La grabación de la conferencia de prensa conjunta del FBI y la policía de Nueva York terminó con una andanada de preguntas por parte de los periodistas, pero todos los personajes importantes parecían haberse esfumado, dejando al diminuto Alan Parker solo en el podio, con el aire de un ciervo sorprendido bajo la luz de los faros.
La locutora presentó luego la segunda conferencia de prensa celebrada en el ayuntamiento, con intervenciones del alcalde, el gobernador y otros políticos, todos los cuales prometían hacer algo pero sin concretar en absoluto qué era lo que iban a hacer. Lo importante era que tenían la oportunidad de salir en televisión.
Hubo después un vídeo de Washington mostrando al director del FBI y al subdirector de la sección de contraterrorismo, con quien nos habíamos reunido en el cuartel general del FBI. Todos hicieron una declaración sombría pero optimista.
El subdirector aprovechó la oportunidad para anunciar de nuevo la recompensa de un millón de dólares por cualquier información que condujese a la detención de Asad Jalil. Ni siquiera dijo «condena», sólo detención. Para los que estaban en el ajo, se trataba de algo insólito y denotaba un alto grado de ansiedad y desesperación.
A continuación, hubo una rápida escena de la Casa Blanca, en la que el presidente formuló una declaración cuidadosamente redactada que, según me pareció, podría servir casi para cualquier ocasión, incluso para la semana de la Biblioteca Nacional.
Observé que toda la información, incluidas largas conferencias de prensa, había durado unos siete minutos, lo cual es mucho para un telediario. Quiero decir que yo tengo metida en la cabeza la jocosa escena en la que un locutor lee con voz monótona las noticias del día y dice: «Un meteorito se dirige hacia la Tierra y destruirá el planeta el miércoles.» Y luego se vuelve hacia el cronista deportivo y dice: «Bueno, Bill, ¿y qué hay del partido de hoy de los Mets?»
Quizá exagero pero había una noticia de cierta importancia, acerca de la cual yo tenía un conocimiento de primera mano, y ni siquiera yo podía seguir el caleidoscopio de imágenes y sonidos.
Pero todas las cadenas prometían un reportaje especial a las once y media, y esos reportajes solían ofrecer una información mejor y más amplia. Los noticiarios habituales eran más bien atracciones populares.
La cuestión, no obstante, era que había saltado la liebre y la foto de Asad Jalil estaba en las ondas. Deberían haberlo hecho antes, pero más vale tarde que nunca.
Kate apagó el televisor con el mando a distancia y encendió el tocadiscos con el mismo mando. Asombroso.
– Quiero ver la reposición de esta noche de «Expediente X», el episodio ése en que Mulder y Scully descubren que su ropa interior es una forma de vida extraterrestre -dije.
No respondió.
Había llegado el Momento.
Se sirvió otro whisky, y vi que realmente le temblaba la mano. Se me acercó deslizándose sobre el sofá, y yo la rodeé con el brazo. Bebimos del mismo vaso mientras escuchábamos a la sexy Billie Holiday cantando Soledad.
Carraspeé y dije:
– ¿Podemos ser sólo amigos?
– No. Ni siquiera me gustas.
– Oh…
Bueno, nos besamos, y en cosa de dos segundos el pequeño Juanito se convirtió en el malvado Juanón.
Antes de darme cuenta, todas nuestras ropas se hallaban dispersas por el suelo y sobre la mesita, y yacíamos desnudos, de costado, frente a frente en el sofá.
Si el FBI concediese medallas a los buenos cuerpos, Kate Mayfield recibiría una estrella de oro con incrustaciones de diamantes. Quiero decir que yo estaba demasiado cerca para ver su cuerpo pero, como la mayoría de los hombres en esta clase de situaciones a oscuras y a corta distancia, había desarrollado el sentido del tacto de un ciego.
Mis manos se deslizaban sobre sus muslos y sus nalgas, por entre sus piernas y a lo largo del vientre hasta los pechos. Su piel era suave y fría, como a mí me gusta, y sus músculos estaban evidentemente tonificados por la gimnasia.
Mi propio cuerpo, si a alguien le interesa, puede ser descrito como vigoroso pero flexible. En otro tiempo yo tenía un vientre liso como una tabla de planchar pero desde que recibí un balazo en la región inguinal desarrollé una cierta adiposidad, como una especie de toallita húmeda enrollada sobre la tabla.
El caso es que Kate me pasó la mano sobre la nalga derecha y se detuvo al encontrar la dura cicatriz que tengo en la parte inferior.
– ¿Qué es eso?
– Orificio de salida.
– ¿Por dónde entró?
– Bajo vientre.
Llevó la mano a mi región inguinal y exploró hasta encontrar el lugar situado a unos siete centímetros al norte y al este de Monte Pajarito.
– Oooh… le anduvo cerca.
– Más cerca, y sólo seríamos amigos.
Se echó a reír y me abrazó con tanta fuerza que me dejó sin aire el pulmón malo. Santo cielo, aquella mujer era fuerte.
En algún recóndito lugar de mi mente albergaba la seguridad de que Beth Penrose no aprobaría aquello. Yo tengo conciencia pero Wee Willie Winkie carece de ella por completo, así que para resolver el conflicto, desconecto el cerebro y dejo que Willie tome el mando de la situación.
Estuvimos tocándonos, abrazándonos y apretujándonos durante unos diez minutos. Hay algo exquisito en la exploración de un nuevo cuerpo desnudo…, la textura de la piel, las curvas, las colinas y los valles, el sabor y el aroma de una mujer. A mí me gusta la estimulación previa pero Willie se impacienta, así que sugiero que nos vayamos al dormitorio.
– No, házmelo aquí -replicó.
No es problema. Bueno… un poco problemático sí que resulta en el sofá pero donde está Willie siempre hay solución.
Se encaramó encima de mí, y en un instante modificamos el carácter de nuestra relación profesional.
Me quedé tumbado en el sofá mientras Kate iba al cuarto de baño. No sabía qué clase de anticonceptivo utilizaba pero no veía cunas ni parques en el apartamento, por lo que imaginaba que tenía controlado el asunto.
Regresó al cuarto de estar y encendió la lámpara que había junto al sofá. Se quedó de pie, mirándome, y yo me incorporé. Podía ver ahora su cuerpo entero, y era realmente exquisito, más rotundo de lo que había imaginado en las pocas ocasiones en que la había desnudado mentalmente. También advertí que era rubia natural, arriba y abajo, pero eso ya lo imaginaba.
Se arrodilló delante de mí y me separó las piernas. Observé que tenía una toallita húmeda en la mano y frotó un poco el cohete con ella, lo que estuvo a punto de provocar otro lanzamiento.
– No está mal para un viejo -comentó-. ¿Tomas Viagra?
– No, tomo nitrato potásico para mantenerlo flojo.
Se echó a reír. Luego se inclinó y apoyó la cabeza en mi regazo. Yo le acaricié el pelo.
Levantó la cabeza y nos cogimos las manos. Ella vio la cicatriz de mi pecho, la tocó y pasó la mano hacia mi espalda hasta que sus dedos encontraron el orificio de salida.
– Esta bala te fracturó la costilla anterior y la posterior.
Supongo que las damas del FBI conocen estas cosas. Muy clínico. Pero mejor que «oh, pobrecito, debió de ser muy doloroso».
– Ahora le puedo decir a Jack dónde te hirieron-rió y me preguntó-: ¿Tienes hambre?
– Sí.
– Muy bien. Prepararé unos huevos revueltos.
Entró en la pequeña cocina, y yo me levanté y empecé a recoger las prendas esparcidas.
– No te vistas -exclamó ella.
– Sólo quería ponerme un momento tus bragas y tu sostén.
Rió de nuevo.
La veía moverse desnuda por la cocina, como una diosa ejecutando ceremonias sagradas en el templo.
Rebusqué entre el montón de compact disc y encontré uno de Willie Nelson, mi música poscoital favorita.