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– Esto es lo que creemos que sucedió -continuó-. Asad Jalil pidió usar el lavabo. Naturalmente, fue acompañado por Phil Hundry o Peter Gorman. Quienquiera que lo acompañase revisó primero el lavabo, como hacían cada vez que Jalil pedía utilizarlo. Querían estar seguros de que nadie intentaba ser un Michael Corleone… -Nos miró y dijo, innecesariamente-: Ya saben, cuando alguien introduce una pistola en el lavabo. Así que Phil o Peter revisan la papelera… y quizá también revisaron el arma-rito situado bajo la pila, donde se guardan los utensilios de mantenimiento. Pero lo que había allí parecía completamente inocuo y no suscitó ninguna sospecha a Phil ni a Peter. Lo que había era una pequeña botella de oxígeno con su correspondiente mascarilla, como las que pueden encontrarse en los botiquines de todos los aviones del mundo. Se trata de oxígeno terapéutico para pasajeros con dificultades respiratorias. Pero nunca, se pone debajo de la pila. Ahora bien, si uno no conoce los procedimientos de las líneas aéreas, no se daría cuenta de nada. De modo que aunque Phil o Peter hubieran visto la botella de oxígeno, no habrían dado ninguna importancia al hecho.

Jim hizo una pausa para dar mayor efecto a sus palabras y continuó su relato.

– Alguien, muy probablemente una persona del servicio de limpieza o de mantenimiento del aeropuerto De Gaulle puso antes del despegue esa botella de oxígeno debajo de la pila en el lavabo de la sección alta del avión. Cuando Phil o Peter condujeron a Jalil al lavabo, lo dejaron esposado y le dijeron que no echara el pestillo. Procedimiento habitual. Jalil entró en el lavabo, y eso fue la señal para que Haddad liberase el gas contenido en la segunda botella. En algún momento, la gente empezó a mostrar señales de malestar. Pero para cuando alguien se dio cuenta de que estaban en peligro, ya era demasiado tarde. El piloto automático está siempre conectado durante el vuelo, así que el avión continuó volando.

»Jalil, que estaba respirando el oxígeno de la botella dejada bajo la pila, salió del lavabo una vez que tuvo la seguridad de que todo el mundo estaba inconsciente o muerto. Llegados a ese punto, Jalil y Haddad dispusieron de más de dos horas para arreglar las cosas, incluyendo el quitarle las esposas a Jalil, volver a poner en su asiento al escolta federal, dejar el oxígeno medicinal de Haddad en el armario de la ropa y todo lo demás. Jalil sabía que sólo necesitaba unos pocos minutos en tierra para huir poniéndose un mono de mozo de equipajes de Trans-Continental y mezclándose con la gente que subiría al avión en el área de seguridad. Por eso es por lo que quería que todo ofreciese el aspecto más normal posible al personal del Servicio de Emergencia que subiría al aparato, estacionado al extremo de la pista. Jalil necesitaba estar seguro de que el avión no ofrecía el aspecto de que se hubiera cometido un crimen en él y de que sería remolcado hasta el recinto de seguridad, donde se permitiría subir a bordo a personas ajenas al Servicio de Emergencia.

Jim terminó, luego habló de nuevo Jane, luego Jim, luego Jane, y así sucesivamente. Iban a dar las cuatro, y yo necesitaba un descanso.

Ya estábamos en la fase de preguntas y respuestas.

– ¿Cómo sabían Jalil y Haddad que el 747 estaba preprogramado para aterrizar en el JFK? -preguntó Kate.

– La Trans-Continental tiene por norma exigir a los pilotos que antes de despegar programen el ordenador para todo el vuelo -respondió Jim-, y eso incluye la información sobre aterrizaje. Eso no es ningún secreto. Cualquier revista de aviación ha informado de ello. Además, está el fallo de seguridad ocurrido en Trans-Continental en De Gaulle. -Añadió-: En lo que nadie confía jamás que haga un ordenador es en que accione los inversores de dirección, porque si falla y los acciona durante el vuelo, reventarían los motores u otras piezas importantes del avión. Los inversores de dirección deben ser accionados manualmente, con el menor nivel posible de interactuación automática. Es un elemento de seguridad, y quizá lo único que un piloto tiene que hacer, aparte de decir «Bien venidos a Nueva York» y conducir el avión hasta la puerta una vez en tierra. -Agregó jocosamente-: Su pongo que eso también podrían hacerlo los ordenadores. En cualquier caso, cuando el 747 aterrizó en el JFK sin inversores de dirección quedó claro que había problemas.

– Yo creía que las pistas no se asignaban hasta que el avión se hallaba en las proximidades del aeropuerto -dijo Koenig.

– Cierto -respondió Jim-, pero generalmente los pilotos saben qué pistas se están utilizando. La preprogramación no pretende sustituir al aterrizaje que el piloto realiza manualmente y con arreglo a las instrucciones que se le facilitan por radio. Es sólo un procedimiento de apoyo. El piloto con quien he hablado me asegura que aumenta la precisión de los cálculos del ordenador. Y, de hecho, la pista Cuatro-Derecha, la preprogramada, continuaba utilizándose ayer a la hora de llegada del vuelo Uno-Siete-Cinco.

Asombroso, pensé. Absolutamente asombroso. Necesito un ordenador como ése para mi coche y así poder descabezar un sueñecito al volante.

– Les diré qué más sabían los criminales -prosiguió Jim-. Estaban al tanto de la forma de actuar del Servicio de Emergencia en el JFK. Viene a ser muy parecido en todos los aeropuertos norteamericanos. Los procedimientos del JFK son más sofisticados que en muchos de los otros pero eso no es materia de alto secreto. Se han escrito libros sobre Pistolas y Mangueras, y hay numerosos manuales disponibles. Nada de esto es difícil de averiguar. Solamente el área de seguridad para casos de secuestro no es muy conocida pero tampoco constituye alto secreto.

Pensé que Jim y Jane necesitaban verse libres de mí un rato, y cuando Jim terminó Jane dijo:

– Haremos un descanso de quince minutos. Los lavabos y el bar están al final del pasillo.

Nos levantamos todos y salimos rápidamente, antes de que cambiaran de idea.

Ted, Kate, Jack y yo charlamos unos momentos, y descubrí que Jim y Jane se llamaban en realidad Scott y Lisa. Pero para mí siempre serían Jim y Jane. Todo el mundo aquí era Jane y Jim, excepto Bob, Bill y Jean. Y todos iban de azul y jugaban a squash en el sótano y hacían footing a lo largo del Potomac y tenían casas en la Virginia suburbana e iban a la iglesia los domingos, salvo cuando la mierda caía en las turbinas, como hoy. Los casados tenían críos, y los críos eran formidables, y vendían caramelos para recaudar dinero para el equipo de fútbol y todo eso.

En cierto modo, uno tiene que admirar a esta gente. Quiero decir que representan el ideal, o al menos el ideal americano tal como ellos lo ven. Los agentes eran eficaces en su trabajo, tenían una reputación mundial de honradez, sobriedad, lealtad e inteligencia. ¿Qué importaba que la mayoría fuesen abogados? Jack Koenig, por ejemplo, era una buena persona, sólo que daba la casualidad de que tenía la desgracia de ser abogado. Kate también era perfecta para ser abogado. Me gustaba el lápiz de labios que llevaba. Una especie de rosa pálido brillante.

El caso es que quizá sentía un poco de envidia hacia aquella gente orientada a la familia y a la iglesia. En algún lugar en el fondo de mi mente había una casa con una talanquera blanca, una esposa, dos niños y un perro, y un trabajo de nueve a cinco en el que nadie quería matarme.

Volví a pensar en Beth Penrose, allá en Long Island. Pensé en la casita para los fines de semana que se había comprado en el North Fork, cerca del mar y de los viñedos. No me sentía particularmente bien hoy, y no me atrevía a considerar por qué.

CAPÍTULO 31

Asad Jalil miró su indicador de combustible, según el cual le quedaba la cuarta parte del depósito. El reloj del salpicadero señalaba las 14.13. Había recorrido casi quinientos kilómetros desde Washington, y advirtió que aquel potente automóvil consumía más combustible que cuantos había conducido en Europa o Libia.