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– Puede que no, pero tú estás cometiendo un delito.

– No debería haber dejado que viniera conmigo, así que le debo al menos un poco de dignidad en la muerte.

– El hombre estaba enfermo, Danny. Le había llegado su hora. No parece que sufriera mucho en el momento.

– Murió sin saber.

– Es posible que nunca se sepa qué pasó. Lo más probable es que el caso de los Palíndromos no se resuelva nunca, y tú lo sabes. No siempre ganamos, no siempre hay un final feliz.

– Cook no buscaba la gloria, quería resolver el caso por aquellos niños.

– ¿Y cómo se resuelve un asesinato? Dímelo porque de verdad me gustaría saberlo.

– ¿De qué me estás hablando?

– ¿Acaso si encontramos al asesino les devolveremos la vida a esos niños? ¿Ayudaría a las familias a superarlo? ¿Qué se «resolvería», exactamente? -Ramone movió la cabeza con amargura-. Yo hace ya tiempo que abandoné la idea de que estaba consiguiendo algo. De vez en cuando logro que encierren de por vida a algún hijo de puta, que ya no puede volver a matar. Así es como yo defiendo a los caídos. Pero ¿resolver? Yo no resuelvo una mierda. Voy al trabajo todos los días e intento proteger a mi mujer y a mis hijos de todo lo malo que hay por ahí. Ésa es mi misión. Eso es lo único que puedo hacer.

– No me lo creo.

– Bueno, tú siempre fuiste mejor policía que yo.

– Eso no es verdad. Tú dices que era bueno, y el viejo también lo decía. Pero no es verdad.

– Eso es ya historia.

– No. Esta noche he estado hablando un momento con el agente al que seguía, Grady Dunne. El tío no tenía nada que ver con Asa Johnson o Reginald Wilson, pero estaba sucio. Vamos, que era una auténtica manzana podrida. -Holiday dio una calada y exhaló el humo hacia sus pies-. Así era yo antes de que me largaran. Joder, el hijo de puta hasta se parecía a mí.

– Pobrecillo.

– Hablo en serio. Le miraba y veía en lo que me habría convertido si me hubiera quedado en el cuerpo. En eso me habría convertido. Es innegable que lo mío iba a acabar mal. Hiciste bien al ir a por mí, y yo tuve suerte de poder largarme sin más.

– Las malas hierbas como él acaban eliminándose solas.

– A veces -replicó Holiday-. Y a veces necesitan un empujoncito.

Holiday tiró el cigarrillo a la calle.

– ¿Sigues pensando en mover al viejo? -preguntó Ramone.

– Estoy decidido.

– Llámame cuando termines, y te recojo.

Así lo hicieron. Ramone fue a buscarlo y lo devolvió a su Lincoln. Oyeron a lo lejos las sirenas de los coches patrulla, que llegaban antes que la ambulancia, y se dieron la mano.

– Adiós, Doc. Tengo que volver a casa.

Nada más poner el coche en marcha Ramone llamó a Regina a casa.

– ¿Gus?

– Ese mismo. ¿Todo bien?

– Diego todavía está levantado. Alana está en su cuarto, hablando con sus muñecas. Te estamos esperando.

– Vuelvo a la nave nodriza. Te quiero.

Ramone entró en su casa de Rittenhouse y guardó la pistola y la placa en su cajón. La planta baja estaba en silencio. Se acercó a la mesita del salón donde tenía los licores y se sirvió un Jameson. Le sentó bien, podía haber terminado toda la botella. De no ser por su familia, se podría haber convertido fácilmente en esa clase de hombre.

Comprobó las cerraduras de las puertas de la casa y subió al piso de arriba.

En el pasillo vio la luz debajo de la puerta de su dormitorio. Entró en la habitación de Alana y se la encontró dormida en la cama, con las Barbies, Kens y Groovy Girls alineadas sobre la manta de espaldas a la pared, en una ordenada fila. Se inclinó para darle un beso en la mejilla y le apartó un mechón de pelo rizado y húmedo de la frente. Luego se la quedó mirando un momento antes de apagarle la luz de la mesilla.

A continuación fue al dormitorio de Diego, llamó a la puerta y entró. Diego estaba sobre las sábanas, escuchando un disco de los Backyard con el volumen bajo. Hojeaba un ejemplar de la revista Don Diva, pero no parecía hacerle mucho caso. Tenía los ojos hinchados y parecía que había llorado. Su mundo se había vuelto del revés. Ya se enderezaría, pero jamás sería tan acogedor como antes.

– ¿Estás bien?

– Estoy hecho polvo, papá.

– Vamos a hablar un rato. -Ramone acercó una silla a la cama-. Y luego tienes que dormir.

Poco después Ramone cerraba la puerta de Diego y se dirigía a su dormitorio. Regina estaba leyendo en la cama, con la cabeza sobre dos almohadas. Se miraron un largo momento y luego Ramone se desnudó y entró al baño, donde se lavó a conciencia, intentando quitarse el aliento a cerveza y licor. Se metió en la cama en calzoncillos. Regina se volvió hacia él para abrazarlo. Ramone le besó los labios una y otra vez, hasta excitarse y besarla con la boca abierta. Ella le apartó con suavidad.

– ¿Qué te crees que estás haciendo? Te estás volviendo muy ansioso. Dos seguidos.

– Bueno, soñar es gratis, ¿no?

– Pues más te vale dormirte antes de empezar a soñar., Ya llevas dos noches volviendo a casa apestando a alcohol.

– Es el colutorio, que lleva un poco.

– Sí, ya, el colutorio ese de Dublín, ¿no?

– Venga ya, Regina.

– Tú y tu nuevo amigote de borracheras, Doc Holiday.

– Doc es un buen tío.

– ¿Qué pinta tiene ahora?

– Pues tiene un poco de barriga. La llaman la Curva Holiday.

Volvieron a abrazarse. Regina encajaba perfectamente en él. Era como si fuesen una sola persona, dividida cada día, unida de nuevo a la noche. Ramone no se imaginaba estar separado de ella, ni siquiera en la muerte.

– Hueles a alcohol y tabaco, como cuando empezábamos a salir, cuando aparecías por mi casa después de que cerraran los bares. ¿Cómo se llamaba aquel local que te gustaba tanto, donde iban siempre aquellas chicas blancas tan modernas? ¿El Constipado?

– El Constable. Pero ése no era yo. O por lo menos ahora no me lo parece.

– Y ahora tenemos esto, y todas las dificultades que implica.

– Y lo bueno también.

Regina apagó la lámpara. Los ojos se les fueron acostumbrando poco a poco a la oscuridad. Ramone le acarició el brazo con los dedos.

– ¿Qué vamos a hacer con Diego? -preguntó Regina.