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Jalil no podía comprender cómo las mujeres occidentales habían adquirido tanto poder e influencia, invirtiendo el orden natural establecido por Dios y por la naturaleza, pero sospechaba que la democracia tenía algo que ver en ello, porque todos los votos valían lo mismo.

Por alguna razón, sus pensamientos retornaron al avión, al momento en que éste había sido llevado al área de seguridad. Pensó de nuevo en el hombre y la mujer que había visto, ambos con insignias, ambos dando órdenes como si fuesen iguales. Su mente no podía concebir la idea de dos personas de sexo opuesto trabajando en común, hablando la una con la otra, tocándose, quizá incluso comiendo juntas. Y más asombroso aún era el hecho de que la mujer fuese agente de policía y estuviese, indudablemente, armada. Se preguntó cómo habían permitido los padres de esas mujeres que sus hijas fuesen tan desvergonzadas y masculinas.

Recordó su primer viaje a Europa -a París- y rememoró lo sorprendido y ofendido que se había sentido ante la lascivia y la osadía de las mujeres. Con el paso de los años, casi había acabado acostumbrándose a las mujeres europeas, pero cada vez que volvía a Europa -y ahora a Estados Unidos- se sentía nuevamente ofendido e incrédulo.

Las mujeres occidentales caminaban solas, hablaban con hombres desconocidos, trabajaban en tiendas y oficinas, mostraban su carne e incluso discutían con hombres. Jalil recordó las historias, narradas en las escrituras› de Sodoma y Gomorra y Babilonia antes de la llegada del islam. Sabía que estas ciudades habían caído por las iniquidades y la relajación sexual de las mujeres. Sin duda, toda Europa y América sufrirían algún día el mismo destino. ¿Cómo podían sobrevivir sus civilizaciones si las mujeres se comportaban como putas o como esclavas que habían derrocado a sus amos?

Quienquiera que fuese el Dios en que estos pueblos creían, o no creían, los había abandonado, y algún día los destruiría. Pero por el momento, por alguna razón que se le escapaba, estas naciones inmorales eran poderosas. Por consiguiente, le correspondía a él, Asad Jalil, y a otros como él, administrar el castigo de su Dios, hasta que el propio Dios de ellos, el Dios de Abraham e Isaac, administrara la salvación o la muerte.

Jalil siguió conduciendo, haciendo caso omiso de la sensación de sed que se intensificaba por momentos.

Puso la radio y recorrió las frecuencias. Algunas emisoras tenían una música extraña, que uno de los locutores denominó country westem. Muchas emisoras transmitían lo que Jalil identificó como servicios religiosos o música religiosa. Un hombre leía un trozo del testamento cristiano y el testamento hebreo. El acento y la entonación del hombre eran tan extraños que Jalil no habría entendido una sola palabra si no fuera porque reconocía muchos de los pasajes. Escuchó un rato pero el hombre interrumpía con frecuencia la lectura para empezar a hablar sobre la escritura, y Jalil sólo podía entender la mitad de lo que decía. Era interesante pero le desconcertaba. Fue cambiando de emisora hasta encontrar una que solamente radiaba noticias.

El locutor hablaba un inglés inteligible, y Jalil escuchó durante veinte minutos mientras el hombre hablaba de violaciones, atracos y asesinatos, luego de política y más tarde de noticias internacionales.

Finalmente, el hombre dijo: «El Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte y la Administración Federal de Aviación han hecho público un comunicado conjunto en relación con el trágico incidente ocurrido en el aeropuerto John F. Kennedy, de Nueva York. Según el comunicado, no ha habido supervivientes de la tragedia. Los funcionarios federales dicen que quizá los pilotos lograron aterrizar antes de sucumbir a los gases tóxicos, o quizá programaron el ordenador de vuelo del avión para que realizara un aterrizaje automático, cuando se dieron cuenta de que estaban cayendo bajo los efectos de los gases. La AFA no dice si existen grabaciones de transmisiones por radio realizadas por los pilotos pero un funcionario no identificado los ha calificado de héroes por llevar el avión a tierra sin poner en peligro la seguridad de ninguna persona en el aeropuerto ni en sus alrededores. La AFA y el Consejo de Seguridad denominan accidente a la tragedia pero continúa la investigación para determinar las causas. Repito, es ya oficial que no existen supervivientes del vuelo Uno-Siete-Cinco de Trans-Continental procedente de París, y se calcula en trescientos catorce el número total de muertos entre tripulantes y pasajeros. Seguiremos informando.»

Jalil apagó la radio. Ciertamente, pensó, para entonces los norteamericanos, con su avanzado nivel tecnológico, ya sabían todo lo que había que saber sobre lo sucedido en el vuelo 175. Se preguntó por qué demoraban hacer pública la verdad, y sospechó que obedecía a una cuestión de orgullo nacional, así como a la tendencia natural de los servicios de inteligencia a ocultar sus propios errores.

En cualquier caso, si la radio no estaba informando de un ataque terrorista, entonces su fotografía aún no estaba siendo transmitida por televisión.

Jalil pensó que ojalá hubiera habido una forma más rápida de llegar a Washington y a Florida. Pero aquélla era la más segura.

En Trípoli habían considerado medios alternativos de viaje. Pero ir a Washington por aire habría significado ir al otro aeropuerto de Nueva York, a La Guardia, y para cuando él llegase allí la policía ya habría sido alertada. Y lo mismo si los servicios de inteligencia libios hubieran elegido el tren de alta velocidad. Habría sido preciso internarse en el corazón de la ciudad hasta la estación de Pennsylvania, y para cuando él llegase allí la policía ya estaría alertada. Y, en cualquier caso, el horario del tren no le venía bien.

Por lo que se refería al trayecto de Washington a Florida, era posible hacerlo por aire pero tendría que ser en avión particular. Boris había considerado esa posibilidad, pero decidió que era demasiado peligroso.

– En Washington prestan mucha atención a las cuestiones de seguridad -había dicho-, y los ciudadanos consumen demasiadas noticias. Si tu fotografía aparece en televisión o en los periódicos, podría reconocerte un ciudadano atento o incluso el piloto particular. Dejaremos el avión particular para más adelante, Asad. Debes ir en coche, es la forma más segura, la mejor manera de acostumbrarte al país, y te dará tiempo para valorar la situación. La velocidad es buena pero no quieres caer en una trampa. Confía en mi criterio. Yo he vivido cinco años entre esa gente. No pueden concentrar su atención por mucho tiempo. Confunden la realidad con la ficción. Si te reconocen por una fotografía divulgada por televisión, te confundirán con un actor televisivo, o quizá con Ornar Sharif y te pedirán un autógrafo.

Rieron todos cuando Boris terminó. Evidentemente, Boris sentía un cierto desprecio hacia el pueblo americano, pero procuró dejarle bien claro a Asad Jalil que tenía en muy alta consideración a los servicios de inteligencia americanos, e incluso a la policía local en algunos casos.

De todos modos, Boris, Malik y los otros habían planificado su itinerario con una mezcla de rapidez y de reflexión, de audacia y de cautela, de astucia y de candor. Sin embargo, Boris le había advertido:

– No hay planes alternativos, excepto en el aeropuerto Kennedy, donde hemos situado más de un chófer. El que tenga la mala suerte de ser elegido te conducirá a tu coche de alquiler. -Eso le parecía divertido a Boris pero no se lo parecía a nadie más. De hecho, Boris había hecho caso omiso de los semblantes serios que lo rodeaban en la última reunión-. Teniendo en cuenta lo que les pasará a tus dos primeros compañeros de viaje, Haddad y el taxista, por favor, no me pidas que vaya contigo a ninguna parte.