Выбрать главу

Pensó por un momento en sus dos acompañantes. Se habían mostrado corteses, incluso solícitos. Se habían asegurado de que estuviese cómodo y de que no le faltase nada. Se habían disculpado por las esposas y le habían ofrecido dejarle que se quitara el chaleco antibalas durante el vuelo, oferta que él había declinado.

Pero, a pesar de sus buenos modales, Jalil había detectado un cierto grado de condescendencia en Hundry, que se había identificado como agente del FBI. Hundry se había mostrado no sólo condescendiente, sino a veces despreciativo, y en una o dos ocasiones había manifestado una cierta hostilidad.

El otro, Gorman, no había proporcionado más identificación que su nombre, que dijo que era Peter. Pero Jalil no tenía la menor duda de que era agente de la CÍA. Gorman no había mostrado hostilidad, y, de hecho, parecía tratar a Asad Jalil como a un igual, quizá como a un colega de servicios de inteligencia.

Hundry y Gorman se habían turnado en el asiento situado junto a su prisionero, o su desertor, como ellos lo llamaban.

Cuando Peter Gorman se sentó a su lado, Jalil aprovechó la ocasión para revelarle sus actividades en Europa. Al principio, Gorman había manifestado incredulidad, para finalmente mostrarse impresionado.

– Una de dos: o es usted un buen mentiroso o un asesino excelente -le había dicho-. Averiguaremos cuál de las dos cosas es.

– Soy las dos cosas, y ustedes jamás descubrirán qué es mentira y qué es verdad -había replicado Jalil.

– No apueste por ello -dijo Gorman.

Después, los dos agentes conversaron en voz baja unos minutos y a continuación Hundry se sentó a su lado. Hundry trató de hacer que Jalil le contara lo que le había dicho a Gorman, pero Jalil sólo habló con él del islam, de su cultura y de su país.

Jalil sonrió al pensar en aquel jueguecito que lo había mantenido entretenido durante el vuelo. Finalmente, hasta los dos agentes lo encontraron divertido y se lo tomaron con humor. Pero se daban perfecta cuenta de que estaban en presencia de alguien a quien no se debía tratar con condescendencia.

Y finalmente, en el momento en que Yusef Haddad entró en el lavabo, que era la señal convenida para que Jalil solicitase permiso para utilizarlo, éste le dijo a Gorman:

– Maté al coronel Hambrecht en Inglaterra como primera parte de mi misión.

– ¿Qué misión? -preguntó Gorman.

– Mi misión de matar a todos los pilotos americanos supervivientes que participaron en la incursión aérea sobre Al Azziziyah el 15 de abril de 1986. -Y añadió-: Toda mi familia murió en el ataque.

Gorman había permanecido un rato en silencio.

– Lamento lo de su familia -dijo finalmente, y agregó-: Creía que los nombres de esos pilotos estaban clasificados como materia de alto secreto.

– Así es -había replicado Jalil-. Pero los altos secretos se pueden revelar… sólo que cuestan más dinero.

Entonces Gorman había dicho algo que incluso ahora turbaba a Jalil.

– Yo también tengo un secreto para usted, señor Jalil. Tiene que ver con sus padres, y con otros asuntos personales.

Aun a su pesar, Jalil mordió el cebo.

– ¿De qué se trata? -preguntó.

– Lo sabrá en Nueva York. Después de que nos haya dicho lo que nosotros queremos saber.

Yusef Haddad había salido del lavabo, y no había un minuto que perder. Jalil solicitó permiso para ir al lavabo. Pocos minutos después, Peter Gorman se llevaba a la tumba su secreto y el secreto de Jalil.

Jalil escrutó de nuevo el periódico pero había pocas cosas de interés, fuera de la recompensa de un millón de dólares, que no le pareció mucho dinero, habida cuenta de todas las personas que había matado. De hecho, constituía casi un insulto a las familias de los muertos y, ciertamente, un insulto personal a él mismo.

Tiró el periódico a la papelera, cogió su maletín, atisbo de nuevo por la mirilla y se fue directamente a su coche.

Montó, puso el motor en marcha, salió del parking del Sheraton Motor Inn y se incorporó al tráfico de la autopista.

Eran las siete y media de la mañana, el cielo estaba despejado y el tráfico era escaso.

Condujo hacia una zona comercial dominada por un enorme supermercado llamado Winn-Dixie. En Trípoli le habían dicho que de ordinario se podían encontrar teléfonos públicos en los surtidores de gasolina o cerca de los supermercados, y a veces también en las oficinas de Correos, como ocurría en Libia y en Europa. Pero la oficina de Correos era un lugar que debía evitar. Vio una fila de teléfonos en la pared del supermercado, cerca de las puertas de acceso, y estacionó el coche en el casi desierto parking. Encontró varias monedas en el maletín, se metió en el bolsillo una de las pistolas, bajó del coche y se dirigió a uno de los teléfonos.

Miró los números que había anotado y marcó el primero.

– Servicios Aéreos Alpha -dijo la voz de una mujer.

– Quisiera alquilar un avión con piloto que me lleve a Daytona Beach -dijo.

– Sí, señor. ¿Cuándo quiere ir?

– Tengo una cita a las nueve y media en Daytona Beach.

– ¿Dónde se encuentra usted ahora?

– Le estoy llamando desde el aeropuerto de Jacksonville.

– Muy bien, debe venir aquí lo antes posible. Estamos en el aeropuerto municipal Craig. ¿Sabe dónde está?

– No, pero tomaré un taxi.

– Muy bien. ¿Cuántos pasajeros, señor?

– Yo, solamente.

– Muy bien… ¿y será viaje de ida y vuelta?

– Sí, pero la espera será corta.

– De acuerdo… No puedo darle el precio exacto pero vienen a ser unos trescientos dólares ida y vuelta, más el tiempo de espera. Las tasas de aterrizaje o aparcamiento no están incluidas.

– Sí, está bien.

– ¿Su nombre, señor?

– Demitrious Poulos. -Se lo deletreó.

– Muy bien, señor Poulos, cuando llegue al Craig, dígale al taxista que estamos al final de la fila de hangares del lado norte del campo. ¿De acuerdo? Hay un letrero grande. Servicios Aéreos Alpha. Pregunte a cualquiera.

– Gracias. Que tenga un buen día.

– Lo mismo le digo.

Colgó.

En Trípoli le habían asegurado que alquilar un avión con piloto en Estados Unidos era más fácil que alquilar un automóvil. Para un automóvil necesitabas una tarjeta de crédito, carnet de conducir y debías tener una determinada edad. En cambio, para un avión pilotado no te hacían más preguntas que si estuvieras tomando un taxi. Boris le había dicho: «Lo que los americanos llaman Aviación General -vuelos, privados- no está sometido a un rígido control gubernamental como ocurre en Libia o en mi país. No necesitas identificación. Yo mismo lo he hecho muchas veces. En este tipo de cosas el dinero es mejor que una tarjeta de crédito. Pueden ahorrarse impuestos si pagas en metálico, y su contabilidad de los pagos al contado no es tan meticulosa.»

Jalil asintió para sus adentros. Su viaje se estaba volviendo menos difícil. Introdujo una moneda en el teléfono y marcó un número que había memorizado.

– Software de Simulación Grey -contestó una voz-. Aquí Paul Grey.

– Señor Grey, soy el coronel Itzak Hurok, de la embajada israelí -respondió Jalil.

– Oh, sí, estaba esperando su llamada.

– ¿Le ha hablado alguien de Washington?

– Sí, desde luego. Dijeron que a las nueve y media. ¿Dónde está usted ahora?

– En Jacksonville. Acabo de aterrizar.

– Oh, bueno, necesitará unas dos horas y media para llegar aquí.

– Hay un avión privado esperándome en el aeropuerto municipal, y tengo entendido que vive usted en un aeropuerto.

– Bueno, podríamos decirlo así -rió Paul Grey-. Se llama una comunidad de acceso por aire. Spruce Creek, en las afueras de Dayton Beach. Escuche, coronel, tengo una idea. ¿Por qué no voy yo a Craig en mi avión a recogerlo? Reúnase conmigo en el vestíbulo. Es menos de una hora de vuelo. Puedo despegar antes de diez minutos. Y luego le puedo llevar directamente al aeropuerto internacional de Jacksonville a tiempo para que tome el avión de vuelta a Washington. ¿Qué le parece?