– Muy bien.
Ella se recostó en el asiento y escrutó el panel de control.
– Ochenta y cuatro millas náuticas, tiempo de vuelo cuarenta y un minutos, consumo estimado de combustible, nueve galones y medio. Una perita en dulce.
– No, gracias.
Ella lo miró y se echó a reír.
– No, quiero decir… es una especie de argot. Significa que no hay problemas.
Él asintió con la cabeza.
– Reduciré el argot al mínimo. Si no me entiende, diga: «Stacy, hable en inglés.»
– Sí.
– Muy bien, estamos subiendo a ochocientos metros, justo al este de la base aeronaval de Jacksonville. Puede verla ahí abajo. Eche un vistazo. El otro aeródromo, al oeste, se llamaba campo Cecil, también de la Marina, pero ha sido desafectado. ¿Ve algún caza de reacción por aquí? Casi todos los días hacen sus entrenamientos. Fíjese bien. Lo último que necesito es que un maldito piloto de reactores se me pegue al culo… disculpe mi francés.
– ¿Francés?
– Olvídelo. Oiga, no es asunto mío, pero ¿por qué va usted a Spruce Creek?
– Tengo una cita de negocios allí. Un coleccionista de antigüedades griegas.
– Muy bien. ¿Estará como una hora en tierra?
– Quizá menos. No más, desde luego.
– Tómese todo el tiempo que necesite. Tengo libre todo el día.
– No tardaré mucho.
– ¿Sabe adónde tiene que ir cuando aterricemos?
– Sí. Tengo la información.
– ¿Ha estado alguna vez allí? ¿En Spruce Creek?
– No.
– Es un sitio muy selecto. Eso significa gente con demasiado dinero. Bueno, no todos nadan en la opulencia pero hay mucho presuntuoso entre ellos. Montones de médicos, abogados y hombres de negocios que creen que saben pilotar. Pero también hay muchos pilotos de líneas aéreas comerciales… en activo y retirados. Saben manejar los aparatos grandes pero a veces se estrellan con sus avionetas deportivas. Lo siento, se supone que no debo hablar de accidentes aéreos con los clientes. -Rió de nuevo.
Jalil sonrió.
– De todos modos -continuó ella-, en Spruce Creek también hay unos cuantos militares retirados. De esos que se las dan de muy machos, ya sabe. Quiero decir que creen que son un obsequio de Dios para las mujeres. ¿Entiende?
– Sí.
– Eh, el tipo que va a visitar no se llamará Jim Marcus, ¿verdad?
– No.
– ¡Uf! Bueno, yo salí una temporada con ese idiota. Estuvo en la Marina y ahora es piloto de US Airways. Mi padre era piloto militar de reactores. Me decía que nunca saliera con un piloto. Buen consejo. Bueno, el caso es que si no vuelvo a ver nunca a ese hijo de perra, mejor. De acuerdo, ya está bien de hablar de mis problemas. Ahí abajo, a la izquierda…, ahora no puede verlo, pero lo verá a la vuelta, está San Agustín, el poblado más antiguo de Estados Unidos. Poblado europeo, quiero decir. Los indios estuvieron aquí primero, ¿no?
– ¿Tienen mucho dinero los pilotos retirados en Estados Unidos? -preguntó Jalil.
– Bueno… depende. Les queda una buena pensión si han reunido suficiente tiempo de servicio y han logrado una graduación alta. Como coronel quizá…, o sea, capitán en la Marina. Les va muy bien si han sabido ahorrar un poco y no han derrochado toda la paga. Muchos de ellos se ponen a trabajar para alguna empresa relacionada con su profesión, ¿comprende? Como una compañía privada que fabrique piezas de armas para aviones militares. Tienen contactos y se encargan de las relaciones públicas. Algunos vuelan para compañías privadas. Contratan a tipos que han pertenecido al ejército. Tíos muy machos y muy amigotes entre ellos. Los jefes quieren a alguien que haya bombardeado a algunos pobres infelices. Luego cuentan a todos sus amigos… pues mi piloto es el coronel Smith, que achicharró a bombazos a los yugoslavos, o los iraquíes, ya sabe.
– O a los libios.
– Nosotros nunca hemos bombardeado a los libios, ¿no?
– Creo que sí. Hace muchos años.
– ¿Sí? No lo recuerdo. Tenemos que dejar de hacer eso. Es algo que le enfurece a la gente.
– Sí.
El Piper continuó hacia el sur.
– Acabamos de pasar por Palatka -dijo Stacy Moll-. Bien, si mira a la derecha, verá la zona de prácticas de la Marina. ¿Ve esa extensión arrasada? No podemos acercarnos más porque es espacio aéreo de acceso restringido. Pero puede ver las zonas de los blancos de tiro. ¡Eh, hoy están bombardeando! ¿Ha visto a ese tío lanzarse en picado y elevarse inmediatamente en vertical? ¡Jo! Hace un año que no veía nada igual. Esté atento a los grandes ases. Generalmente llegan a gran altura y sueltan su carga allá arriba, pero a veces practican pasadas rasantes, como cuando tienen que eludir el radar enemigo. Entonces hay que estar al tanto. ¡Eh, mire! ¿Ve eso? Ahí viene otro en vuelo rasante. Jo. ¿Ve algún avión?
El corazón le palpitaba violentamente a Asad Jalil. Cerró los ojos y a través de la negrura vio el ardiente penacho rojo del reactor atacante lanzándose sobre él, la mancha borrosa del aparato recortándose sobre el resplandor de Trípoli. El caza ya no estaba más que a un metro de su cara, o quizá era así como lo recordaba con el paso del tiempo. El caza se había elevado bruscamente en el aire, e instantes después estallaron cuatro ensordecedoras explosiones, y el mundo quedó destruido a su alrededor.
– ¿Demetrious? ¿Demetrious? ¿Se encuentra bien?
Se dio cuenta de que tenía la cara hundida entre las manos y el sudor le bañaba la piel. La mujer le estaba sacudiendo por los hombros.
Bajó las manos, cogió aire y dijo:
– Sí. Estoy bien.
– ¿Seguro? Si tiene ganas de devolver, tengo a mano una bolsa de plástico.
– Estoy bien. Gracias.
– ¿Quiere un poco de agua? Tengo agua detrás.
Él negó con la cabeza.
– Ya estoy bien.
– Vale.
Continuaron volando en dirección sur sobre los campos de Florida. Al cabo de unos minutos, Jalil dijo:
– Ya me siento mucho mejor.
– ¿Sí? Quizá no deba mirar abajo. El vértigo, ya sabe. ¿Cómo se dice vértigo en griego?
– Igual. Vértigo.
– ¿En serio? Eso quiere decir que yo hablo griego.
Él la miró, y ella le sostuvo la mirada.
– Era broma -dijo ella.
– Naturalmente. -Si hablaras griego, sabrías que yo no lo hablo.
– Allá a la derecha… no mire, está Daytona Beach. Se ven los grandes hoteles de la playa. No mire. ¿Qué tal la tripa?
– Bien.
– Estupendo. Vamos a empezar el descenso. Puede que resulte un poco movido.
El Piper descendió hacia los trescientos metros, y cuanto más bajaban más turbulencias encontraban.
– ¿Qué tal vamos? -preguntó Stacy Moll.
– Muy bien.
– Estupendo. No habrá muchas más sacudidas. Son sólo las turbulencias debidas a la baja altura.
Sintonizó una frecuencia en su radio y pulsó tres veces el transmisor. Una voz femenina de autómata dijo:
– Informe meteorológico del aeropuerto de Spruce Creek, viento en ciento noventa grados a nueve nudos, altímetro tres-cero-dos-cuatro.
Stacy Moll cambió la frecuencia y transmitió:
– Tráfico de Spruce Creek, Piper Uno-Cinco Whisky está a dos millas al oeste, entrando a favor de viento por pista Dos-Tres.
– ¿Con quién habla? -preguntó Jalil.
– Sólo estoy anunciando nuestra posición a otro avión que podría estar en la zona. Pero no veo a nadie, y nadie dice nada por la radio. Así que vamos a entrar derechos. -Añadió-: No hay torre en Spruce Creek, que está a seis millas al sur del internacional de Daytona Beach. Voy a mantenerme a baja altura y al oeste de Daytona, para poder esquivar su radar y no tener que hablar con ellos. ¿Comprende?
Él asintió con la cabeza.
– ¿De modo que… no hay… constancia de nuestra llegada?
– No. ¿Por qué lo pregunta?