estado trabajando para destruir la revolución y que es una rata inmunda que se ha vendido a los alemanes y a los japoneses? ¿Que ha llegado a planificar envenenamientos masivos de obreros soviéticos para sembrar el terror en el país? ¿Que su filosofía aventurerista puede poner en peligro el futuro del proletariado aquí, allá en España, en el mundo entero?
Ramón miró otra vez hacia el bosque. Su mente estaba en blanco, como si todos los conductos de su inteligencia se hubiesen quebrado, pero dijo:
– Lo que no entiendo es por qué se ha esperado hasta ahora para acabar con ese traidor.
– Tú no tienes que entender nada. Ya te lo dije: Stalin tiene sus razones, y nosotros, el deber de la obediencia… Por cierto, ¿cuántas veces has oído en estos dos días la palabra obediencia?
– No sé, varias.
– Y la volverás a oír mil veces, porque es la más importante. Después le siguen fidelidad y discreción. Ésa es la sagrada trinidad y debes grabártela en la frente, porque luego de haber oído lo que te he dicho, como te habrás dado cuenta, para ti solo hay dos caminos: uno va hacia la gloria y el otro hacia un campo de trabajo, donde no tienes la menor idea de lo poco que vale la vida de un pobre tipo que ni siquiera tiene nombre y es considerado un traidor… Arriba, ya deben de estar esperándonos.
Cuando entraron en la cabaña, el mariscal Koniev y Karmín se pusieron de pie y esbozaron saludos militares. Mientras el Soldado 13 se acomodaba en el pupitre, Grigoriev les dijo algo a los dos militares. Entonces Grigoriev y el mariscal ocuparon las butacas del fondo. Karmín, con su traje negro, fue a colocarse frente al pizarrón y pareció rundirse en él. Ramón notó que tenía las manos húmedas y escuchó en su cerebro las últimas palabras de Kotov.
– Soldado 13 -dijo Karmín, en un francés limpio y sureño que le evocó sus días en Dax y Toulouse-, tu mentor nos ha dicho que estás preparado para comenzar el entrenamiento. Pero antes de empezar a trabajar, serás sometido a diversas pruebas físicas y psicológicas para tener un diagnóstico exacto de tu persona. Si los resultados son satisfactorios, como esperamos, comenzarás a recibir clases de historia del partido bolchevique, de política internacional, de marxismo-leninismo y psicología. También te enseñaremos técnicas de supervivencia, de interrogatorio, de lucha cuerpo a cuerpo, y habrá prácticas con diversas armas de fuego y paracaidismo. La parte más importante del entrenamiento, sin embargo, estará en el trabajo con la personalidad. Vas a aprender, ante todo, que ya nunca volverás a ser la persona que fuiste antes de llegar a esta base. Te vamos a limpiar por dentro. Es un trabajo lento y difícil, pero si eres capaz de vencerlo, estarás en condiciones de recibir cualquiera de las personalidades que se decida escoger para la misión. Esa personalidad todavía no está determinada, pero, sea cual fuere, nunca volverás a ser español, ni deberás hablar en español, y mucho menos en catalán. Por lo pronto hablarás en francés y pensarás en francés. Trataremos de que sueñes incluso en francés. Nuestros especialistas te ayudarán en ese empeño pero, repito, tu voluntad es esencial para conseguir el éxito.
El Soldado 13 pensó que las expectativas eran tal vez demasiado elevadas, pero asintió en silencio, pues ya presentía que todo aquel conocimiento podría serle útil para la misión de que le hablara Kotov.
– Bien. Para comenzar, necesitamos que superes una prueba muy sencilla, pero definitiva, pues te va a enseñar muchas cosas. ¡Acompáñame!
Karmín avanzó hacia la salida de atrás y el Soldado 13 lo siguió. Tras ellos fueron Grigoriev y Koniev. La mañana era ahora más cálida y del bosque de pinos llegaba un efluvio perfumado. Sobre una pequeña mesa de madera el Soldado 13 vio tres modelos de puñales de campaña y pensó que lo enseñarían a utilizarlos. De entre los pinos surgieron en ese momento la figura de un militar, vestido como Karmín, que casi arrastraba a un hombre sucio, con el pelo grasiento y vestido con harapos, cuya fetidez se impuso al aroma del bosque.
– Mira bien a ese hombre -dijo Karmín-. Es una escoria, un enemigo del pueblo.
El Soldado 13 apenas miró al indigente cuando, sin que mediaran otras palabras, Karmín gritó:
– ¡Mátalo!
El Soldado 13, sorprendido por el alarido, sintió una doble confusión: ¿la orden era real? ¿Y a quién se la daban, al Soldado 13, a Ramón Mercader o al efímero Román Pávlovich? Pero no tuvo tiempo de pensar más pues Karmín extrajo de su funda la Nagan de reglamento y la amartilló.
– Iób tvoiv mat'! ¿¡Lo liquidas tú o tengo que hacerlo yo!?
El Soldado 13 miró los puñales y tomó uno de hoja corta y ancha que, sin saber por qué, le pareció el más apropiado. ¿Apropiado? ¿Para matar a un enemigo de la revolución?, pensó y sintió que las piernas le temblaban cuando dio el primer paso. Trató de convencerse de que aquello solo podía ser una prueba: llegado el momento, le ordenarían detenerse y sacarían de allí al pordiosero. Avanzó hacia el hombre fétido, en cuyos ojos descubrió un miedo creciente. El hombre dijo algo en ruso que él no pudo entender, aunque percibió como una súplica donde se repetía la palabratovárich, mientras daba uno, dos pasos hacia atrás, con el cuerpo sacudido por un temblor. El Soldado 13 siguió avanzando, con el puñal a la altura de la cadera, esperando oír la orden de detenerse, el mandato que no llegaba, mientras el pordiosero maloliente estaba cada vez más cerca de él.
El Soldado 13 vio el ruego dramático en los ojos del hombre, apenas a un metro y medio de él, y pudo escuchar el silencio. Nada más. En su mente se formó una palabra: obediencia, y una pregunta: ¿blando? La imagen de África pasó como una centella por su cerebro. Entonces dio otro paso, movió el puñal hacia atrás, para impulsarse, y comprendió que el otro era ya incapaz de huir, incluso de retroceder. El terror lo había paralizado y lo había puesto a sudar. ¿Debía matar a un hombre así, a sangre fría, para demostrar su fidelidad a una causa grandiosa? ¿Con esa impiedad había que tratar a los enemigos del pueblo en la tierra de la justicia? ¿Qué tenía que ver aquello con las traiciones de Trotski, con los desmanes de los fascistas españoles? No, se dijo, la orden llegaría, lo detendrían, todos se reirían, y movió unos centímetros más el puñal hasta colocarlo en la posición de ataque. Y ya no lo pensó: lanzó el brazo armado en busca del vientre del pordiosero y descubrió, en ese instante, que era el Soldado 13, que Ramón Mercader se había esfumado, que él estaba cumpliendo con el primer principio sagrado: la obediencia. El puñal siguió su viaje en persecución de la vida del hombre indefenso, paralizado por el terror, y cuando estaba a punto de hundirse en el vientre, sobre el que se habían cruzado las manos del hombre en un intento de protegerse, aquellas mismas manos se movieron a una velocidad inconcebible, desviaron el curso del acero y el Soldado 13 recibió una fortísima patada en el mentón, que lo lanzó de espaldas, inconsciente.