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– ¿Que me lo tome con calma? -replicó Arnon-. Tú no eres… ¿A quién se le ocurrió la cagada de poner ahí un puñetero árbol de ese tamaño?

– En realidad, la cagada fue mía -contestó Joan Richardson.

Arnon se disculpó con un gesto y volvió a sentarse.

Mitch sonrió para sí, medio disfrutando del efecto que había tenido la noticia. Comprendía perfectamente la inquietud de Arnon. No todos los días quería el cliente que se le plantara un dicotiledóneo de noventa metros procedente de la selva tropical brasileña en medio del atrio de su nuevo edificio. Arnon había necesitado la mayor grúa de California para bajar por el tejado aquel descomunal árbol de hoja perenne, gigantesco hasta para Sudamérica, y la operación había paralizado el tráfico en la Hollywood Freeway y cerrado Hope Street durante todo un fin de semana.

– Cálmate, ¿quieres? -insistió Mitch-. Ella se refiere a la manera en que está plantado, no en dónde.

– ¿Y no es lo mismo? -inquirió Arnon.

– Jenny Bao…

– ¡Bau, bau, bau! -ladró Arnon-. ¡Maldita perra!

– … me ha dicho que plantar un árbol grande en una isla situada en un estanque es mal feng shui porque, enclavado en el rectángulo del perímetro, el árbol dibuja el ideograma chino que significa reclusión y dificultad.

Pasó por la mesa las fotocopias del dibujo que había hecho Jenny del ideograma chino kun:

Richardson miró el símbolo con desprecio.

– Oye -dijo-, si mal no recuerdo, me aseguró que sería buena idea hacer un estanque rectangular, porque se parecía a otro ideograma que significaba boca y simbolizaba…, ¿qué era…?, ah, sí, gente y prosperidad. Kay, quiero que lo mires en el ordenador, busca el acta de la reunión. A ver si jodemos de una vez a esa zorra.

Mitch sacudió la cabeza.

– Te refieres al ideograma kou. Pero con el signo mu, que significa árbol, en el medio, el kou se convierte en kun. ¿Entiendes lo que quiero decir? Jenny lo dejó muy claro, Ray: no firmará el certificado de feng shui a menos que lo cambiemos.

– ¿Cambiarlo? ¿Cómo? -exclamó Levine.

– Bueno, pues se me ha ocurrido una idea -contestó Mitch-. Podríamos construir otro estanque redondo dentro del cuadrado. De ese modo el círculo representaría el cielo, y el cuadrado, la tierra.

– ¡No lo puedo creer! -dijo Richardson-. El edificio más inteligente de Los Ángeles y nos ponemos a hablar de vudú. La próxima vez tendremos que sacrificar un gallo y salpicar la puerta con su sangre.

Suspiró y se pasó la mano por el corto cabello gris.

– Lo siento, Mitch. ¡Qué coño, tu idea me parece buena!

– La verdad es que ya se la he propuesto, y parece que le gusta.

– Bien hecho, amigo -comentó Richardson-. Dibújalo, ¿quieres? ¿Habéis oído, los demás? Mitch es de los que hacen falta aquí. Soluciona cosas. Próximo punto.

– Me temo que aún no hemos terminado con éste -prosiguió Mitch-. Jenny Bao también tiene un problema con la planta cuarta. En chino, la palabra cuatro significa muerte. O algo así.

– A lo mejor tiene razón -dijo Richardson-. Porque cuatro es el número de balas que le voy a meter en la jodida cabeza a esa zorra. Y luego le arrancaré todos los miembros y se los meteré hasta el fondo de su descomunal…

– ¡Cojonudo! -gritó Aidan Kenny.

Levine soltó una estrepitosa carcajada.

– ¿No se puede dejar un espacio donde estaba el cuarto piso? -sonrió Helen Hussey- Ya sabéis, suprimiéndolo del todo. Hacer que el quinto piso quede flotando por encima del tercero.

– ¿Tienes alguna solución, Mitch? -preguntó Joan.

– Esta vez me temo que no.

– A ver qué os parece ésta -terció Aidan Kenny-. La cuarta planta es donde hemos instalado el centro de informática. Allí están la sala principal de ordenadores, la estafeta del correo electrónico, la sala de tratamiento de imágenes, la sala de vídeo, la biblioteca multimedia con almacenaje de seguridad y el puente de mando, aparte de los diversos pasillos de servicio. Así que, ¿por qué no la llamamos centro de datos o algo así? Entonces tendríamos: segunda planta, tercera planta, centro de datos, quinta planta, lencería, complementos…

– No es mala idea, Aid -observó Richardson-. ¿Qué te parece, Mitch? ¿Lo aprobará Madame Blavatsky?

– Supongo que sí.

– ¿Willis? Has puesto mala cara. ¿Tienes alguna objeción?

Como ingeniero mecánico del proyecto, Willis Ellery debía planificar todo el complejo sistema de conducciones del edificio, cables, tubos y huecos de ascensores. Era un hombre corpulento, rubio y con un bigote manchado en las puntas por los muchos puros que fumaba fuera de la oficina. Se aclaró la garganta y asintió levemente con la cabeza, como tratando de entrar en la conversación a embestidas. Pese a la fuerza física que irradiaba, era un hombre de lo más apacible.

– Pues sí, creo que sí. ¿Qué vamos a hacer con los ascensores? -preguntó-. En las cabinas, todos los paneles indicadores llevan el número cuatro.

Richardson se encogió de hombros con aire impaciente.

– Habla con la Otis, Willis, que te hagan unos nuevos. No tiene que ser muy difícil hacer un panel indicador con una letra D en vez de un cuatro. -Señaló a Kay Killen, que estaba levantando acta de la reunión en su portátil-. Notifícaselo al cliente, Kay. Todas estas modificaciones vudú correrán a su cargo, no al nuestro.

– Hmm…, bueno…, organizar todo eso puede llevar cierto tiempo -intervino Ellery.

Richardson miró a Aidan Kenny con aire divertido.

– Aid, tú eres quien se va a pasar la mayor parte del tiempo en la cuarta planta de la Yu Corp. ¿Qué te parece? ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? ¿Crees que tendrás suerte, gamberro?

– Soy irlandés, no chino -rió Kenny-. Nunca he tenido problemas con el cuatro. Mi padre decía que el afortunado poseedor de un trébol de cuatro hojas tendría suerte en el juego y no le afectaría el mal de ojo.

– De todos modos -apuntó Mitch-, será mejor que no se lo menciones ni a Cheech ni a Chong.

– ¿Quién coño son ésos? -inquirió Richardson.

– Bob Beech y Hideki Yojo -explicó Kenny-. De la Yu Corporation. Los que han instalado el superordenador y me han ayudado a poner a puntó los sistemas de gestión del edificio. En realidad, son mis damas de compañía. Están aquí para que no les joda los aparatos.

– ¿Crees que su presencia significa que hemos terminado y que el cliente puede ocupar el edificio? -bromeó David Arnon, sabiendo que, con arreglo a los pactos suscritos, eso habría permitido que su empresa, Elmo Sergo, abandonara la obra.

Mitch sonrió, consciente de lo ansioso que estaba Arnon por concluir el trabajo y, más concretamente, por perder de vista a Ray Richardson.

– Ah, Mitch -dijo Richardson-. Eso me recuerda una cosa. ¿Ya tienes fecha para la inspección previa a la entrega de llaves?

En el contrato para la construcción de un edificio, ésa era la fase en que el arquitecto reconocía que la obra estaba terminada y lista para su ocupación.

– Todavía no, Ray. Estamos haciendo las últimas comprobaciones de servicios y aparatos para la obtención del certificado provisional de habitabilidad.

– No lo dejes para muy tarde. Ya sabes cómo se me llena la agenda.

– Ah, se me olvidaba -dijo Kenny-. A propósito de fechas y agendas, hoy es el Big Bang. Nuestro ordenador se conecta a los terminales de todos nuestros proyectos en América.

– Aidan hace muy bien en recordárnoslo -comentó Ray Richardson-. Que estemos conectados es importante. Pronto haremos nuestras inspecciones de obra en circuito cerrado de televisión vía módem. Eso evitará que os manchéis esos zapatos detrescientos dólares, cabroncetes.