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Me estaba empezando a doler la cabeza de tanto leer acrónimos y abreviaturas pero continué. No había nada allí, y me disponía a dejar el expediente a un lado cuando en la última página vi una línea que decía: «Inf. borrada REF. orden del DD 369215-25, Orden Ejec. 279651-351-Purp. Sec. Nac. Alto secreto.» Nunca abrevian «Alto secreto» o «Secreto de Estado», y lo ponen siempre en mayúsculas para asegurarse de que uno lo entiende.

Reflexioné. Aquello era lo que se conoce como una huella en los expedientes. Las cosas se pueden borrar por muy variadas razones pero nada se pierde totalmente en un orwelliano agujero de memoria. La información borrada existe en algún lugar, en otro expediente rotulado con el sello de «Alto secreto».

Seguí mirando la huella pero ni siquiera la lupa de Sherlock Holmes me sería de ninguna ayuda. No había el menor indicio de qué había sido borrado, ni cuándo había sido borrado, ni a qué período pertenecía. Pero yo sabía quién lo había borrado y por qué. El quién era el Departamento de Defensa y el presidente de Estados Unidos. La razón, la seguridad nacional.

Los números de orden darían a alguien acceso a la información borrada pero ese alguien no era yo.

Pensé en qué habrían podido borrar y comprendí que podría haber sido casi cualquier cosa. De ordinario, se trataba de algo relacionado con una misión secreta pero en este caso tal vez fuera algo relacionado con el asesinato del coronel Hambrecht. Quizá las dos cosas. Quizá ninguna de ellas. Quizá guardaba relación con los devaneos de una casada local.

No había tampoco ningún indicio de si la supresión se refería a actividades honorables o deshonrosas. Pero yo suponía que se trataba de algo honorable, ya que su carrera parecía perfectamente encarrilada hasta el día en que alguien lo confundió con el tronco de un roble.

– ¿Y? ¿Qué opinas? -me preguntó Kate.

La miré.

– He encontrado lo que no está aquí.

– Exacto. Yo ya le he presentado una solicitud a Jack, que la cursará por la vía jerárquica hasta el director, el cual solicitará la información borrada. Eso podría llevar unos días. Quizá más, aunque puse la mención de «Muy urgente». -Y añadió-: Este expediente lleva solamente la mención «Confidencial» y ha tardado cuatro días en llegar aquí. No son nada rápidos a veces.

Asentí con la cabeza.

– Además -continuó-, si alguien de los de arriba cree que se trata de algo que no necesitamos saber, o si deciden que la información borrada es irrelevante para nuestros fines, nunca la veremos. O puede ser relevante pero demasiado secreta para que la veamos nosotros.

– Probablemente la información borrada no sea relevante -señalé-, a menos que guarde relación con su asesinato. Y, en tal caso, ¿por qué es alto secreto?

Se encogió de hombros.

– Tal vez no lo sepamos nunca.

– No es para eso para lo que me pagan.

– ¿Hasta dónde llega tu autorización?

– A lo confidencial sólo.

– Yo tengo autorización para conocer lo secreto. Pero Jack la tiene para todo lo que es alto secreto también, así que puede ver el material borrado si lo necesita.

– ¿Cómo sabrá si necesita saberlo si no sabe qué es lo borrado?

– Alguien con necesidad de saberlo y autorización para conocer altos secretos le dirá si necesita saberlo.

– ¿Quién tiene preferencia?

– Tú, no. El gobierno federal no es la policía de Nueva York -me informó-. Pero supongo que ya lo imaginabas.

– Un asesinato es un asesinato. La ley es la ley. Lección primera de mi programa en el John Jay.

Cogí el teléfono y marqué el número de Ann Arbor, Michigan, que figuraba en el expediente con la mención de «no incluido en guía».

Sonó la señal de llamada, y saltó un contestador automático. La voz de una mujer de mediana edad, la señora Hambrecht, sin duda, dijo: «Ésta es la residencia Hambrecht. Ahora no podemos ponernos al teléfono pero haga el favor de dejar su nombre y su número, y le llamaremos lo antes posible.»

Si en el plural incluía al coronel Hambrecht, estaba claro que él no se iba a poner. Sonó un pitido.

– Señora Hambrecht, soy John Corey y la llamo en nombre de la Fuerza Aérea -dije-. Llámeme, por favor, en cuanto pueda. Es referente al coronel Hambrecht. -Le di mi número directo y añadí-: O llame a la señora Mayfield. -Le di el número de Kate, que ella me fue leyendo desde su teléfono. Colgué.

En el supuesto de que no estuviésemos cuando ella llamase, nuestro contestador diría simplemente: «Corey, Fuerza Aérea» o «Mayfield, Fuerza Aérea», seguido de un amable ruego de que dejase un nombre y un número. Eso era suficientemente vago y no utilizaba la turbadora palabra de «terrorista».

Así pues, dejando a un lado esa improbable pista, reanudé la redacción de mi informe de incidente, que iba ya un poco retrasado. Dando por supuesto que nadie lo leería jamás, pensé que podría salir del paso con cuatro páginas numeradas de uno a cincuenta y con el adecuado número de páginas en blanco en medio. Decidí empezar por el final y tecleé: «De modo que, en conclusión…»

Sonó el teléfono de Kate; era Jack Koenig.

– Descuelga -me dijo ella al cabo de unos segundos.

Pulsé el botón de la línea de Kate.

– Corey -dije.

El señor Koenig estaba de buen humor.

– Me está usted cabreando -dijo.

– Sí, señor.

Kate apartó el auricular de su oreja con gesto teatral.

– Desobedece la orden de ir a Frankfurt -continuó Koenig-, no contesta a las llamadas telefónicas y anoche estuvo completamente ilocalizable.

– Sí, señor.

– ¿Dónde estaba usted? Tenía orden de mantenerse en contacto.

– Sí, señor.

– ¿Bien? ¿Dónde estaba?

Yo tenía una respuesta realmente divertida a esa pregunta cuando me la formulaba uno de mis primeros jefes. Yo contestaba: «Mi compañera fue detenida por prostitución, y me pasé la noche en el tribunal depositando la fianza.» Pero, como digo, aquella gente carecía de un refinado sentido del humor, así que respondí:

– No tengo excusa, señor.

Kate intervino.

– Yo llamé al CMP e informé al agente de guardia de que el señor Corey y yo estaríamos en mi apartamento hasta nuevo aviso. No di ningún nuevo aviso, y para las ocho cuarenta y cinco de la mañana ya estábamos aquí.

Silencio. Luego, Jack dijo:

– Entiendo. -Carraspeó y nos informó-: Voy a regresar a Nueva York y llegaré a la oficina para las ocho de la tarde, hora local. Hagan el favor de estar allí, si no es molestia.

Le aseguramos que no era ninguna molestia. Y aproveché la oportunidad para preguntarle:

– ¿Puede usted cursar la solicitud que presentó Kate para que se le envíe la información borrada del expediente personal del coronel Hambrecht?

De nuevo, silencio.

– El Departamento de Defensa nos ha comunicado que la información carece de relación con su asesinato y, por consiguiente, carece también de relación con este caso -respondió finalmente.

– ¿Con qué tiene relación? -pregunté.

– Hambrecht tenía acceso a información nuclear. La información borrada pertenece a esa categoría. Es un procedimiento operativo habitual borrar información nuclear de un expediente personal. No pierdan tiempo con eso -añadió.

– Muy bien. -De hecho, por otro caso que afectaba a un oficial de la Fuerza Aérea y en el que había intervenido hacía años, yo sabía que eso era cierto.

Jack pasó a otros temas, habló del asesinato de Perth Amboy y de los informes forenses elaborados en su momento, preguntó por la pista de Gabe, que yo había pasado por alto, y cómo iba el caso, y todo eso. También preguntó qué publicaban los periódicos de la mañana, y yo le informé: