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– No vas a hacerme creer, Juan, que tu regalo es el bastón de Euclides, aquél del que tanto me has hablado. No soy tan ingenuo.

– ¿Te he dicho algo parecido?

– ¡Claro que no! ¡Pero siempre se puede soñar! -exclama riendo Copérnico-. Caramba, el bastón suena a hueco. ¿Habrá algún tesoro desconocido oculto en el interior?

– Ya lo verás, amigo mío, ya lo verás.

– Oye, una cosa más antes de que desaparezcas, querido Fausto: dime con franqueza, a tu entender, ¿quién quemó la Biblioteca de Alejandría?

– El fuego, Nicolás, sencillamente el fuego. ¿Por qué no el fuego del Faro cuando se derrumbó, cierto día que la tierra temblaba algo más que de costumbre? El fuego y el tiempo que pasa, más devorador que todos los fuegos. Eso es al menos lo que contó antaño el viajero andaluz Ibn Battuta. Un musulmán que viajó hasta China.

Fausto, rechazando el pequeño escabel que pone a sus pies un mozo de establo, salta de un brinco a la calzada entablada y cierra a sus espaldas la portezuela del carruaje que ostenta las armas del obispo de Warmie. Da varios pasos hacia la morada de su hermano, luego su colosal silueta, algo encorvada, se detiene. Sin volverse, levanta un brazo que parece inmenso, agita la mano en señal de despedida, muy en alto hacia el cielo, como si quisiera arrancar el Sol, y suelta con voz fuerte:

– ¡La paz sea contigo, Nicolás Copérnico!

POSTFACIO

Acabáis de leer una novela y no un ensayo histórico. Esta es la razón por la que no citaré las (numerosas) fuentes que he consultado ni daré bibliografía. Rindo homenaje, sin embargo, al libro de Luciano Canfora, La Véritable Histoire de la bibliothèque d'Alexandrie (Desjonquères, 1986), que me inspiró mucho.

Algunos lectores curiosos se preguntarán, a pesar de todo, qué parte pertenece a la realidad y cuál a la ficción novelesca. Los siguientes apéndices les están destinados. Las biografías de los sabios y los eruditos resumen aquéllas que pueden encontrarse en todas las buenas enciclopedias. El cuadro sinóptico de los reyes y los sabios permite situar el paralelismo cronológico entre los acontecimientos políticos y los personajes. Por lo que se refiere a las «notas eruditas», destinadas a los aficionados a la geometría y a la astronomía, explicitan algunos de los grandes descubrimientos llevados a cabo por los sabios alejandrinos. (Véanse Anexos.)

Aparte de esos pocos jalones reconocidos por (casi) todos los historiadores, hay que recordar que ninguna «verdad» histórica sobre esos antiguos tiempos ha sido firmemente establecida. Los relatos referentes a la Biblioteca de Alejandría y a los personajes que con ella tuvieron que ver son numerosísimos, aunque en su mayoría son testimonios tardíos. Además, los historiadores del pasado estaban muy influidos por las ideologías, hasta el punto de que su modo de contar la historia no tenía la objetividad que en el presente se exige a los historiadores: ciertos enemigos de Roma acusaron a César de haber incendiado la Biblioteca, mientras que otros atribuyeron el espantoso crimen a los árabes, a los bizantinos o a los cristianos.

Tan dudosa realidad histórica deja cierta libertad al novelista… ¡Libertad que he aprovechado ampliamente! ¿Existieron realmente los personajes de la novela? La respuesta es sí, salvo esa Hipatia del siglo VII que, en mi relato, tiene mucho que ver en la decisión final del emir Amr. Pero no es seguro que el filósofo cristiano Juan Filopon, infatigable comentarista de Aristóteles muy conocido por historiadores y filólogos, viviese todavía durante la conquista de Alejandría y pudiera dialogar con Amr, como afirma Ibn al-Kifti (1172-1248) en su Historia de los sabios. Según otras fuentes, Amr habría mantenido algunas entrevistas con un tal Juan, patriarca jacobita de Siria, entrevistas en las que habría participado también un médico judío, Filareto. Teniendo en cuenta las imprecisiones históricas, decidí basarme en la versión «romántica» de al-Kifti, poniendo en escena al muy venerable y auténtico Filopon. Por lo que se refiere al judío Filareto, le he dado el nombre de Rhazes, en homenaje a un gran médico persa que vivió un siglo antes de estos acontecimientos.

Por lo que se refiere a los sabios, eruditos y filósofos, no me he privado de inventar, de cabo a rabo, algunos episodios de su vida. Por si me sirve de disculpa, debo decir que se ignora prácticamente todo sobre la biografía de Euclides, Hiparco y Claudio Tolomeo. Sólo sus magníficas obras permanecen, al menos en parte, y eso basta para hacerlos inmortales.

Finalmente, me he recreado vinculando entre sí a algunos personajes, basándome en simples concordancias de fechas y lugares. Por ejemplo, aunque parece cierto que Aristarco de Samos fue acusado de herejía por haber afirmado que la Tierra gira alrededor del Sol, el hecho de que fuera defendido por Arquímedes en persona es pura ficción. Del mismo modo, el encuentro entre el futuro emperador Marco Aurelio y el astrólogo Claudio Tolomeo es imaginario aunque, si nos fijamos en las fechas, habría podido producirse durante la visita que hizo a Egipto el cónsul romano.

En resumen, establecer la lista precisa de lo que es «verdadero» y lo que es «inventado» sería tan enojoso como prosaico. Diré simplemente que, teniendo en cuenta los elementos históricos de los que disponía, he procurado siempre ser plausible en la invención novelesca.

ANEXOS

Personajes, cuadros cronológicos y notas eruditas

Personajes principales

Amr ibn al-As (muerto en 663).

Compañero de Mahoma y conquistador de Egipto. En 640 derrotó a las tropas bizantinas en Heliópolis y en 642 tomó Alejandría.

Juan Filopon (siglo VI).

Gramático y filósofo cristiano. Exégeta de la Biblia, profesó el «concordismo» afirmando que la ciencia no contradice las enseñanzas de los textos sagrados, siempre que éstos sean correctamente interpretados.

Rhazes o Al-Razi (siglos IX-X).

Médico de origen persa de finales del siglo IX, renombrado clínico, fue el primero que describió la viruela.

Hipatia (sobrina nieta de Filopon). Personaje ficticio.

Omar Abú Hafsa ibn al-Jattab (581 -644).

Nacido en La Meca, se opuso primero a Mahoma antes de ser un activísimo converso. Al morir el Profeta, favoreció en 632 la elección de Abú Bakr al califato, algo que le fue reprochado por los chiíes, para quienes el califato correspondía al yerno de Mahoma, Alí. Abú le designó luego como sucesor. Durante sus diez años de califato, entre 634 y 644, el islam obtuvo una definitiva victoria sobre los imperios vecinos. Omar murió asesinado por un esclavo liberto.

Sabios y eruditos

Eudoxo de Cnido (hacia 406-355 a. C.).

Alumno de Platón, astrónomo y matemático, fue el primero en aplicarse al problema cosmológico planteado por su maestro: encontrar un sistema de movimientos circulares que explicase el aparente movimiento de los planetas. Aprovechó sus observaciones astronómicas para determinar las latitudes de Cnido (en Caria) y Heliópolis (en Egipto). Le debemos también una evaluación precisa del año: 365 días y cuarto. Es autor de un tratado de geografía, acompañado sin duda de un mapa, y de un tratado sobre las estrellas.

Aristóteles (384-322 a. C.).

Alumno de Platón, perpetuó el modelo de la Academia fundando en Atenas una escuela filosófica y científica, el Liceo. Su obra, que abarca todos los saberes, tuvo un considerable impacto no sólo entre los intelectuales sino también entre los actores de la historia: Aristóteles fue el preceptor de Alejandro Magno a partir de 343. Sus tratados técnicos marcan el nacimiento de la ciencia griega.