– Sí.
– La Armada hizo un buen trabajo para nosotros aquella noche. No entraron en acción pero el solo hecho de saber que estaban allí para cubrirnos a la vuelta del ataque daba una gran tranquilidad.
– Sí, lo comprendo.
– Pero resultó que la cobarde aviación libia no nos persiguió una vez que terminamos el ataque. Seguramente -añadió-, sus pilotos estaban metidos debajo de la cama, meándose en los calzoncillos. -Rió.
Jalil recordó con vergüenza e ira su propio episodio de incontinencia. Carraspeó:
– Creo recordar que uno de los aviones norteamericanos fue derribado por la fuerza aérea libia -dijo.
– En absoluto. Los libios ni siquiera despegaron.
– Pero ustedes perdieron un aparato, ¿no?
Satherwaite miró de soslayo a su pasajero y respondió:
– Sí, perdimos un aparato pero somos muchos los que estamos seguros de que el piloto cometió algún error, sobrevoló la playa a una altura demasiado baja y se estrelló contra el agua.
– Quizá fue derribado por un misil, o por fuego antiaéreo.
Satherwaite lo miró de nuevo.
– Sus defensas antiaéreas eran una porquería. Quiero decir que tenían toda esa alta tecnología de los rusos pero no tenían ni la cabeza ni los huevos necesarios para usarla. -Satherwaite reconsideró esta observación y añadió-: Aunque la verdad es que había mucha Triple A y una nube de misiles tierra-aire volando hacia nosotros. Yo tuve que maniobrar para evitar los misiles, ¿sabe?, pero con la Triple A lo único que se puede hacer es lanzarse hacia adelante, sin más.
– Fue usted muy valiente.
– Sólo estaba haciendo mi trabajo.
– ¿Y fue usted el primer avión que voló sobre Al Azziziyah?
– Sí. El avión de cabeza… Oiga, ¿he mencionado yo Al Azziziyah?
– Sí.
– ¿Sí? -Satherwaite no recordaba haber utilizado esa palabra, que apenas si acertaba a pronunciar-. De todos modos, mi armero, mi oficial de armamento, Chip… no puedo mencionar apellidos, pues el tío lanzó cuatro bombas; tres de ellas hicieron blanco, y la otra se le desvió, pero dio contra algo.
– ¿Dónde dio?
– No lo sé. Las fotos tomadas posteriormente desde el satélite mostraban… quizá unos cuarteles o casas… sin explosiones secundarias, así que no era lo que teníamos que destruir, que era un antiguo almacén de municiones italiano. ¿Qué más da? Le dio a algo. Eh, ¿sabe cómo se hace un recuento de bajas? El satélite cuenta los brazos y las piernas y divide entre cuatro. -Soltó una carcajada.
Asad Jalil sentía latirle violentamente el corazón y rogó a Dios que le diera fuerzas para dominarse. Inspiró profundamente varias veces y cerró los ojos. Aquel hombre, comprendió, había matado a su familia. Vio las imágenes de sus hermanos, Esam y Qadir, de sus hermanas, Adara y Lina, y de su madre, que le sonreía desde el Paraíso y rodeaba con los brazos a sus cuatro hijos. Sacudía la cabeza y movía los labios pero él no podía oír lo que estaba diciendo, aunque sabía que su madre estaba orgullosa de él y lo alentaba a culminar su tarea de vengar sus muertes.
Abrió los ojos y miró ante sí el firmamento azul. Una solitaria y brillante nube blanca pendía a la altura de sus ojos y comprendió que aquella nube contenía a su familia.
Pensó también en su padre, a quien apenas recordaba, y le dijo en silencio: «Haré que te sientas orgulloso, padre.»
Pensó luego en Bahira, y le asaltó de pronto la idea de que el monstruo que estaba sentado a su lado había sido en realidad el responsable de su muerte.
– Ojalá hubiera sido yo el encargado de Gadafi -dijo Satherwaite. Ese objetivo se lo asignaron a Paul, un bastardo con suerte. Quiero decir que no teníamos la seguridad de que el cabrón del árabe fuese a estar en el recinto militar aquella noche, pero los del G-2 creían que sí. Se supone que uno no debe asesinar a jefes de Estado. Alguna clase de estúpida ley… creo que fue el marica de Cárter quien firmó esa ley. No se puede intentar matar a jefes de Estado. Chorradas. Puedes destrozar civiles a bombazos, y no puedes matar al mandamás. Pero Reagan tenía más huevos que el marica de Cárter, así que Ronnie va y dice: «Adelante», y Paul es el que recibe el encargo. ¿Entiende? Su armero era ese Jim, el que vive en Long Island. Paul encuentra sin problemas la casa de Gadafi, y Jim lanza la bomba justo encima del objetivo. Adiós casa. Pero el pune-tero Gadafi está durmiendo en alguna jodida tienda o algo así lejos de allí… ¿le había contado esto? El caso es que el tío se libra sin más consecuencias que cagarse y mearse en los pantalones.
Asad Jalil inspiró profundamente y observó:
– Pero usted dijo que su hija resultó muerta…
– Sí… un fallo. Pero eso suele pasar en este jodido mundo, ¿no cree? Quiero decir que cuando intentaron matar a Hitler con una bomba, un montón de gente que había a su alrededor quedó hecha puré, y ese cabrón salió tan campante sin nada más que el bigote un poco chamuscado. ¿Qué está pensando Dios? ¿Lo sabe usted? Esta chica resulta muerta, nosotros quedamos como unos malvados y el cabrón del jefe no sufre ni un rasguño.
Jalil no respondió.
– Eh, y la otra misión buena le tocó a otra escuadrilla. ¿Se lo he contado? Esta otra escuadrilla tenía varios objetivos en el mismo Trípoli, y uno de ellos era la embajada francesa. Bueno, nadie lo reconoció jamás, y se dio por supuesto que se trataba de un error, pero uno de nuestros hombres lanzó una bomba justo sobre los jardines de la embajada francesa. No se quería matar a nadie, y era por la mañana temprano, de modo que no debía haber nadie por allí, y de hecho no había nadie. Pero piense en eso… alcanzamos la casa de Gadafi, y él está en el jardín. Luego bombardeamos adrede el jardín de la embajada francesa pero no hay nadie en la embajada. ¿Entiende lo que quiero decir? ¿Y si hubiera sido al revés? Alá estaba velando por ese cabrón aquella noche. Eso le da a uno que pensar.
Jalil sintió que le temblaban las manos y unos convulsivos estremecimientos le sacudían el cuerpo. Si hubieran estado en tierra, habría matado con sus propias manos a aquel perro blasfemo. Cerró los ojos y oró.
– Quiero decir que los franceses son buenos amigos nuestros -continuó Satherwaite-, aliados nuestros, pero se pusieron tontos y no quisieron dejarnos volar sobre su territorio, así que les mostramos que cuando las tripulaciones tienen que volar horas extra y se fatigan un poco pueden ocurrir accidentes. -Satherwaite soltó una carcajada-. Sólo un accidente. Excusez-moi! -Rió de nuevo y añadió-: ¿Tenía huevos Ronnie o no? Necesitamos más tipos como él en la Casa Blanca. Bush era un piloto de caza. ¿Lo sabía? Fue derribado por los japoneses en el Pacífico. Era un tío legal. Y luego nos vino ese jodido gallina de Arkansas… ¿le interesa la política?
Jalil abrió los ojos y respondió:
– En mi calidad de forastero en su país, no hago comentarios sobre política norteamericana.
– ¿No? Bueno, claro. De todos modos, los putos libios se llevaron lo que merecían por poner una bomba en aquella discoteca.
Jalil permaneció en silencio unos instantes y luego observó:
– Eso ocurrió hace mucho tiempo, y, sin embargo, parece usted recordarlo muy bien.
– Sí… bueno, es difícil olvidar una experiencia de combate.
– Estoy seguro de que la gente de Libia tampoco lo ha olvidado.
Satherwaite rió.
– Seguro que no. ¿Sabe? Los jodidos árabes tienen buena memoria. Quiero decir que dos años después de que bombardeáramos Libia, ellos hicieron estallar en pleno vuelo el Uno-Cero-Tres de Pan Am.
– Como dicen las escrituras hebreas: «Ojo por ojo y diente por diente.»
– Sí. Me sorprende que no tomáramos ninguna represalia por eso. De todos modos, el idiota de Gadafi acabó entregando a los tipos que pusieron la bomba. Y no dejó de sorprenderme. Quiero decir que ¿cuál es su juego?