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– Sí, un club será lo mejor. Así podrá pasearse con su abrigo y hacerse el tipo duro. Ponlo en algún club de striptease durante un tiempo. Le diré que si no aprende a llevar las cosas como debe, se va a tener que buscar un trabajo en la Ford, como los perdedores. Necesita que alguien le dé un repaso, como solía decir mi viejo. Puede que así recupere el sentido.

Michael asintió en señal de acuerdo y los tres hombres charlaron amistosamente el resto de la noche. Arnold estaba que se salía al ver cómo habían ido las cosas y al pensar que por fin su vida empezaba a cambiar. Estaba deseando decírselo a Annie, pero consideró prudente esperar hasta que Danny Boy le diera su consentimiento. No quería bajo ningún pretexto ofenderlo en ese momento, mucho menos cuando le estaba preguntando muchas cosas acerca de su futuro. El suyo y el de su hermana; esa hermana a la que ahora veneraba y deseaba lo mejor. Danny Boy cambiaba como el tiempo y más le valdría tenerlo en cuenta para el futuro. Al igual que hacían todos los que le rodeaban.

Jonjo se encontraba en un club privado que Danny Boy había adquirido hacía muchos años como pago de una deuda. Una deuda muy pequeña en comparación con el pago que había exigido. Estaba de coca hasta el cogote y se estaba haciendo el duro cuando nadie esperaba que se comportase como tal. Se aprovechaba al máximo de su nombre para conseguir lo que se le antojaba y le encantaba sentirse poderoso, saber que podía hacer lo que le diera la gana sin que nadie le pusiera objeciones.

En su interior, sin embargo, sabía que esas personas a las que trataba de impresionar se reían de él y lo consideraban un pelele, un payaso. Precisamente por eso era tan ruin e impredecible. Y precisamente por eso odiaba a su hermano aún más que a sí mismo.

Esnifar coca y beber alcohol lo hacía sentirse capaz de cualquier cosa, pero no había suficiente coca ni alcohol en el mundo para ocultar la realidad de los hechos y él lo sabía mejor que nadie. Al menos, mejor que toda esa pandilla de gilipollas con los que estaba reunido.

Cuando Jonjo pidió otra ronda, otra que pagaría él, o mejor dicho, su hermano, sonrió alegremente a los que le rodeaban. Eran chorizos de poca monta, delincuentes de tercera clase que estaban a sueldo o servían como recaderos. Ninguno de ellos había sabido abrirse camino; en definitiva, más o menos como él.

Uno de ellos, un joven apuesto que tenía el don de sonsacarle a cualquiera unas cuantas libras, se reía con él. Jonjo, sin embargo, sintió una antipatía repentina por él. Miró sus dientes blancos y parejos, sus ojos azules de largas pestañas, y creyó que le estaba tomando el pelo. Era evidente que podía acabar con Jonjo sin hacer demasiados esfuerzos, pero probablemente no lo haría, dadas las circunstancias y sus conexiones familiares. El muchacho se llamaba Donald Hart y, cuando Jonjo lo amenazó, fue el primero en sorprenderse de su reacción.

– ¿Me estás tomando el pelo, Donald? Nadie te ha dado permiso para reírte.

Donald se dio cuenta de lo que pretendía y se encogió de hombros tratando de mantener una actitud pacífica. Sabía que Jonjo era un privilegiado en muchos aspectos, sobre todo en lo referente a darle un buen sopapo en la cara, pero Donald, al contrario que Jonjo, era un joven orgulloso que no estaba dispuesto a aguantarle esa falta de respeto ni que se desahogase porque se sintiera insatisfecho con su propia vida. Si Jonjo buscaba pelea, la encontraría, sin importarle las consecuencias. Era una cuestión de autoestima. Donald no tenía gran cosa en la vida, salvo su orgullo, y no pensaba permitir que un gilipollas como ése se lo pisoteara.

Donald negó con la cabeza y respondió tranquilamente:

– No creo que necesite de tu puñetero permiso para reírme, Jonjo. Y si quieres pelea, por mí no hay problema, pero entre tú y yo, de hombre a hombre.

Donald puso la copa en la barra y se apartó del grupo para flexionar la espalda y disponerse a pelear.

Jonjo se quedó perplejo por unos instantes; el hecho de que nadie interfiriera para impedir la pelea ya era una muestra de la poca consideración que le tenían esos que él llamaba amigos. En cierta ocasión, muchos años atrás, había escuchado que Danny le decía a su padre: «Quítale a esos que llamas amigos la A y añádele Ene y verás lo que te queda».

Hasta entonces no había entendido a qué se refería, pero ahora sí. Al igual que su padre, las personas que lo rodeaban no eran sus amigos, sino personas que lo utilizaban, que lo soportaban y que ahora se alegraban de ver su destrucción a manos de alguien que sí se había ganado su aprecio y al que respaldarían pasase lo que pasase. Danny, además, creería más la versión de ellos que la suya.

Donald esperaba pacientemente a que él iniciara la pelea que al parecer había reclamado con tanto descaro y sin medir las consecuencias. Esperaba como si fuese un don nadie, sólo un mierda que estaba a punto de rogar por su vida.

Donald no tenía la más mínima intención de pasar por alto su chulería. Al igual que Danny Boy Cadogan antes que él, prefería morir a ser considerado un cobarde o ser tratado como un pelele en público. De hecho, estaba deseando que empezara el espectáculo. Tenía algo que demostrar y pensaba hacerlo con la mayor saña posible, pues, al fin y al cabo, tenía muy poco que perder. Le daba igual que lo colgasen por matar una oveja que un cordero.

– ¿Qué pasa, Jonjo? ¿Me vas a tener esperando toda la noche?

Jonjo Cadogan se había encontrado con la horma de su zapato. Miró a los hombres que lo rodeaban, vio sus miradas llenas de ira y goce por poder presenciar la paliza que iba a recibir y, por primera vez en la vida, supo que estaba solo. En ese momento se dio cuenta de lo bien que le había protegido Arnold, de lo mucho que le había facilitado las cosas y de lo mal que él lo había tratado causando un incidente internacional antes de que la serie East Enders [7] apareciera en televisión. Él siempre provocaba a la gente sin medir las consecuencias. ¿Qué consecuencias? Él era el hermano de Danny Boy y sólo un lunático se atrevería a enfrentarse a él. Al igual que todos los cobardes, pensaba cómo salir airoso de esa situación cuando notó que el primer puñetazo lo golpeaba de lleno en la mandíbula. Cayó al suelo como un saco de mierda, al menos así es como lo describieron todos los que fueron testigos de su humillación. Era algo que se había visto venir desde hace tiempo y, al parecer, todo el mundo lo esperaba menos él.

Capítulo 29

– ¿Con que Donald te cogió desprevenido?

Jonjo asintió. Tenía la cabeza hinchada como un balón de fútbol, al menos así la sentía.

– Eres un jodido mentiroso, Jonjo. ¿Por qué me mientes?

– No te estoy mintiendo. Me atacó cuando menos lo esperaba.

Danny Boy levantó la mano como si ya hubiese oído lo suficiente, como si le aburriese el tema.

– Me han dicho que te tiró al suelo de un solo puñetazo, después, claro, de que tú lo insultaras y lo provocaras.

La voz de Danny Boy era neutral y Jonjo se dio cuenta de que aquello resultaba peligroso. Mientras Danny Boy hablase con cierta inflexión en la voz, uno se podía considerar a salvo, pero si hablaba como quien no quiere la cosa, entonces lo tenías claro. Jonjo sabía que ya le habrían contado la historia a su hermano y que él llevaba todas las de perder, así que más le valía reconocer los hechos y comportarse como un niño bueno.

Danny se sentó en el borde de su cama, de esa cama que su madre había hecho con tanto cuidado, y lo miró a los ojos antes de cogerlo por el cuello con todas sus ganas. Le enterró la cabeza contra las almohadas, esas que habían sido tan cuidadosamente apelmazadas por la mujer que los había engendrado a los dos y le apretó la garganta hasta dejarlo sin aliento. Luego lo soltó y, en voz baja, le dijo:

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[7] East Enders-. Serie televisiva de la BBC. [N. del T.]