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Kate estaba hojeando el Daily News y dijo:

– Aquí se me atribuye haber dicho que estuvimos muy cerca de capturar a Asad Jalil en el JFK pero que tenía cómplices en el aeropuerto y consiguió burlarnos.

Me miró.

– ¿Comprendes? -dije-. Por eso no teníamos que hacer declaraciones a la prensa. Jack o Alan o alguien lo hizo por nosotros.

Se encogió de hombros.

– Bueno, accedimos a ser… ¿cómo es la palabra?

– Cebo. ¿Dónde está tu foto?

– Tal vez la publiquen mañana. O esta tarde. Yo no salgo tan bien en las fotos -añadió, y se echó a reír.

Llegó el ascensor, y subimos en él junto con otras personas que iban a las oficinas de la BAT. Todos íbamos charlando de cosas intrascendentes, a excepción de los que leían el periódico. Un tipo me miró y volvió luego la vista a su periódico.

– Eh -exclamó-, estás en la lista de los hombres más buscados por Jalil.

Rieron todos. ¿Por qué yo no lo encontraba gracioso?

– No os acerquéis demasiado a Corey -dijo alguien.

Más risas. Cuanto más alto subía el ascensor, más estúpidos se hacían los chistes. Hasta Kate se sumó a la juerga.

– Yo tengo un frasco de tinte rubio Lady Clairol que puedo prestarte -dijo.

Ja, ja, ja. Si yo no fuese un caballero, habría anunciado que la Mayfield era una rubia muy natural.

El caso es que nos bajamos en el CMP, en el piso veintiséis, y Kate me dijo:

– Lo siento. Era divertido.

– Yo no le veo la gracia.

Echamos a andar hacia el CMP.

– Vamos, John. No corres ningún peligro.

– Entonces, utilicemos tu foto mañana.

– No me importa. Me ofrecí voluntaria.

Entramos en el CMP y nos dirigimos a nuestras mesas, saludando a los demás al pasar. Nadie hizo ningún comentario jocoso sobre mi foto en el periódico. Todo era muy profesional allí, y las bromas del ascensor eran una aberración, un momento de imprevisto comportamiento impropio del FBI. Los payasos del ascensor probablemente ahora estaban comentando el asunto entre risas. Si este centro de mando fuese mi antiguo Departamento de Homicidios, habrían puesto una ampliación de mi foto con el siguiente pie: «Asad Jalil está buscando a este hombre. ¿Puedes ayudarle a encontrarlo?»

Me senté a mi mesa. En realidad no había casi ninguna probabilidad de que mi foto en los periódicos, ni aun en la televisión, fuera a hacer salir a Jalil de su escondrijo, o de que yo me convirtiera en objetivo suyo. A menos que me acercara demasiado a él.

Kate se sentó enfrente de mí y empezó a examinar los papeles que cubrían su mesa.

– Dios mío, aquí hay toneladas de material.

– Casi todo es basura.

Escruté el New York Times en busca de la noticia del asesinato del banquero norteamericano en Frankfurt. Finalmente encontré un suelto de la Autoridad Portuaria que daba sólo unos sucintos detalles y no mencionaba ninguna relación con Asad Jalil.

Supuse que las diversas autoridades no querían ayudar a crear confusión entre la ciudadanía estadounidense y los agentes que estaban buscando a Jalil aquí.

Le pasé el periódico a Kate, que leyó el artículo.

– Deben de tener sus dudas sobre esto -dijo-. Y no quieren facilitarles las cosas a los servicios de inteligencia libios, si es que tienen algo que ver con el asesinato.

– Exacto.

La mayoría de los homicidios en que yo he trabajado fueron cometidos por idiotas. Los servicios internacionales de inteligencia están en manos de personas tan listas que actúan como idiotas. Personas como Ted Nash y sus adversarios. Acaban elaborando unos brillantes planes tan retorcidos que la mayoría de ellos se despiertan todas las mañanas tratando de recordar de qué lado están esa semana y qué mentira era la verdad disfrazada de mentira disfrazada de verdad. No es de extrañar que Nash no dijera gran cosa; utilizaba casi toda su energía mental tratando de resolver una realidad contradictoria. Mi lema es: Hazlo sencillo, estúpido.

– Tenemos que llamar a Jack -dijo Kate, al tiempo que descolgaba el teléfono.

– Son seis horas antes en Frankfurt. Estará dormido.

– Son seis horas después. Estará en la oficina.

– Da igual. Que nos llame él.

Kate vaciló unos momentos, y luego colgó.

Nos pusimos a leer los periódicos, comentando entre nosotros que los medios de comunicación no necesitaban ser manipulados, ellos mismos ya se encargaban de interpretar mal la mayoría de las noticias prefabricadas. Sólo el Times, dicho sea en su honor, las interpretaba bien. Pero, al igual que sobre mi mesa, en él faltaban los datos importantes e interesantes.

Nuevamente había fotos de Jalil en todos los periódicos, y unas cuantas de ellas, retocadas, lo mostraban con gafas, barba, bigote y un pelo entrecano peinado de manera diferente. Esto tenía por objeto alertar al público de la posibilidad de que el fugitivo hubiera cambiado su aspecto. Pero lo que conseguía era que el público recelase de personas inocentes con gafas, bigote y barba. Y, como policía, yo sabía además que los disfraces más sencillos solían ser eficaces, y tal vez ni yo mismo podría identificar a aquel tipo en medio de una multitud si estaba sonriendo y llevaba bigote.

Leí detenidamente los artículos para ver si alguien había seguido mi sugerencia de hacer pública la teoría de que la señora Jalil y Gadafi eran algo más que amigos. Pero no vi la menor insinuación de ello.

Pese a mi lema de hacerlo sencillo, hay veces en que es bueno recurrir a la guerra sicológica, pero su utilización es escasa por parte de militares y policías, excepto cuando éstos interrogan a un sospechoso y emplean el viejo método de «poli bueno / poli malo». En cualquier caso, es necesario plantar semillas de duda y engaño a través de los medios de comunicación y esperar que el fugitivo lo lea y se lo crea, y que los buenos recuerden que se trata de una simulación.

A este respecto, yo me preguntaba si el señor Jalil estaba leyendo lo que se publicaba acerca de él y si se veía a sí mismo en la televisión. Traté de imaginármelo en alguna parte, agazapado en alguna pensión barata de un barrio árabe, comiendo carne de cabra en conserva, viendo la televisión y leyendo los periódicos. Pero no podía imaginar eso. En lugar de ello, lo imaginaba pulcramente trajeado, mezclado con la gente, dedicado a joder-nos otra vez.

Si este caso tenía un nombre se llamaría «El caso de la información ausente». Algunos de los datos que faltaban en las noticias faltaban porque no los conocían. Pero lo que faltaba eran cosas que deberían haber sabido o averiguado. La ausencia más llamativa era la de cualquier referencia al 15 de abril de 1986. Algún hábil reportero con un poco de cerebro, o un poco de memoria, o un módem, debería haber establecido la relación. Ni siquiera los periodistas eran tan estúpidos, por lo que no podía por menos de pensar que las noticias estaban siendo manipuladas. La prensa cooperará durante unos días o una semana con los federales si se les puede convencer de que está en juego la seguridad nacional. Por otra parte, quizá me estaba dejando llevar en exceso por la imaginación.

– ¿Por qué no menciona ninguno de estos artículos el aniversario de la incursión sobre Libia? -le pregunté a Kate.