Выбрать главу

– Menos mal que no hace ni pizca de frío… Ni lo va a hacer… Voy a mirarle a ver si lleva cuartos encima.

Plinio lo registró, pero no llevaba nada. Sólo las llaves y un pañuelo.

El hombre ni notó que lo registraban.

– Vamos a decirle al guardia de puerta que no lo pierda de vista.

– Vaya noche de boda, Manuel… Y después, a descansar un rato, que nos lo tenemos merecido… Que cada uno es el dueño de su propio destino.

– El dueño, pero con un poco de ayuda, Manuel.

Después de hablar con el guardia de puerta, y ya en la esquina de la calle de Socuéllamos, volvieron la cabeza.

Como don Lotario no trajo el coche, cada cual se fue andando a su redil por las calles totalmente solitarias.

* * *

Apenas había empezado a clarear cuando sonó el teléfono seco, escandaloso, rompiendo todos los silencios de la casa de Manuel González, aliasPlinio. Él, como hacía sólo un par de horas que se había acostado, ni oírlo. Fue su mujer, la que chancleando con las zapatillas mal puestas y agarrándose a los muebles, salió entre los ondeos del camisón.

– ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?

Estuvo escuchando unos momentos y dijo al fin:

– ¡Que no hará dos horas que se acostó, el pobre! Espera.

Volvió con su chancleo. No quiso encender la luz de la alcoba. Sólo alumbró el patio y el cuartejo de la «tele».

Se acercó a los pies de la cama. Lo llamó con voz suave:

– Manuel… Manuel…

Pero Manuel no respondía. Se decidió a moverle un hombro.

– Manuel… Manuel…

– ¿Qué?… ¿Qué?… -dijo al fin, puñeándose sobre los ojos.

– Que te llaman por teléfono.

– ¿Quién?

– Cerezo, el cabo de guardia.

– ¿Y qué te ha dicho?

– A mí nada. Vaya éste. Te lo quiere decir a ti, su jefe.

Manuel se sentó en la cama.

– ¿Qué hora es?

– Las cuatro -y le arrimó las zapatillas.

Y salió pasillo adelante rascándose la cabeza.

– Sí… ¿Qué hay, Cerezo?

– Nada, jefe, que me heacercao al novio dormío y he visto a otro dormío a su lado.

– ¿A otro dormido?

– Sí… O mareado, lo que sea, porque el tío, por más que lo meneo, no se despierta.

– ¿Y se sonríe?

– Más bien sí, como si le diera gusto algo por dentro.

– ¿Y el ingeniero?

– Sigue roque.

– ¿Se ha acercado algún coche por allí últimamente?

– No. El de puertas no ha visto nada.

– ¿Entonces lo habrán llevado a cuestas?

– Lo que haya sido ha debido ser en un segundo y con mucho disimulo.

– ¿Y quién es?

– No lo conocemos.

– ¿Y está arrimado al ingeniero?

– Animadísimo, al pie del sillón donde está el chalado.

– Bueno, bueno, voy para allá, en seguida… Sí que voy, me interesa mucho. Hasta dentro de un ratillo.

* * *

APlinio, ya en la calle -ni el cigarro le apetecía-, con las manos cruzadas en la espalda, la cabeza inclinada y muy mal sabor de boca, iba medio pensando, hasta qué punto era necesario haberse levantado. «Claro que mejor es hacer esto, aunque me sepa tan mal la boca, que hacer todos los días lo mismo.»

Cuando desembocó en la plaza se fue derecho para la iglesia. Junto al ingeniero, que dormido seguía, ahora con ambas manos en la entrepierna, estaba Cerezo, don Lotario y, claro, el otro dormido, el forastero.

– ¿Pero bueno, don Lotario?

– Ya ves -dijo restregándose los ojos.

– Como sé que le gusta tanto acompañarle, me tomé la libertad de despertarlo también, jefe.

– Has hecho bien, Cerezo -dijoPlinio sin quitar los ojos del dormido tumbado en el suelo, todo lo largo que era, pegado al sillón del novio y con la sonrisa de regusto y muy parecido a la que sacaba Manuel García El Toledano cuando recibió las aguas de don Lotario en San Juan. Éste, aunque ya maduro para esa vestimenta, llevaba pantalones vaqueros, zapatillas azules y un chandal azul oscuro.

– Tiene pinta de camionero -dijo Cerezo.

– Demasiado fino para eso. Va con trazas de eso, pero mírele usted las manos que tiene tan finas. ¿Habéis visto si lleva documento de identidad?

– No hemos querido mirar nada hasta que viniese usted, jefe.

– Sois muy finos.

– El hospital de los dormidos, Manuel.

– Usted siempre poniéndole motes a los casos.

– Anda, Cerezo, regístrale, que a mí me da no sé qué meterle la mano en esos bolsillos tan ceñidos de los pantalones vaqueros.

– Desde luego es usted más mirado… que aquella monja que cuando iba a orinar abría un paraguas y se lo ponía delante.

– No compares; entre el hábito de monja y pantalones vaqueros, me quedo con el hábito.

– Hombre, sesobrentiende.

– Es que no sé qué tiene que ver una cosa con la otra.

– Sí lo ha entendido, jefe. Digo que es usted tan púdico como la monja.

– Bueno. No nos liemos… Aquí no hay más que un pañuelo, éste; un llavero, éste; unas monedas, éstas; unos billetes, éstos… Ah, bueno, y esta caja de pastillas.

– ¿Y desde la puerta del Ayuntamiento os disteis cuenta de que lo habían tumbado aquí?

– Qué va. Me acerqué por aquí con el guardia Porras para ver cómo iba el novio y encontramos aquí a éste, dormido también, todo lo largo que es.

– ¿Y al divorciado, como tú dices, no ha vuelto a verlo nadie… de la familia?

– Desde las dos o así, nadie que yo haya visto.

– ¿Y por qué te ha parecido interesante el que hayan dejado aquí el cuerpo de este dormido?

– ¿Que me pareció interesante?

– Hombre, cuando nos has despertado a don Lotario y a mí, será por eso.

– Bueno, eso de dejarlo aquí, junto al otro dormido, el ingeniero, me pareció… ¿Qué es interesante?

– Anda éste con las que salta. Éste es el segundo tío dormido tirado que encontramos en pocos días. El otro fue cerca del ex molino deSan Juan.

– Anda, coño.

– Venga, don Lotario. Reconózcalo usted un poco.

– No hace falta. Se ve a las claras… Pero ya que lo dices, veamos.

Y agachándose un poco le abrió el brazo cogido por la muñeca.

– Normal… El pulso, como un caballo.

– Don Lotario todavía se acuerda de sus enfermos de antaño -dijo Cerezo.

– ¿Qué vas a hacer, Manuel, con este dormido recién llegado?

– Llevarlo al Ayuntamiento. Anda, Cerezo, llama a un compañero y os lleváis a éste a mi despacho.

Cuando vio don Lotario que Cerezo se había alejado con aquel nerviosismo de piernas que se gastaba, le hizo su pregunta de cada caso.

– ¿Que qué me dices, Manuel?

– Lo que usted. Que lo entiendo todo menos «la problemática del contexto», como decía aquel notario amigo suyo.

– Ha pasado más de media hora y el tío sigue sin estremecerse, creo que es igual al deSan Juan.

– Esto de averiguar por qué se duerme la gente no se le ha presentado a ningún detective del mundo… A ver qué dice éste cuando se despierte.

– Mira que como se calle también… ¿Y por qué lo habrán puesto aquí al lado de éste, el espectáculo del día?

– ¿Habrá sido para que lo veamos pronto?… A lo mejor anda por ahí algúnpaisanín, como decían los asturianos, que se dedica a adormecer gente para divertirse.