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– Muchas gracias. Márchate si quieres, si has ajustado las cuentas con el ama, que yo espero a alguien para otra cosa.

– Nada de ajuste. Todas las cuentas están en orden. Aquí no hay fallo, señor que pasa, salario al bolsillo… Me ha sido usted siempre muy simpático, por lo poco que le he visto y lo mucho que he oído decir de usted. Déjeme que me despida con un abrazo -dijo casi abalanzándose a Plinio con los dos brazos abiertos y los ojos hechos soles.

A Plinio mal le dio tiempo a apartar el cigarro para no quemarla, y se sintió de pronto abrazadísimo de aquella estatura, con la cara metida entre sus dos pechos morenos y casi suspirantes. Luego notó que le apretaba mucho mucho en los riñones, hasta pegarlo totalmente a su coraza de carne dura, valiente y caliente, y empezó a sentirse besado y chupado por toda la cara y toda la boca, los ojos, las orejas y los abajos del cuello.

* * *

Cuando sonó el timbrazo enérgico y sostenido de la puerta y abrió los ojos, le costó unos segundos darse cuenta que estaba tumbado sobre el sofá del tresillo, y la Mora , riéndose, pasaba ante él, camino de la puerta de la calle, cuyo timbre volvía a sonar con campanilla histérica.

Reaccionó rápido. Se puso bien derecho. Se miró si habían desabrochado y se palpó el pelo rápido por si tenía bandolina debajo de la gorra… Pero no, estaban bien secos los aladares y no digamos la calva.

– Aquí tiene usted a su amigo don Lotario -dijo la Mora al entrar junto a don Lotario mal disimulando la risa.

– A tus órdenes, Manuel, ¿pasa algo?

– No, que hiciese usted el favor de venir a por mí como le dije. No me encuentro con ganas de ir a pie hasta la plaza. Y al tiempo le cuento completa la historia de los dormidos.

– Que ahora ya la sabe como nadie… porque la Reme se la ha contado toda.

– Es verdad. ¿Se marchó ya a su Sevilla?

– Sí, hace lo menos una hora.

– ¿Una hora?…

– Como lo oye.

– Muy bien, Mora . Pues muchas gracias por todo. Has sido muy amable.

– No faltaba más. El amable ha sido usted.

– Buenos días. ¿Vamos, don Lotario, o prefiere usted un café?

– No, lo tomamos ya en casa de la Rocío.

Cuando pusieron el coche en marcha, don Lotario miró a Plinio como diciéndole: «Venga, empieza a soltar.»

Pero Plinio se hizo el ausente, y ya un ratillo después de arrancar el coche, calle de Mayor abajo, dijo Manueclass="underline"

– Luego hablaremos de eso. Ahora lo que me apetece es que hagamos la apuesta prometida de ver quién sabe más palabras de cosas de carros.

– ¡Ay, qué Manuel éste, con las que me sale ahora! Pues venga, empieza tú.

– Ceño, bocín, arquillos… Siga usted, que haga memoria.

– Cubo, escalera, gatos, galga…

– Pues sí que empieza usted bien.

– ¿Por qué?

– Por lo de la galga, y sé lo que me digo. Sigo yo: laíllos, mozos, limones, palometa, la puente… y…

– Pero hombre, Manuel, ¿ya te cortas?: pezón, pezonera.

– Joder, otra vez. ¡Vaya mañana!

– ¿Pero qué te pasa?

– Nada. Sigo: riostra, rodete, seras.

– Ya todo eso está tirao:tendales, varales, villorta. -Claro, y galera, visera y tablillas…

Madrid-Tomelloso-Madrid, 1981.

Francisco García Pavón

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