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LUBOVA. -¡Ah! Son de París. (Abre los telegramas y los deposita sobre la mesa, sin leerlos.) Con París todo terminó.

GAIEF. -Oye, Lubova: ¿sabes cuántos años tiene este armario? Hace algunos días, abriendo un cajón inferior, noté que la fecha estaba marcada a fuego. Data ya de cien años. ¿Qué te parece, Lubova? Pudiéramos celebrar un jubileo…

Es un objeto inanimado que significa algo… Un armario propio para contener libros…

PITSCHIK. -¡Figúrese usted! ¡Cien años!…

GAIEF. -Sí; es un objeto inanimado. ¡Oh, mi querido armario de edad venerable! Yo saludo tu existencia centenaria. (Lo palpa con cariño.) Yo saludo tu vejez robusta. Tú has sido útil a mis ascendientes, y tú nos vives como en tu primera juventud. Tú eres un amigo.

LOPAKHIN. -Sí…

LUBOVA (a Gaief). -Idealista, sentimental; eres siempre el mismo.

LOPAKHIN (mirando su reloj). -Debo irme…

YASCHA (ofreciendo una pildora a Lubova Andreievna). -¿Tomará usted en seguida sus píldoras?

PITSCHIK. -No hay que tomar medicamentos, mi querida amiga… No hacen ni daño ni provecho… ¡Vengan esas píldoras!… (Se apodera de ellas, las estruja entre sus manos, reduciéndolas a polvo, que absorbe, con acompañamiento de un trago de agua.)… ¡Así!

LUBOVA (con espanto). -¿Ha perdido usted el juicio?

PITSCHIK. -¡Me lo he tragado todo, todo!

LOPAKHIN. -¡Qué bruto! (Todos ríen.)

FIRZ (hablando de Pitschik en tercera persona). -Estuvo por Pascuas en casa; se comió medio cubo de pepinos… (No puede continuar; balbucea frases incoherentes.)

LUBOVA. -¿Qué le ocurre?

VARIA. -Desde hace tres años se encuentra así. Balbucea. Ya nos hemos acostumbrado.

YASCHA. -Efecto de la edad.

(Entra Carlota Yvanovna, vestida de blanco, esbelta, fina de talle.)

LOPAKHIN. -Dispénseme, Carlota Yvanov- na. No tuve aún tiempo de darle los buenos días. (Acércase a Carlota Yvanovna para besar su mano.)

CARLOTA (retirando su mano). -Si le permito besar la mano, querrá besar el codo, y luego el hombro…

LOPAKHIN. -Hoy no tengo suerte.

CARLOTA. -Me voy a descansar.

LOPAKHIN. -Dentro de tres semanas nos veremos. (Besa la mano de Lubova Andreiev- na.) Entretanto, adiós. (A Gaief.) Es tiempo de marchar. Hasta la vista. (Bésanse en la mejilla él y Pitschik.) Hasta más ver. (Tiende la mano a Varia, a Firz y a Yascha.) La verdad es que no tengo ganas de abandonarlos. (A Lubova Andreievna.) Si se decide respecto a los terrenos para datchas, entéreme. Yo podré procurarle un préstamo de cincuenta mil rublos. Piense en ello seriamente.

VARIA (descontenta). -¿Cuándo acabará usted de irse?

LOPAKHIN. -Me voy, me voy… (Vase.)

GAIEF. -¡Qué animal!… ¡Ah!… Mis excusas… Varia se va a casar con él.

VARIA. -No hables de eso, mi querido tío.

LUBOVA. -¿Por qué no, Varia? Yo me alegraría de que eso se realizara. Es una excelente persona.

PITSCHIK. -Hay que convenir en que es un hombre muy honorable… Mi pequeña Daschin- ka lo dice así; y añade que… añade bastantes cosas. (Cierra los ojos, pega un ronquido y despierta de nuevo.) En todo caso (a Lubova), amiga mía, préstame doscientos cuarenta rublos. Mañana he de pagar las contribuciones.

VARIA (asustada). -No, no.

LUBOVA. -Verdaderamente, yo no dispongo de esa suma.

PITSCHIK (riendo). -Sí, dispone usted de ella. Yo no pierdo jamás la esperanza. Vea. Yo me imaginaba que todo estaba perdido. Pero, de repente, se construyó la vía férrea que atraviesa mis tierras, y se me indemnizó. Y de este modo, muy bien puede suceder que mañana se presente alguna otra ganga. Quizá Daschinka gane doscientos mil rublos… Ha comprado un billete.

LUBOVA. -Bebamos el café, y vámonos a descansar.

FIRZ (a Gaief). -Lleva usted ahora otro pantalón, que no casa con la chaqueta. ¿Qué tendré yo que hacer para que ande usted correcto?

VARIA (dulcemente). -Ania duerme. (Abre con precaución la ventana.) El sol sube. No hace frío. Vea, mamá, qué hermosos árboles. ¡Dios mío! ¡Qué puro es el aire! Los mirlos cantan…

GAIEF (abre otra ventana). -El jardín está enteramente blanco. Observa, Lubova: esta larga avenida se prolonga directamente como una correa. Brilla en las noches de luna. Siempre fue así. ¿Te acuerdas? Tú no olvidaste los días que transcurrieron…

LUBOVA (mirando hacia la ventana). - ¡Infancia mía! ¡Virginidad! En este aposento dormí yo. En el jardín paseé mis ensueños juveniles. ¿Cómo olvidarlo?

GAIEF. -El jardín, que va a ser vendido por causa de nuestras deudas. ¡Qué cosa más rara!

LUBOVA. -¿Qué veo? Nuestra difunta madre camina por el jardín. Lleva un traje blanco como la nieve. ¡Se ríe! ¡Sí; es ella!

GAIEF. -¿Dónde?…

VARIA. -Mamá, ¿qué dice?

LUBOVA. -En efecto, no hay nadie. Fue una alucinación… A la derecha, junto al pabellón, hay un arbolito que se asemeja a una mujer inclinada.

(Entra Trofimof, vestido con uniforme de estudiante. Usa anteojos.)

LUBOVA (sin apartar la vista de la ventana). -El jardín es verdaderamente encantador. ¡Cuántas florecillas! ¡Y qué bien se destacan en el cielo azul!

TROFIMOF. -Lubova Andreievna… (Ésta vuelve la cabeza.) Vengo únicamente a saludarla, y me iré en seguida. (Besa la mano a Lubova Andreievna.) Se me ordenó esperar hasta ya entrada la mañana; pero me faltó paciencia.

LUBOVA (observándole con sorpresa). - Usted es…

VARIA (emocionada). -Es Pietcha Trofimof.

TROFIMOF. -Pietcha Trofimof, el preceptor de su Grischa. ¿Tanto he cambiado? (Lubova le abraza y llora.)

GAIEF. -Basta, Lubova, basta.

VARIA (llorando). -Yo le dije a usted, Piet- cha, que águardase hasta mañana.

LUBOVA. -Mi pobre Grischa, hijo mío… Grischa, mi adorado hijo…

VARIA. -¿Qué hacer, mamá? Es la voluntad de Dios.

TROFIMOF (con ternura). -La vida es así…

LUBOVA (sollozando). -¡Pobre hijo mío! ¡Ahogado! ¿Por qué?… Mas (Volviendo a la calma.) yo profiero exclamaciones y hablo a gritos, y Ania duerme. No hagamos ruido. Pero vamos a ver, Pietcha, ¿por qué ha cambiado usted tanto? ¡Y envejecido!