– Por favor, observen detenidamente esta fotografía -dijo la mujer-, y si ven a este hombre comuníquenlo a las autoridades. Se cree que va armado y es peligroso, por lo que nadie debe intentar hacerle frente ni detenerlo. Llamen a la policía o al FBI. Aquí tienen dos números gratuitos a los que pueden llamar… -Aparecieron dos números de teléfono debajo de la foto-. El primero es para informaciones anónimas que ustedes pueden dejar grabadas; el segundo es la línea urgente atendida por personal del FBI. Ambos números funcionan las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Igualmente, el Departamento de Justicia ha ofrecido un millón de dólares de recompensa por cualquier información que conduzca a la detención del sospechoso.
Apareció en la pantalla otra fotografía de Asad Jalil, pero con expresión ligeramente diferente, y Jalil la reconoció como tomada en la embajada de París.
– Observen con atención esta fotografía -continuó la mujer-. Las autoridades federales solicitan su ayuda para localizar a este hombre, Asad Jalil. Habla inglés, árabe y algo de francés, alemán e italiano. Se sospecha que es un terrorista internacional, y es posible que se encuentre actualmente en los Estados Unidos. No tenemos más información sobre este individuo pero en cuanto conozcamos más detalles se los comunica-remos a ustedes.
Durante todo el rato, la fotografía de Asad Jalil miraba desde el televisor a Asad Jalil.
La locutora pasó a otra noticia, y Jalil pulsó el botón que suprimía el sonido del televisor. Luego fue hasta el espejo de la pared, se puso las gafas bifocales y se miró.
Asad Jalil, el libio de la televisión, tenía el pelo negro, peinado hacia atrás. Hefni Badr, el egipcio de Jacksonville, Florida, tenía el pelo gris, peinado con raya a un lado.
Asad Jalil, en la televisión, tenía los ojos oscuros. Hefni Badr, en Jacksonville, llevaba gafas bifocales y eso tornaba borrosos sus ojos.
Asad Jalil, en la televisión, estaba perfectamente afeitado. Hefni Badr lucía un bigote gris.
Asad Jalil, en la televisión, no sonreía. Hefni Badr sonreía frente al espejo porque no se parecía a Asad Jalil.
Dijo sus oraciones y se acostó.
CAPÍTULO 36
Llegué a las ocho a la reunión convocada en el piso veintiocho de Federal Plaza, sintiéndome virtuoso por no haber pasado la noche con Kate Mayfield. De hecho, pude mirarla directamente a los ojos y decir:
– Buenos días.
Correspondió a mi saludo, y me pareció oír la palabra «gili-pollas», pero quizá era sólo que me sentía como si lo fuese.
Nos situamos en torno a una alargada mesa de conferencias en una sala desprovista de ventanas y permanecimos charlando hasta que dio comienzo a la sesión.
Las paredes de la sala estaban adornadas con ampliaciones de fotos de Asad Jalil en varias instantáneas tomadas en París. Había también dos fotos con el rótulo «Yusef Haddad». Una llevaba como subtítulo «Instantánea en la morgue», la otra, «Foto de pasaporte». La foto de la morgue parecía realmente mejor que la del pasaporte.
Había también varias fotos del desertor de febrero, cuyo nombre resultó ser Boutros Dharr y cuyo estatus era el de muerto.
Yo tengo la teoría de que todos estos tipos eran malos porque tenían unos nombres estúpidos, como un chico que se llamara Sue.
Conté diez tazas de café y diez blocs de notas sobre la mesa, y deduje que íbamos a ser diez personas en la reunión. En cada bloc figuraba escrito un nombre, por lo que deduje también que debía sentarme delante del bloc que llevaba mi nombre. Así que lo hice. Había cuatro jarras de café en la mesa. Me serví de una de ellas y luego la empujé en dirección a Kate, que estaba sentada justo enfrente de mí.
Llevaba un traje a rayas finas que le confería un aspecto un poco más severo que el blazer azul y la falda hasta la rodilla del sábado. Su lápiz de labios era una especie de rosa coral. Me sonrió.
Yo le sonreí también, pero debíamos centrarnos en la reunión de la Brigada Antiterrorista.
Todo el mundo estaba tomando asiento ya. A un extremo de la mesa se hallaba Jack Koenig, que acababa de llegar de Washington y llevaba el mismo traje del día anterior.
Al otro extremo estaba el capitán David Stein, de la policía de Nueva York, uno de los dos comandantes de la Brigada Antiterrorista de Nueva York. Tanto Stein como Koenig podían considerar que estaban sentados a la cabecera de la mesa.
A mi izquierda estaba Mike O'Leary, de la Unidad de Inteligencia de la policía de Nueva York, y observé que el nombre que figuraba en el bloc que tenía delante era igual que el suyo, lo cual me hizo sentirme optimista respecto a la Unidad de Inteligencia de la policía.
Justo a mi derecha estaba el agente especial Alan Parker, del FBI y de la BAT. Alan es nuestro relaciones públicas. Anda por los veintitantos años pero aparenta unos trece. Es un fanfarrón de primera, y eso era lo que necesitábamos en este caso.
A la derecha de Parker, junto a Koenig, estaba el capitán Henry Wydrzynski, subjefe de detectives en la Autoridad Portuaria. Nos habíamos visto varias veces, cuando yo era detective de la policía de Nueva York, y parecía un tipo estupendo si no fuera por su nombre, que parecía la tercera línea de un cartel de los de graduarse la vista. Quiero decir que alguien debería comprarle a este hombre una vocal.
Enfrente de mí estaban Kate y otras tres personas. A un extremo, junto al capitán Stein, se hallaba Robert Moody, jefe de detectives de la policía de Nueva York. Moody era el primer jefe de detectives negro de la policía neoyorquina y era, además, mi antiguo jefe, antes de mi muerte y resurrección. Huelga decir que no resulta tarea fácil estar al mando de unos cuantos miles de tipos como yo. He coincidido con el jefe Moody en varias ocasiones, y parece que no le desagrado, lo cual no está nada mal, habida cuenta de cómo suelen andar las cosas entre los jefes y yo.
A la izquierda de Kate se hallaba sentado el sargento Gabriel Haytham, de la policía de Nueva York y de la BAT, un caballero árabe.
Junto a Gabriel, a la derecha de Koenig, había un hombre desconocido, aunque lo desconocido era sólo su nombre. Yo no tenía la menor duda de que aquel atildado caballero era de la CÍA. Es curioso cómo puedo distinguirlos; afectan una especie de aburrida displicencia, gastan demasiado en ropa y siempre parecen tener que estar en un lugar más importante que donde están.
De todas formas, me había estado sintiendo un poco vacío desde que no tenía a Ted Nash para meterme con él. Me sentía mejor ahora que tal vez tuviese a alguien que ocupara su puesto.
En cuanto a Ted Nash, me lo imaginaba metiendo en la maleta su lencería fina para su viaje a París. También me lo imaginaba en algún momento de mi vida pasada, como he dicho. Recordé las palabras de Koenig: «Es a Ted a quien debe vigilar.» Jack Koenig no decía cosas como ésa a la ligera.
También faltaba George Foster, cuyo trabajo consistía en cuidar la tienda. Estaba en el Club Conquistador y probablemente permanecería allí mucho tiempo. La misión de George era, en la jerga de la investigación criminal, actuar como «anfitrión», o coordinador del escenario del crimen, ya que, además de ser testigo, había participado realmente en los acontecimientos. Mejor George que yo, supongo.
Además de Nash y Foster, también faltaba en el grupo Nick Monti. Así pues, Jack Koenig inició la reunión proponiendo un minuto de silencio por Nick, al igual que por Phil, Peter, los dos agentes federales del vuelo 175, Andy McGill, de la unidad del Servicio de Emergencia de la Autoridad Portuaria, Nancy Tate y la agente de servicio Meg Collins y todas las víctimas del vuelo 175.