Выбрать главу

– El plan de Jalil presentaba otras posibilidades de desarrollo -continuó-. La peor para él era que el avión simplemente se estrellase y murieran todos cuantos se encontraban a bordo, incluido él mismo. Yo creo que él lo habría aceptado y lo consideraría una victoria.

Todos esbozamos un gesto de asentimiento. Hablaba el jefe.

– Otra posibilidad -añadió- era que lo apresaran en tierra y lo identificaran como el asesino. Eso también le parecería bien. Seguiría siendo un héroe en Trípoli. -Volvimos a asentir, empezando a apreciar no sólo a Koenig, sino también a Jalil-. Otra posibilidad más era que escapara del avión pero no pudiera llevar a cabo su misión en el Club Conquistador. En cualquier caso, Asad Jalil no podía perder una vez que Yusef Haddad estaba a bordo con su oxígeno medicinal y su gas venenoso. De hecho, aunque Haddad hubiera sido detenido antes de subir al avión en París, Asad Jalil habría acabado en el Club Conquistador, aunque estuviera esposado y custodiado. Pero ¿quién sabe cómo habría evolucionado la situación después?

Todos pensamos en Asad Jalil en el Club Conquistador. ¿En qué momento se volvería sicótico aquel tío?

El señor Koenig concluyó:

.y-Prescindiendo de otras posibilidades, Asad Jalil ha recorrido todas las bases, por decirlo en términos de béisbol. Las ha despejado todas y va camino de ocupar la última, ya signifique esto un refugio seguro en América o su regreso a Libia, aún no lo sabemos. -Y añadió-: Pero nosotros jugaremos como si estuviese cerca y esperando el momento de golpear de nuevo.

Puesto que carecíamos de datos y estábamos moviéndonos en el terreno de la especulación, especulé:

– Yo creo que ese tipo es un solitario y que no aparecerá en las habituales casas vigiladas ni rondará por la mezquita local con los sospechosos habituales.

Kate se mostró de acuerdo conmigo.

– Puede que tenga un contacto aquí, quizá el tipo de febrero o algún otro. Suponiendo que no necesite ayuda después del contacto inicial, cabe esperar que encontremos antes de mucho tiempo el cadáver de otro cómplice. Estoy suponiendo también que tenía un hombre en el JFK para ayudarlo a salir de allí, y ése podría ser el tipo que aparezca muerto. Deberíamos dar la alerta en ese sentido a la policía de Nueva York.

Koenig asintió con la cabeza. Miró a Nash.

– ¿Por qué crees que se ha ido?

Nash tardó uno o dos segundos en contestar, dando la impresión de que estaba harto de echarles margaritas a los cerdos. Finalmente, se inclinó hacia adelante y nos miró uno a uno.

– Hemos descrito la entrada de Jalil en el país como solemne y dramática -dijo-. Y el señor Koenig tiene razón en que, cualesquiera que fuesen los acontecimientos, Jalil siempre triunfaba. Estaba dispuesto a sacrificar su vida al servicio de Alá y a reunirse con sus hermanos en el Paraíso. Era una forma endiabladamente peligrosa de introducirse en un país hostil.

– Ya lo sabemos -dijo Koenig.

– Escúcheme, señor Koenig. Esto es importante y, en realidad, es una buena noticia. Está bien, volvamos al principio y supongamos que Asad Jalil venía a América a volar este edificio, o el del otro lado de la calle, o toda la ciudad de Nueva York, o Washington. Supongamos que hay un artefacto nuclear escondido en alguna parte, o, más probablemente, una tonelada de gas tóxico o mil litros de ántrax. Si Asad Jalil era el hombre que debía entregar alguna de esas mortíferas armas, entonces habría entrado en Canadá o en México con pasaporte falso y habría cruzado fácilmente la frontera para llevar a cabo esa importante misión. No habría llegado como lo hizo, con gran riesgo de ser apresado o muerto. Lo que hemos visto hoy ha sido una clásica misión gaviota… -Paseó la vista sobre nosotros y explicó-: Ya saben, llega una persona haciendo mucho ruido, suelta mierda por todas partes y se larga. El señor Jalil venía en misión gaviota. Misión cumplida. Se ha ido.

Así pues, todos nos pusimos a pensar en misiones gaviota. El bueno de Ted había hablado y revelado que tenía el cociente intelectual de por lo menos una videograbadora. Aquello era pura lógica. El silencio que se hizo en la estancia me indicó que todo el mundo había acabado viendo el fulgor incandescente de la mente de Nash en acción.

– Me parece una explicación razonable -dijo finalmente Koenig.

– Yo creo que Ted tiene razón -observó Kate-. Jalil ha hecho aquello para lo que se le ha enviado. No hay una segunda parte. Su misión terminó en el JFK y estaba en perfectas condiciones para tomar cualquiera de las docenas de vuelos que salen al atardecer.

Koenig me miró.

– ¿Señor Corey?

Yo también asentí con la cabeza.

– Me parece una explicación lógica. Ted ha formulado una teoría muy sólida.

Koenig reflexionó unos instantes y luego dijo:

– No obstante, debemos actuar como si Jalil continuara aún en el país. Hemos informado a todas las organizaciones policiales de Estados Unidos y Canadá. Hemos llamado también a todos los agentes de la BAT que hemos podido localizar esta noche y estamos vigilando todos los lugares en que podría presentarse un terrorista de Oriente Medio. Hemos alertado igualmente a la policía de la Autoridad Portuaria y a la de Nueva York, a Nueva Jersey, Connecticut, condados suburbanos, etcétera. Cuanto más tiempo pasa, más extensa se hace el área de búsqueda. Si está escondido, quizá esperando salir del país, puede que no tardemos en detenerlo. La prevención tiene prioridad absoluta.

– He llamado a Langley desde el JFK -informó Nash-, y han cursado una orden urgente de busca y captura a todos los aeropuertos internacionales en los que tenemos intereses. -Me miró-. Eso significa personas que trabajan para nosotros, que están con nosotros o que son nosotros.

– Gracias. Leo novelas de espionaje -dije.

De modo que así estaba la cuestión. O Asad Jalil se encontraba ya fuera del país o permanecía escondido, esperando el momento de salir. Era lo más lógico, habida cuenta de lo que había sucedido y de cómo había sucedido.

No obstante, había varias cosas que me preocupaban, uno o dos detalles que no encajaban. El primero y más evidente era la cuestión de por qué Asad Jalil se había convertido en el enlace de la CÍA en la embajada de París. Habría sido un plan mucho más sencillo que Asad Jalil subiera a bordo del vuelo 175 de Trans-Continental con un pasaporte falso, como había hecho Joe Smith, su cómplice. El mismo plan del gas venenoso habría funcionado mejor si Jalil no hubiera ido esposado y custodiado por dos agentes federales armados.

Lo que Nash estaba pasando por alto era el elemento humano, que es lo que uno esperaría que pasara por alto Nash. Era preciso comprender a Asad Jalil para comprender qué se proponía. Él no quería ser un terrorista anónimo más. Quería entrar en la embajada de París, dejarse esposar y custodiar y luego escapar como Houdini. Aquello era una exhibición de insolencia por su parte, no una misión gaviota. Quería leer lo que sabíamos de él, quería cortar pulgares e ir al Club Conquistador y matar a todos cuantos estuviesen allí. Ciertamente era una operación de alto riesgo, pero lo extraordinario radicaba en su carácter personal. De hecho, era un insulto, una humillación, como un antiguo guerrero internándose solo a caballo en un campamento enemigo y violando a la mujer del jefe.

La única cuestión que yo me planteaba era si Asad Jalil había terminado o no de joder a los americanos. Yo creía que no -el tío estaba lanzado-, pero coincidía con Nash en que Jalil no tenía una bomba atómica que detonar o gases o gérmenes venenosos que tuviera que esparcir. Empezaba a tener la impresión de que Asad Jalil -el León- estaba en América para echarnos más mierda a la cara, de cerca y en plan personal. No me habría sorprendido mucho que se presentara en el piso 28 para rebanar unos cuantos pescuezos y partir unos cuantos cuellos.

Así que era el momento de hacer partícipes de esa sensación a mis compañeros de equipo, de descubrir mi as a King Jack, si me permiten la metáfora o lo que demonios sea.