Pero quizá me estaba mostrando poco caritativo con nuestros anfitriones. El FBI era en realidad una agencia policial bastante buena cuyo principal problema lo constituía su imagen. A la gente políticamente correcta no le gustaba, y los medios de comunicación podían inclinarse a un lado u otro, pero el público lo adoraba en su mayor parte. Otras agencias se sentían impresionadas por su trabajo, envidiosas de su poder y su dinero e irritadas por su arrogancia. No resulta fácil ser grande.
Jack Koenig estaba comiendo una ensalada.
– No puedo decir si la BAT va a quedarse en el caso o si nos va a relevar la sección contraterrorista de aquí -dijo.
– Ésta es precisamente la clase de caso para el que hemos sido entrenados -comentó Kate.
Supongo que lo era. Pero a las organizaciones matrices no siempre les agrada su extraña prole. Al ejército, por ejemplo, nunca le han gustado sus propias fuerzas especiales, con sus extravagantes boinas verdes. Al Departamento de Policía de Nueva York nunca le ha gustado su unidad anticrimen compuesta por tipos que visten como vagabundos y atracadores y tienen todo el aspecto de serlo. El sistema, ceremonioso e impecable, nunca confía en sus propias unidades especiales ni las comprende, y les importa un pimiento lo eficaces que sean sus tropas irregulares. Los tipos raros, especialmente cuando son eficaces, constituyen una amenaza para el statu quo.
– Tenemos un buen historial en Nueva York -añadió Kate.
Koenig reflexionó unos instantes y respondió:
– Supongo que depende de dónde está Jalil, o de dónde creen que está -respondió Koenig, tras reflexionar durante unos instantes-. Probablemente nos dejarán trabajar sin interferencias en el área metropolitana de Nueva York. El extranjero será para la CÍA, y el resto del país y Canadá quedarán para Washington.
Ted Nash no dijo nada, y yo tampoco. Sin duda, Nash se estaba guardando un montón de cartas en la manga. Yo no tenía ninguna carta y no tenía ni idea acerca de la manera en que aquella gente distribuía el territorio. Pero sí sabía que los miembros de la BAT, con base en el área metropolitana de Nueva York, eran con frecuencia enviados a diferentes partes del país, o incluso del mundo, cuando un caso comenzaba en Nueva York. De hecho, una de las cosas que Dom Fanelli me dijo cuando me propuso este trabajo era que los de la BAT iban mucho a París a beber vino, a cenar y a seducir francesas y reclutarlas para que espiasen a suspicaces árabes. Yo no me lo creía realmente pero sabía que existía la posibilidad de darle un buen meneo a la cuenta federal de gastos para un viaje a Europa. Pero basta de patriotismo. La cuestión era: si sucede en tu territorio, ¿lo sigues hasta los confines de la tierra? ¿O te detienes en la frontera?
El caso de homicidio más frustrante que recuerdo ocurrió hace tres años, cuando un violador-asesino andaba suelto por el East Side y no podíamos localizarlo. Y entonces va y se marcha una semana a Georgia para ver a un amigo, y unos polis locales lo detienen por conducir bebido y, como tienen un flamante ordenador comprado con fondos federales y sin más razón que la del puro aburrimiento, le pasan al FBI las huellas dactilares del tipo, y, mira por dónde, resulta que coinciden con las encontradas en el lugar de un crimen. Así que conseguimos una orden de extradición, y hubo que ir hasta Maíz Tostado, Georgia, para extraditar al criminal, y tuve que estar veinticuatro horas con el jefe de policía Pan de Borona dándome la murga con toda clase de chorradas, principalmente sobre la ciudad de Nueva York, además de largarme lecciones sobre investigación criminal y de cómo identificar a un asesino y sugerirme que si alguna vez necesitaba ayuda no tenía más que darle un telefonazo.
Pero, volviendo al almuerzo en el cuartel general del FBI, por las meditaciones de Koenig, me daba cuenta de que no estaba seguro de que la BAT se encontrase en buena posición para proseguir o resolver el caso.
– Si Jalil es capturado en Europa -dijo-, dos o tres países querrán hacerse cargo de él antes de que lo apresemos nosotros, a menos que el gobierno de Estados Unidos pueda persuadir a un país amigo de que debe ser extraditado aquí por lo que viene a ser un crimen de asesinato en masa.
Aunque parte de estas cuestiones legales se exponían, al parecer, en deferencia hacia mí, yo ya estaba al tanto de casi todas ellas. He sido policía durante casi veinte años, he enseñado durante cinco en el John Jay y he vivido con un abogado durante casi dos. De hecho, ésa fue la única vez en mi vida que yo conseguí joder a un abogado, pues siempre había sido al revés.
El caso es que la mayor preocupación de Koenig era que habíamos dejado la pelota en la línea de meta y estábamos a punto de ser enviados a las duchas. En realidad, ésa era también mi mayor preocupación.
Para empeorar las cosas, un miembro de nuestro equipo, de nombre Ted Nash, estaba a punto de ser devuelto al equipo en que había comenzado. Y ese equipo tenía más probabilidades de ganar esta clase de juego. Cruzó por mi mente una imagen del jefe de policía Pan de Borona pero ahora tenía la cara de Ted Nash y estaba señalando a un Asad Jalil metido entre rejas y diciéndome: «Mira, Corey. Lo cogí. Permíteme decirte cómo lo hice. Estaba yo en un café de la rué St. Germaine… eso está en París, Corey, hablando con un agente…» Y entonces sacaba la pistola y me lo cargaba.
De hecho, Ted estaba parloteando, y puse la oreja.
– Mañana me voy a París para hablar con la gente de nuestra embajada -decía-. Es una buena idea empezar por donde empezó la cosa y seguir a partir de ahí. -Continuó hablando.
Me pregunté si podría rebanarle la tráquea con el tenedor.
Kate y Jack charlaron un rato sobre jurisdicción, extradición, acusaciones federales y estatales y esas cosas. Paparruchas de abogados. Luego Kate se dirigió a mí.
– Estoy segura de que pasa lo mismo con la policía. Los agentes que empiezan el caso continúan trabajando en él hasta el final, lo cual mantiene intacta la cadena de prueba y hace menos vulnerable el testimonio de los agentes a la acción de la defensa.
Y todo así. Quiero decir que ni siquiera habíamos cogido aún a ese cabrón y ya estaban dando el caso por zanjado. Eso es lo que pasa cuando los abogados se hacen polis. Ésa es la mierda que tenía que soportar cuando trataba con ayudantes e investigadores del fiscal del distrito. El país se está hundiendo en legalismos que supongo que están muy bien cuando tratas con el tipo medio de criminal americano. Quiero decir que hay que estar atento a la Constitución y asegurarse de que nadie se descarría. Pero alguien debería inventar una clase diferente de tribunal con reglas diferentes para alguien como Asad Jalil. El tío no paga impuestos, salvo quizá los indirectos.
Cuando terminó la hora del almuerzo, el señor Koenig nos dijo:
– Todos ustedes han hecho un trabajo excelente esta mañana. Sé que esto no es agradable pero estamos aquí para ayudar y ser útiles. Me siento muy orgulloso de los tres.
Sentí que se me revolvía el atún en el estómago. Pero Kate parecía complacida. A Ted le traía sin cuidado, lo que significaba que por fin teníamos algo en común.
CAPÍTULO 29
Asad Jalil regresó a la carretera de circunvalación y para las diez y cuarto ya circulaba en dirección sur por la interestatal 95, alejándose de la ciudad de Washington. Sabía que no había más peajes en las carreteras y puentes que debía recorrer hasta su punto de destino.
Mientras conducía rebuscó en la funda de almohada y extrajo el dinero suelto que había encontrado en el dormitorio del general, el dinero de su cartera y el del bolso de su mujer, que había cogido en el vestíbulo. En total, había cerca de doscientos dólares. De la recepción del motel había cogido 440 dólares pero parte de ellos eran suyos. La cartera de Gamal Yabbar contenía menos de cien. Hizo un rápido cálculo mental y obtuvo un total de unos 1100 dólares. Sería suficiente para los próximos días.