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CAPÍTULO 32

El descanso había terminado, y regresamos a la sala. Jim y Jane se habían ido, y en su lugar había un caballero de aspecto árabe. Al principio, pensé que aquel tipo se había perdido cuando iba a una mezquita o algo así, o quizá había secuestrado a Jim y a Jane y los retenía como rehenes. Antes de que pudiera echarle mano, el intruso sonrió y se presentó como Abbah Ibn Abdellah, nombre que tuvo el detalle de escribir en la pizarra. Por lo menos no se llamaba Bob, Bill ni Jim. Sin embargo, dijo: «Llámenme Ben», lo que encajaba con el sistema de diminutivos que imperaba en el lugar.

El señor Abdellah -Ben- llevaba un traje de tweed demasiado grueso, y una de esas banderas a cuadros de las carreras de coches en la cabeza. Ésta fue mi primera pista de que quizá no fuese de por aquí cerca.

Ben se sentó con nosotros y sonrió de nuevo. Tenía unos cincuenta años y era más bien rechoncho, con barba, gafas, calvicie incipiente, buenos piños y olía bien. Tres puntos negativos por eso, detective Corey.

Había una cierta sensación de embarazo en la sala. Quiero decir que Jack, Kate y yo éramos sofisticados, refinados y todo eso. Todos habíamos trabajado y alternado con tipos de Oriente Medio pero, por alguna razón, aquella tarde había un poco de tensión en el ambiente.

– Una tragedia terrible -empezó diciendo Ben. Nadie respondió, así que continuó-: Soy agente del FBI por contrato especial.

Eso significaba que, al igual que yo, estaba contratado para alguna especialidad, y me imaginaba que no era la de asesor de moda. Por lo menos, no era abogado.

– El subdirector consideró que podría ser buena idea que yo me pusiera al servicio de ustedes -añadió.

– ¿Para qué servicio? -preguntó Koenig.

El señor Abdellah miró a Koenig.

– Soy profesor de Estudios Políticos sobre Oriente Medio en la Universidad George Washington. El área de mi especialidad es el estudio de diversos grupos que tienen una agenda extremista.

– Grupos terroristas -sugirió Koenig.

– Sí, podríamos llamarlos así.

– ¿Qué tal sicópatas y asesinos? -apunté yo-. A mí me parece más apropiado.

El profesor Abdellah no perdió la compostura. Sabía hablar, parecía inteligente y era de modales sosegados. Nada de lo que había sucedido el día anterior era culpa suya, naturalmente. Pero Ibn Abdellah tenía un trabajo difícil esta tarde.

– Yo soy egipcio, pero conozco bien a los libios -continuó-. Son un pueblo interesante que desciende en parte de los antiguos cartagineses. Después llegaron los romanos, que añadieron sus propias características, y siempre ha habido egipcios en Libia. Después de los romanos llegaron los vándalos, procedentes de España, que a su vez fueron sometidos por los bizantinos, que fueron más tarde dominados por los árabes llegados de la península arábiga y portadores de la religión islámica. Los libios se consideran árabes pero Libia siempre ha tenido una población tan pequeña que cada grupo invasor ha dejado allí sus genes.

El profesor Abdellah pasó a darnos una conferencia sobre los libios, obsequiándonos con toda una serie de datos sobre la cultura, las costumbres libias y todo eso. Tenía un puñado de folletos, entre ellos un glosario de palabras exclusivamente libias por si nos interesaba, además de un glosario sobre gastronomía libia que yo no tenía intención de poner en mi cocina.

– A los libios les encanta la pasta -dijo-. Ése es el resultado de la ocupación italiana.

A mí también me encantaba la pasta, así que quizá me tropezase con Asad Jalil en Giulio's. O quizá no.

Recibimos del profesor una breve biografía de Muammar al-Gadafi y la copia, descargada de Internet, de varias páginas de la Encyclopedia Britannica sobre Libia. Nos obsequió también con un montón de folletos sobre la cultura y la religión islámicas.

– Los orígenes de musulmanes, cristianos y judíos se remontan al profeta y patriarca Abraham -dijo-. El profeta Mahoma desciende del hijo mayor de Abraham, Ismael, y Moisés y Jesús descienden de Isaac -añadió-: Que la paz sea con todos ellos.

La verdad es que yo no sabía si santiguarme, volverme hacia La Meca o llamar a mi amigo Jack Weinstein.

Ben continuó hablando de Jesús, Moisés, María, el arcángel Gabriel, Mahoma, Alá, etcétera, etcétera. Estos tipos se conocían y se apreciaban. Increíble. Resultaba interesante pero todo aquello no servía para llevarme más cerca de Asad Jalil.

– Contrariamente al mito popular -dijo Abdellah, dirigiéndose a Kate-, el islam eleva en realidad el estatus de las mujeres. Los musulmanes no culpan a las mujeres de la violación del Árbol Prohibido, como hacen los cristianos y los judíos. Y tampoco consideran que su sufrimiento en el embarazo y en el parto sea el castigo impuesto por ese acto.

– Ciertamente, ésa es una idea ilustrada -replicó fríamente Kate.

Sin dejarse intimidar por la Reina de Hielo, Ben continuó:

– Las mujeres que se casan con arreglo a la ley islámica pueden conservar su apellido. Pueden poseer y enajenar bienes.

Me recuerda a mi ex. A lo mejor era musulmana…

– Por lo que se refiere al velo de las mujeres -dijo Ben-, se trata de una práctica cultural de algunos países pero no refleja la enseñanza del islam.

– ¿Y qué hay de la lapidación de mujeres sorprendidas en adulterio? -preguntó Kate.

– También es una práctica cultural de algunos países islámicos, pero no de la mayoría.

Miré mis folletos para ver si había una lista de esos países. Es que ¿y si nos enviaban a Kate y a mí a Jordania o a algún sitio así, y nos cogían haciendo cositas en el hotel? ¿Regresaría solo? Pero no pude encontrar ninguna lista, y pensé que más valía no pedirle una al profesor Abdellah.

En cualquier caso, Ben siguió parloteando un rato. Era un hombre muy agradable, muy cortés, muy enterado y realmente sincero. Sin embargo, yo tenía la impresión de haber atravesado uno de esos espejos que son transparentes desde el otro lado. Y de que todo estaba siendo grabado y quizá filmado por los chicos de azul. Aquel lugar era una locura.

Supongo que había una razón para impartir aquella lección sobre el islam, pero tal vez pudiéramos llevar a cabo la misión sin necesidad de ser tan considerados con la otra parte. Traté de imaginarme una escena antes de la invasión del día D en la que un general paracaidista les dijese a sus hombres: «Bien, muchachos, mañana leeremos a Goethe y Schiller. Y no olvidéis que mañana por la noche habrá un concierto de música de Wagner en el Hangar 12. La asistencia es obligatoria. Esta noche tenéis sauerbraten para cenar. Guten appetit.»

Sí, claro.

– Para coger a Asad Jalil será útil comprenderlo -dijo Abdellah-. Empecemos primero por su nombre, Asad, el León. Un nombre islámico no es sólo una convención, es también un elemento definidor de la persona, define a quien lo lleva, aunque sólo sea parcialmente. Muchos hombres y mujeres de países islámicos tratan de emular a sus tocayos.

– Entonces, deberíamos empezar a buscar en los zoos -sugerí.

Esto le pareció gracioso a Ben, que soltó una risita.

– Busquen un hombre a quien le guste matar cebras -dijo me miró a los ojos y añadió-: Un hombre a quien le guste matar. -Nadie dijo nada, y Ben continuó-. Los libios son un pueblo aislado, una nación aislada incluso de otros países islámicos. Su líder, Muammar al-Gadafi, ha asumido poderes casi místicos en la mente de muchos libios. Si Asad Jalil está trabajando directamente para la inteligencia libia, entonces está trabajando directamente para Muammar al-Gadafi. Se le ha encomendado una misión sagrada, y la llevará a cabo con celo religioso.

Ben dejó que nos empapáramos de la idea durante unos momentos y prosiguió:

– Los palestinos, por el contrario, son más sofisticados, más pragmáticos. Son inteligentes, tienen una agenda política, y su principal enemigo es Israel. Los iraquíes, al igual que los iraníes, han perdido la confianza en sus líderes. Los libios, por el contrario, idolatran a Gadafi, y hacen lo que él dice, aunque Gadafi ha cambiado muchas veces de rumbo y de enemigos. De hecho, si ésta es una operación libia, no parece haber razón específica para ella. Aparte de realizar declaraciones antiestadounidenses, Gadafi no se ha mostrado muy activo en el movimiento extremista desde el bombardeo de Libia por parte de los norteamericanos, y de la represalia de Libia, que fue el atentado contra el vuelo Uno-Cero-Tres de Pan Am sobre Lockerbie, Escocia, en 1998. En otras palabras -añadió Ben- Gadafi da por terminada su venganza de sangre contra Estados Unidos. Su honor ha sido reparado, el bombardeo de Libia, que causó la muerte de su hija adoptiva, está vengado. No puedo imaginar por qué habría de querer reanudar la lucha.