La policía sería sobornada con dinero, como siempre, pero la oportunidad de echarle mano y de implicarlo, ya fuese con el juego o con las mujeres, se había desvanecido por completo. Sin Jeremy, no tenían nada de qué acusarle. Ahora se trataba únicamente de limitar los daños, pero Mangan jamás saldría a relucir, pasara lo que pasara.
Lawrence arrojó un sobre marrón grande al otro lado del escritorio y Danny Boy se quedó sorprendido de lo grueso que era. Pensó que algún día sería como ese hombre, pues estaba decidido a ponerse a su altura, ser su igual y no su empleado.
– Hay veinte de los grandes, diez por el trabajo y diez por tu salario mensual. Ahora trabajas para mí, muchacho. Pero guárdalos durante un tiempo. Te pagaré cada seis semanas y, cuando te necesite, me pondré en contacto contigo.
Danny asintió, cogió el sobre y se lo metió en el bolsillo sin abrirlo.
– Gracias, señor Mangan.
Habló con el respeto que agradaba y exigía ese hombre.
Lawrence lo observó cuando se marchaba y se percató de su fortaleza, de la solidez de sus jóvenes músculos y de la malicia que escondía su personalidad. Danny Boy Cadogan sería alguien a tener en cuenta, de eso no cabía duda, pues tenía la habilidad de hacer lo que se le pidiera sin hacer preguntas. Al fin y al cabo, ese muchacho había eliminado a los Murray y había dejado tullido a su propio padre, por eso no cabía duda de que sabía jugar a ese juego.
Cuando oyó que abandonaba el local, Lawrence Mangan se dirigió a su otra oficina. Allí estaba su viejo amigo esperándole:
– Me aconsejaste bien, Lou. El muchacho sabe lo que hace. Vaya cabrón que está hecho.
Louie se encogió de hombros sin darle importancia.
– Es un buen muchacho, pero te aconsejo que tengas cuidado con él. Tú viste el cuerpo de Jeremy. Pues bien, si le conozco bien, te diré que seguramente ha disfrutado hasta el último segundo. Es como un perro rabioso. Si le das de beber y de comer, no habrá problemas; pero si no le das de comer o le haces daño, tendrás que vértelas con él.
Louie habló con tristeza porque recordaba al joven que había aparecido por primera vez en su desguace buscando trabajo. Ese muchacho había desaparecido y ya jamás regresaría. Ésa era la parte negativa del mundo en que vivía, y Danny Boy Cadogan, gracias al hombre que lo había engendrado, ahora encajaba perfectamente en él.
Capítulo 9
Michael abrió los ojos, vio la luz cegadora del día y los cerró de nuevo. Notó que ya era de tarde. Sin mirar el reloj que estaba a su lado, supo que serían las cuatro o las cinco de la tarde. El día ya se había acabado.
La chica se agitó y por eso se dio cuenta de que no estaba solo. Parpadeando, volvió a abrir los ojos y la miró; estaba acurrucada, hecha un ovillo, con su cuerpo pegado al suyo. Se sintió aliviado al saber que no la conocía de nada. Tenía el pelo largo y rubio, y un rostro infantil. Por lo que veía, tenía unos hombros estrechos y unas bonitas piernas. Hizo un esfuerzo por tratar de recordar cómo la había conocido, pero no pudo.
Se levantó de la cama con sumo cuidado. Le alegró saber que no se encontraba en su casa y que podría marcharse antes de que ella se levantase y empezara con la cantinela acostumbrada. Las chicas lo sorprendían a veces. Se acostaban contigo, un completo extraño, y al día siguiente ya esperaban que las tratases como si fuesen reinas. El las aborrecía a todas.
Mientras se vestía, volvió a mirarla. Era una muñeca muy bonita, con unos pechos pequeños para su gusto, pero sin duda no escasos. No era la primera vez que se acostaba con una de esas chicas: fulanas del tres al cuarto que se buscaban la vida. Luego, para colmo, creían que, por el mero hecho de habérselas follado, ya tenían algún derecho sobre él. A veces resultaba engorroso porque se le habían acercado cuando estaba en público, siempre mascando chicle, sonriendo y con una familiaridad que le provocaba un rechazo inmenso aun antes de que hubieran abierto la boca. Aquello tenía que acabar, porque se estaba convirtiendo en una fea costumbre. Cuando se puso los mocasines un tanto compungido, se dio cuenta de que ella ya se había despertado y lo estaba observando.
– ¿Te vas?
Era una pregunta, ni más ni menos. Asintió, tratando de evitar discusiones a menos que fuese necesario.
– De acuerdo. ¿Nos vemos luego?
A su manera, era una chica guapa y atractiva. Tenía el cuerpo tenso por el deseo. Michael se dio cuenta de que sabía tanto de él como él de ella.
– Ya te llamaré.
La chica soltó una carcajada. Luego se sentó en la cama y se estiró perezosamente, mostrando todo su esbelto y joven cuerpo, y él lamentó repentinamente el querer haberse ido tan pronto. Con ingenuidad, dijo:
– No tengo teléfono, colega, así que deja tu número y ya veremos.
Asintió mientras se preguntaba dónde estaría y cómo había llegado hasta ese sitio. Tuvo la impresión de estar en el sur de Londres, no sabía por qué, pero ésa era la sensación.
Antes de bajar la mitad de las escaleras vio que se encontraba en una especie de squat[6]. Cerca de la entrada principal vio a Danny Boy apoyado en el marco de la puerta que conducía al salón de la casa, con su sonrisa de siempre.
– ¿Te encuentras bien, Mike? Pensaba que te había matado a polvos.
Aún conservaba su aspecto fresco y lozano. Michael envidiaba su capacidad para ingerir anfetaminas y mantenerse sobrio durante toda la noche.
– Estoy hecho una mierda, Dan.
Danny se rió.
– No lo tomes a mal, Mike, pero debería haber resuelto ese asunto yo solo.
Con un gesto, le indicó que lo siguiera hasta la cocina, y Michael se dio cuenta de que no le quedaba otra opción que obedecerle. El salón estaba vacío, salvo por una chica morena que yacía dormida en el suelo. Aún estaba borracha, pero su pelo moreno le trajo algo a la memoria. Pasó por encima de ella y entró en la diminuta cocina. El olor a basura y a ropa sucia le dio de lleno y se tuvo que llevar la mano a la boca para no vomitar de nuevo.
– Qué peste.
Danny aún sonreía cuando abrió la puerta trasera y salió a un patio que se suponía era el jardín. Había un viejo sofá bastante destartalado, pero que todavía parecía cómodo. Se sentaron uno al lado del otro. A su alrededor se oían los ruidos y se percibía el aroma típicos de los domingos por la tarde. Las radios estaban puestas y el olor de la carne asada impregnaba el aire de promesas. A los dos les entró un hambre voraz y repentina.
– Ayer se te fue la olla. ¿Te acuerdas de algo?
Michael negó con la cabeza pesadamente.
– La verdad es que no. ¿Está el coche fuera?
– Más vale que sí. Tienes treinta de los grandes en el maletero.
Danny volvió a reír y Michael cerró los ojos al recordar los acontecimientos que habían tenido lugar la noche anterior. Llevándose las manos a la cabeza, gritó:
– No lo hicimos, ¿verdad? No me jodas, Dan, y dime que no lo hicimos.
Danny se reía a carcajadas y su risa era tan contagiosa que Michael empezó a reírse con él.
– Lawrence nos va a matar.
– ¿Por qué? Nos pidió que hiciésemos algo y lo hemos hecho. El dinero está en el coche, la deuda se ha cobrado y de paso nos hemos llevado un pellizco. Todo el mundo ha salido ganando.
– Pero treinta de…
Danny se había quedado serio.
– Nos hemos ganado ese dinero limpiamente y nadie puede reprocharnos haberlo cogido. Estaba allí y lo cogimos. Punto.