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Cook grabó la fecha y la hora y apagó la máquina. Quería que quedara constancia de todo, por si le tomaban por un ladrón y le pegaban un tiro cuando entrara en la casa. No quería que su legado fuera el de un viejo loco asaltador de domicilios, de la misma categoría de esos chiflados que salen a la calle en pijama. Quería que la gente conociera sus intenciones.

Hacía fresco esa noche, pero Cook estaba sudando bajo la chaqueta. Se la quitó y la dejó doblada en el suelo del coche. También se quitó el Stetson y miró las marcas de sudor que había dejado por dentro. Lo colocó en el asiento, junto a la grabadora. Abrió y cerró la mano izquierda. La tenía agarrotada.

Por fin salió del coche y se acercó al maletero trastabillando un poco. Desenroscó la bombilla porque no quería llamar la atención y no necesitaba la luz. Sabía dónde estaba todo.

Se puso unos guantes de látex y tomó su linterna Stinger y la barra de hierro. Le resultaba difícil sostener la linterna, porque tenía el brazo entumecido. Oía su propia respiración pesada y el sudor le corría por la espalda. Esperó un momento a que se le calmara el corazón antes de cerrar el maletero y encaminarse hacia la casa.

Primero recorrió un costado. Su plan era forzar la puerta trasera con la palanca, pero se sentía mal y tuvo que detenerse. Estaba mareado, necesitaba tumbarse, de manera que volvió al coche.

El asiento trasero era tentador. Se tumbó en él, dejando caer al suelo la palanca y la linterna, y cerró la puerta. Tenía la mejilla derecha sobre la fría tapicería de vinilo. El brazo izquierdo le dolía mucho, y ahora el dolor le había pasado al cuello, provocándole una terrible presión en la cabeza.

Ya se le pasaría, pensó. Cerró los ojos. Estaba babeando sobre el asiento.

Cuando T. C. Cook abrió los ojos era de día. Había dormido toda la noche en el coche. Se sentía mejor.

Se incorporó. Estaba de nuevo en Dolphin Road, aparcado delante de su casa. El revestimiento amarillo estaba tan limpio como el día que lo había instalado, muchos años atrás. En el ventanal de la fachada una mujer miraba a través de las cortinas entreabiertas. Se parecía a su mujer. En la acera un niño y una niña daban a la comba, y otra niña saltaba entre ellos.

Cook cogió su Stetson, que parecía nuevo. Se lo puso y bajó del coche.

El sol era agradable en su cara y el aire olía a lilas. Su mujer cuidaba amorosamente del árbol que florecía en el jardín. Debía de ser abril, pensó, porque era cuando salían las lilas.

Se acercó a los niños que jugaban en la calle. El chico tenía unos doce años. Era larguirucho y usaba gafas muy gruesas. La niña que sostenía el otro extremo de la cuerda también era muy joven, pero ya se le adivinaban curvas de mujer. En sus ojos se veía una chispa traviesa.

La que saltaba a la comba ágilmente era de piel oscura y tenía unos preciosos ojos castaños. La luz se reflejaba en las cuentas de colores que llevaba en la trenza. Salió de la comba con soltura y se quedó mirando a Cook, sonriendo.

Él le devolvió la sonrisa.

– Hola, jovencita.

– ¿Sargento Cook?

– Soy yo.

– Creíamos que se había olvidado de nosotros.

– No, cariño. Nunca os he olvidado.

– ¿Quiere jugar?

– Soy demasiado viejo. Si no te importa, me quedo aquí mirando.

Eve Drake hizo un gesto con la mano y los niños reanudaron su juego. T. C. Cook caminó hacia ellos bajo la brillante y cálida luz.

38

Holiday puso los dedos en el cuello de T. C. Cook y no encontró pulso. El viejo tenía la cara cerúlea bajo la luz del Mercury. Holiday había visto bastantes cadáveres para saber que estaba muerto.

Cerró la puerta y volvió a su Lincoln, desde donde llamó a Gus Ramone para contarle lo que había pasado. Ramone prometió acudir enseguida.

Holiday volvió al Marquis y se quedó mirando a Cook.

«Lo he matado -pensó-. Ya no tenía fuerzas para este trabajo.»

Por los guantes de látex que llevaba puestos y la linterna y la palanca en el suelo, Holiday supo que Cook tenía intenciones de entrar en la casa de Reginald Wilson.

En el asiento delantero encontró la grabadora junto al Stetson. Rebobinó y escuchó la grabación. Se le agolparon las emociones al oír al viejo mencionar su nombre y alabarle. Cuando terminó se guardó la cinta en el bolsillo y también los guantes que llevaba Cook. Luego metió en el maletero de su Town Car la grabadora, la palanca y la linterna. Y ya que estaba, pasó algunos objetos del maletero de Cook al suyo, entre otras cosas varias herramientas policiales y un trapo que utilizaría más tarde para limpiar sus huellas en el coche de Cook.

Todo estaba muy tranquilo. No había salido nadie de ninguna casa, no había pasado ningún coche. Holiday se sentó en la cuneta a fumarse un Marlboro. Cuando encendía el segundo apareció el Tahoe de Ramone, que se detuvo detrás del Town Car.

Ramone iba hablando con Regina por el móvil mientras entraba en P.G. County. Cuando terminó de contarle lo de Asa Johnson y los eventos del día, incluida la muerte de Cook, le prometió que no llegaría tarde a casa y le pidió que Diego le esperara levantado si podía. Quería hablar con él antes de que el chico se fuera a dormir.

Por fin apagó el motor y salió del SUV. Holiday se levantó para recibirlo. Se saludaron con un gesto, pero sin palabras. Luego Ramone se acercó al Marquis para examinar a Cook y volvió con Holiday, que estaba apoyado en el Lincoln.

– ¿Qué hacía aquí? -preguntó.

– Ésa es la casa de Reginald Wilson.

– El guardia de seguridad.

– Sí.

– ¿Y qué hacía, vigilarlo?

– Hacía lo que lleva haciendo los últimos veinte años. Buscando la solución del caso.

– Es mucho tiempo para seguir una corazonada.

– Cook no se equivocaba mucho cuando estaba en Homicidios. Si pudieras hacerle a Wilson una prueba de ADN…

– No hay causa probable.

– Que le den por culo a la causa probable.

– Estaría bien que las cosas funcionaran así.

Holiday encendió otro cigarrillo. Le temblaba la mano.

– ¿Has informado de esto? -preguntó Ramone.

– Todavía no.

– ¿Y cuándo pensabas llamar?

– Cuando lo saque de esta calle. Me lo voy a llevar a Good Luck Road y aparcaré su coche en un centro comercial. Luego borraré mis huellas y haré una llamada anónima.

– Se está convirtiendo en una costumbre para ti.

– No quiero que lo encuentren aquí.

– ¿Por qué no?

– Hace mucho tiempo el Post sacó un artículo sobre Cook -explicó Holiday-. Y el titular era algo como: «Los Asesinatos Palíndromos, obsesión del detective jubilado.» En el artículo citaban a Cook diciendo que sospechaba de un tal Reginald Wilson que por aquel entonces había sido encarcelado con otros cargos. Presentaban a Cook como si estuviera medio chiflado. Es posible que a algún periodista se le ocurra repasar el material de la morgue y relacionar a Cook con Wilson y con esta calle. Y el viejo no debería irse así, no se lo merece.