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—Lo sé.

—Pero es más complicado aún. A pesar de todo tu padre os dio nombres de santos. De hecho, os bautizó él mismo a los tres en cuanto os tuvo en casa nada más nacer. Tu madre puso objeciones. Discutieron sobre ello en las tres ocasiones, no porque no quisiera bautizaros sino porque no quería bautizaros como católicos. No han abandonado de verdad su religión. Te miran y te ven como un símbolo de orgullo, porque pudieron esquivar la ley y tener un Tercero. Pero eres también un símbolo de cobardía, porque no se atreven a ir más lejos y practicar el no conformismo, que siguen creyendo que es bueno. Y eres un símbolo de vergüenza pública, porque interfieres en sus esfuerzos por integrarse en la sociedad conformista normal.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Hemos examinado con el monitor a tu hermano y a tu hermana, Ender. Te asombraría saber lo sensibles que son los instrumentos. Hemos estado conectados directamente a tu cerebro. Hemos oído todo lo que oías, estuvieras escuchando con atención o no. Nosotros sabemos.

—O sea, que mis padres me quieren y no me quieren.

—Te quieren. La cuestión es si quieren que estés aquí. Tu presencia en esta casa es un trastorno constante. Una fuente de tensiones. ¿Lo entiendes?

—No soy yo el que causa las tensiones.

—No es lo que tú hagas, Ender. Es tu misma existencia. Tu hermano te odia porque eres la prueba viviente de que no fue suficientemente bueno. Tus padres están resentidos contra ti por todo el pasado que están tratando de eludir.

—Valentine me quiere.

—De todo corazón. Completa e instintivamente te idolatra, y tú la adoras. Ya te he dicho que no iba a ser fácil.

—¿Cómo es aquello?

—Mucho trabajo. Estudio, exactamente igual que en las escuelas de aquí, pero os hacemos estudiar matemáticas e informática mucho más a fondo. Historia militar. Estrategia y tácticas. Y sobre todo, la Sala de Batalla.

—¿Qué es eso?

—Juegos de guerra. Todos los chicos están organizados en ejércitos. Día tras día, en gravedad cero, hay batallas simuladas. Nadie sale herido, pero ganar o perder importa. Todos comenzáis como soldados rasos, recibiendo órdenes. Los chicos mayores son vuestros oficiales, y es su deber entrenaros y dirigiros en la batalla. No puedo decirte nada más. Es como jugar a insectores y astronautas, pero ahora tienes armas que funcionan, y compañeros que luchan a tu lado, y todo tu futuro y el futuro de la raza humana depende de lo bien que aprendas, de lo bien que luches. Es una vida dura, y no tendrás una infancia normal. De todas formas, teniendo el cerebro que tienes y siendo además un Tercero, no ibas a tener una infancia muy normal.

—¿Todos chicos?

—Unas pocas chicas. No suelen pasar la prueba de admisión. Hay demasiados siglos de evolución en su contra. De todas formas, ninguna de ellas será como Valentine. Pero tendrás compañeros, Ender.

—¿Como Peter?

—Peter no fue aceptado por las mismas razones por las que tú le odias.

—No le odio, sólo le.

—Tienes miedo. Peter no es malo del todo, Ender. Ha sido el mejor que hemos visto en mucho tiempo. Pedimos a sus padres que tuvieran a continuación una hija, que iban a tener de todas formas, en la esperanza de que Valentine fuera como Peter, pero más apacible. Salió demasiado apacible. Por eso probamos contigo.

—Para ser mitad Peter y mitad Valentine.

—Si las cosas salían bien.

—¿Lo soy?

—Por lo que sabemos, sí. Nuestras pruebas son muy buenas, Ender, pero no nos dicen todo. De hecho, cuando llega el momento de la verdad, no nos dicen casi nada. Pero son mejor que nada. —Graff se inclinó hacia Ender y tomó sus manos entre las suyas—. Ender Wiggin, si se tratara simplemente de elegir el futuro mejor y más feliz para ti, te aconsejaría que te quedaras en casa. Quédate aquí, crece, sé feliz. Hay cosas peores que ser un Tercero, hay cosas peores que tener un hermano mayor que no se decide entre ser un ser humano o un chacal. La Escuela de Batalla es una de esas cosas peores. Pero te necesitamos. Ahora, los insectores pueden ser para ti sólo un juego, Ender, pero la última vez casi nos borran del mapa. Pero no fue suficiente. Nos cogieron en frío, inferiores en número y en armamento. Lo único que nos salvó fue que teníamos el comandante militar más brillante que hemos tenido nunca. Llámalo destino, llámalo Dios, llámalo suerte si quieres, pero teníamos a Mazer Rackham.

»Pero ahora no lo tenemos, Ender. Hemos hecho acopio de todo lo que la humanidad podía producir, una flota que hace que la que mandaron contra nosotros la última vez parezca un puñado de niños jugando en una piscina. Tenemos nuevas armas también. Pero aun así, puede que no sea suficiente. Porque en los ochenta años que han pasado desde la última guerra, ellos han tenido el mismo tiempo que nosotros para prepararse. Necesitamos lo mejor, y lo necesitamos pronto. A lo mejor no nos sirves, o a lo mejor sí. A lo mejor te rompes ante tanta presión, a lo mejor ello arruina tu vida, a lo mejor me odias por haber venido a tu casa hoy. Pero si hay una sola posibilidad de que por estar tú con la flota, la humanidad sobreviva y los insectores nos dejen en paz para siempre, entonces te voy a pedir que lo hagas. Que vengas conmigo.

Ender tenía problemas para enfocar al coronel Graff. Ese hombre parecía muy lejano y muy pequeño, como si Ender pudiera agarrarle con unas pinzas y metérselo en el bolsillo. «Dejar todo aquí e ir a un lugar que es muy duro, sin Valentine, sin mamá y papá.»

Y luego pensó en las películas de insectores que todo el mundo tenía que ver por lo menos una vez al año. La Masacre de China. La Batalla del Cinturón. Muerte, sufrimiento y dolor. Y Mazer Rackham y sus brillantes maniobras, destruyendo a una flota enemiga de doble tamaño y de doble capacidad de fuego, con las pequeñas naves humanas que parecían tan frágiles y débiles. Como niños luchando contra mayores. Les vencimos…

—Tengo miedo —dijo Ender en voz baja—, pero iré con usted.

—Dilo otra vez —dijo Graff.

—Es para lo que he nacido, ¿no? Si no voy, ¿porqué existo?

—No es suficiente —dijo Graff.

—No quiero ir —dijo Ender—, pero iré.

Graff asintió con la cabeza.

—Puedes cambiar de opinión. Hasta el momento en que subas a mi coche conmigo, puedes cambiar de opinión. Después estarás a disposición de la Flota Internacional. ¿Lo entiendes?

Ender asintió con la cabeza.

—Está bien. Vamos a decírselo.

Su madre lloró. Su padre le abrazó fuertemente. Peter le estrechó la mano y le dijo:

—Eres un tonto con suerte, come pedos.

Valentine le besó y dejó lágrimas en su mejilla.

No había nada que empaquetar. Nada que llevarse. «La escuela proporciona todo lo que necesitas, desde uniformes hasta accesorios escolares. En cuanto a los juguetes, sólo hay un juego.»

—¡Adiós! —dijo Ender a su familia. Se enderezó, cogió la mano del coronel Graff y salió por la puerta con el.

—¡Mata a unos cuantos insectores por mí! —gritó Peter.

—¡Te quiero, Andrew! —exclamó su madre.

—¡Te escribiremos! —dijo el padre.

Y cuando llegaron al coche que esperaba en silencio en el corredor, oyó el grito de angustia de Valentine:

—¡Vuelve a mí! ¡Te querré siempre!

4

LANZAMIENTO

—Con Ender tenemos que mantener un equilibrio delicado. Tenemos que aislarle lo suficiente para no ahogar su creatividad, pues en caso contrario adoptará el sistema imperante aquí y le echaremos a perder. Y, al mismo tiempo, necesitamos asegurarnos de que conserva una fuerte capacidad de mando.