El caso es que Jack Koenig había formulado la pregunta y, por tanto, planteado la cuestión pero lo dejó pasar y se dirigió hacia mí.
– A propósito, aunque admiro su iniciativa, cuando subió usted a aquel coche de la Autoridad Portuaria y cruzó las pistas, mintió a sus superiores y quebrantó todas las reglas de actuación. Esta vez lo pasaré por alto, pero que no se repita.
– Si hubiéramos actuado unos quince minutos antes -dije-, quizá ahora Jalil estaría detenido bajo la acusación de asesinato. Si usted hubiera ordenado a Hundry y a Gorman que llamasen por sus móviles o por el teléfono del avión para informar, al no recibir noticias de ellos habríamos comprendido que había un problema. Si hubiéramos estado en contacto directo con Control de Tráfico Aéreo, se nos habría dicho que el avión llevaba horas sin establecer contacto por radio. Si usted no hubiera recibido con los brazos abiertos a aquel fulano de febrero, lo que ha sucedido hoy no habría sucedido. -Me puse en pie y anuncié-: Salvo que me necesite para algo importante, me voy a casa.
Siempre que yo saltaba con un desplante de éstos hacia mis jefes, alguien decía: «No dejes que la puerta te pegue en el culo al salir.» Sin embargo, el señor Koenig dijo suavemente:
– Le necesitamos para algo importante. Siéntese, por favor.
Bueno, pues me senté. Si hubiera estado en Homicidios Norte, aquél era el momento en que uno de los jefes abría un cajón de su mesa y hacía correr una botella de vodka para apaciguar los ánimos. Pero yo no esperaba que sucediera nada parecido allí, un lugar que tenía las paredes de los pasillos llenos de carteles admonitorios contra la bebida, el tabaco, el acoso sexual y los crímenes de pensamiento.
De todos modos, permanecimos unos momentos sentados en silencio, entregados, supongo, a la meditación zen, calmando nuestros nervios sin recurrir al perverso alcohol.
El señor Koenig continuó con su agenda.
– Usted llamó a George Foster por el móvil de Kate y le ordenó que diera la alarma -dijo, dirigiéndose a mí.
– Exacto.
Repasó la secuencia y el contenido de mis llamadas por el móvil a George Foster y prosiguió:
– De modo que volvió a la cúpula y vio que Phil y Peter tenían los pulgares cortados. Y comprendió lo que eso significaba.
– ¿Qué otra cosa podía significar?
– Cierto. Lo felicito por esa magnífica muestra de razonamiento deductivo… Quiero decir… volver y buscar… sus pulgares. -Me miró y preguntó-: ¿Cómo se le ocurrió eso, señor Corey?
– La verdad es que no lo sé. A veces, las ideas me surgen de pronto en la cabeza.
– ¿De veras? ¿Suele usted actuar sobre la base de ideas que le surgen de pronto en la cabeza?
– Bueno, si son lo bastante fantásticas. Ya sabe, como la de los pulgares cortados. Hay que tenerlas en cuenta.
– Entiendo. Y llamó usted al Club Conquistador, y Nancy Tate no contestaba.
– Creo que ya hemos hablado de eso -dije.
Koenig hizo caso omiso de mi observación y continuó:
– De hecho, entonces ya estaba muerta.
– Sí, por eso no contestaba.
– Y Nick Monti también estaba muerto entonces.
– Probablemente se estaba muriendo. Con las heridas del pecho se tarda algún tiempo.
– ¿Dónde lo hirieron a usted? -me preguntó.
– En el cruce de la Cien Oeste y la calle Dos.
– Me refiero a dónde.
Sabía a lo que se refería pero no me gusta hablar de anatomía cuando hay mujeres delante.
– No sufrí graves daños en el cerebro.
Pareció dudar, pero dejó el tema y se dirigió a Ted:
– ¿Tiene usted algo que añadir?
– No.
– ¿Cree que John y Kate desperdiciaron alguna oportunidad?
– Creo que todos hemos subestimado a Asad Jalil -respondió finalmente, después de considerar la envenenada pregunta durante unos instantes.
Koenig asintió.
– Yo también lo creo. Pero no lo volveremos a hacer.
– Debemos dejar de considerar idiotas a estos sujetos -añadió Nash-, o nos crearemos muchos problemas.
Koenig no respondió.
– Si se me permite decirlo -continuó Nash-, en el FBI y en la Unidad de Inteligencia de la policía de Nueva York existe un problema de actitud con respecto a los extremistas islámicos. Parte de este problema deriva de actitudes raciales. Los árabes y otros grupos étnicos del mundo islámico no son estúpidos ni cobardes. Tal vez no nos impresionen sus ejércitos ni sus fuerzas aéreas pero las organizaciones terroristas de Oriente Medio han asestado varios golpes importantes, tanto en Israel como en Estados Unidos. Yo he trabajado con el Mossad, y allí sienten mucho más respeto que nosotros hacia los terroristas islámicos. Puede que esos terroristas no sean de primera fila pero incluso los chapuceros pueden acertar de vez en cuando. Y a veces se encuentra uno con un Asad Jalil.
Huelga decir que a King Jack no le agradó la disertación pero apreció su mensaje. Y eso lo hacía más inteligente que la mayoría de los jefes. Yo también estaba oyendo lo que Nash decía, y también Kate. La CÍA, pese a mi desfavorable actitud hacia su representante, tenía muchos puntos fuertes. Se suponía que uno de ellos correspondía al área de valoración del enemigo, pero tendían a sobrestimarlo, lo cual resultaba beneficioso para el presupuesto de la CÍA. Quiero decir que el primer indicio que tuvieron del derrumbamiento de la Unión Soviética fue por los periódicos.
Por otra parte, había algo de verdad en las palabras de Nash. Nunca es buena idea considerar que los que no se parecen a ti y hablan y se comportan de manera diferente son unos merluzos. En especial cuando quieren matarte.
– Yo creo -dijo Jack Koenig a Nash- que las actitudes de todos están cambiando, pero coincido con usted en que aún tenemos algunos problemas en ese ámbito. En lo sucesivo mejorará la percepción que tengamos de nuestros adversarios.
– Una vez formulada su reflexión filosófica, el señor Nash volvió al caso que nos ocupaba-: Yo creo, como antes le ha dicho Kate, que Jalil ha salido del país. Jalil se dirige ahora a un país de Oriente Medio en un avión de Oriente Medio. Finalmente, acabará en Libia, donde presentará su informe y se le tributarán honores. Puede que no volvamos a verlo nunca, o puede que veamos su sello en alguna operación dentro de un año. Entretanto, es mejor manejar este asunto a través de la diplomacia internacional y por medio de agencias de inteligencia internacionales.
Koenig se quedó unos momentos mirando a Nash, y tuve la impresión de que no se tenían simpatía.
– Pero no le importa que sigamos las pistas existentes aquí, ¿verdad?
– Por supuesto que no.
Vaya, vaya. Los colmillos se habían asomado por un instante.
Creía que éramos un equipo.
– Dado que tiene usted un conocimiento de primera mano de este caso, ¿por qué no solicita que se le adscriba de nuevo a su agencia? -le sugirió Koenig a Nash-. Resultaría de gran valor para ellos en este caso. Quizá un destino en el extranjero.
Nash captó la intención.
– Si considera que puede prescindir de mí aquí, me gustaría ir a Langley esta noche o mañana y discutirlo con ellos -replicó-. A mí me parece buena idea.
– A mí también -dijo Koenig.
Daba la impresión de que Ted Nash iba a desaparecer de mi vida, lo cual me alegraba. Por otra parte, tal vez acabara echando de menos al viejo Ted. O tal vez no. Los tipos como Nash que desaparecen acostumbran reaparecer cuando uno menos lo espera o lo desea.
El cortés pero acre intercambio de palabras entre Ted Nash y Jack Koenig parecía haber terminado.
Encendí un cigarro mentalmente, tomé un sorbo de whisky y me conté un chiste verde mientras Kate y Jack charlaban. ¿Cómo funcionan estos tíos sin alcohol? ¿Cómo pueden hablar sin soltar tacos? Pero Koenig dejaba escapar de vez en cuando alguna que otra obscenidad. Aún había esperanza para él. De hecho, Jack Koenig podría haber sido un buen policía, lo cual viene a ser el máximo elogio que puedo formular.