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– En mi país se lleva un registro de todos los aviones.

– Éste es un aeródromo privado. -Inició un lento viraje-. Es una comunidad con servicio de seguridad en la entrada. Ya sabe, si llega en coche, el nazi de la puerta lo registrará de arriba abajo a menos que lo avale uno de los residentes. Aun así, no dejarán de observarlo detenidamente y de someterlo a un auténtico tercer grado.

Jalil asintió con la cabeza. Ya lo sabía, y por eso llegaba en avión.

Stacy Moll continuó:

– Yo solía venir de vez en cuando aquí en coche a ver al señor Maravilloso, y al idiota de él a veces se le olvidaba avisar al nazi de mi llegada. Qué menos que acordarse de que yo llegaba, ¿no? Bueno, pues por eso venía en avión siempre que podía. Porque es que ya puedes ser un asesino sanguinario, que si tienes un avión nadie te pone la menor pega. Quizá deberían instalar cañones antiaéreos. Y exigir una contraseña para la voz automatizada. ¿Amigo o enemigo? Si no tienes la contraseña, abren fuego y te borran del mapa. -Rió-. Algún día voy a arrojar una bomba en la maldita casa del señor Maravilloso. Quizá en medio de su piscina mientras se baña en cueros. A él y a la nueva. ¡Hombres! Me sacan de quicio. No puedes vivir con ellos, no puedes vivir sin ellos. ¿Está usted casado?

– No.

– ¿Ve aquel club de campo? Campo de golf, pistas de tenis, hangares privados al lado mismo de algunas de las casas, piscinas… Estos tíos saben cuidarse. ¿Ve aquella casa grande amarilla? Mire. Ésa es de un famoso actor de cine al que le gusta pilotar su propio reactor. Apuesto a que no les cae nada bien a los hombres de por aquí, pero estoy seguro de que a las mujeres, sí. ¿Ve esa casa blanca con la piscina? Es de un magnate inmobiliario de Nueva York que posee un birreactor Citation. Estuve con él una vez. Buena persona. Es judío. A los hombres les cae probablemente tan bien como el actor. Estoy buscando otra casa… de un tipo llamado… no me acuerdo ahora de su nombre, pero es piloto de US Airways, ha escrito un par de novelas de aviación… no recuerdo los títulos… era amigo del señor Maravilloso. Quería sacarme en uno de sus libros. ¿Qué me costaba eso a mí? ¡Uf! Hombres.

Jalil contempló la sucesión de mansiones que se extendían allá abajo, las palmeras, las piscinas, los verdes céspedes y los aviones estacionados junto a algunas de las casas. El hombre que tal vez había asesinado a su familia estaba allí abajo, esperándolo con una sonrisa y una cerveza. Jalil casi podía sentir el sabor de su sangre.

– Bien, todo el mundo en silencio durante los próximos segundos -dijo Stacy.

El Piper se aproximó a una pista señalada con el número 23, disminuyó el ruido del motor, la pista pareció elevarse, y el avión tocó tierra con suavidad.

– Un aterrizaje excelente. -Rió, y redujo rápidamente la velocidad accionando los frenos de las ruedas-. La semana pasada tuve un aterrizaje un tanto agitado con fuerte viento de través, y el listillo del cliente me preguntó: «¿Hemos aterrizado o nos han derribado?»

Rió de nuevo.

Se detuvieron junto a la calzada de rodaje central, y salieron de la pista.

– ¿Dónde está el hombre que lo espera?

– En su casa. Vive junto a una de las calzadas de rodaje.

– ¿Ah, sí? Un tipo con pasta. ¿Sabe adónde ir?

Jalil sacó del maletín una hoja de papel en la que había un plano hecho por ordenador en el que decía: «Plano obsequio. Spruce Creek. Florida.»

Stacy lo cogió y echó un vistazo.

– Muy bien… ¿cuál es la dirección del hombre?

– Es la calzada Yankee. Al final.

– Eso no queda lejos de donde vive señor Maravilloso. Bien, haremos como si fuésemos en taxi.

Extendió el brazo por delante de su pasajero, abrió la puerta para ventilar la carlinga, en la que ya comenzaba a hacer demasiado calor, y luego miró el plano que tenía sobre el regazo y empezó a conducir el Piper por las calzadas.

– Bien, aquí está el área de aprovisionamiento de combustible y los hangares de mantenimiento de Spruce Creek Aviation… aquí está Beech Boulevard… -Pasó a una ancha carretera de cemento y añadió-: Algunos de estos sitios son calzadas sólo para aviones, otros sólo para vehículos y otros son para aviones y vehículos. Como si yo quisiera compartir carretera con el todoterreno de algún idiota. Esté al tanto por si se ve algún cochecito de golf. Los jugadores de golf son más estúpidos aún que los dueños de los todoterrenos. Bueno… ahí está el Cessna Boulevard… qué bien elegidos los nombres, ¿verdad?

Torció a la izquierda por Cessna, luego a la derecha por la calzada Tango y seguidamente a la izquierda por Tango Este. Se quitó las gafas de sol y dijo:

– Mire esas casas.

Era lo que estaba haciendo Jalil. A ambos lados se alineaban las traseras de lujosas mansiones con acceso por la pista, con grandes hangares privados, piscinas cercadas y palmeras que le recordaban a su patria.

– Aquí hay muchas palmeras, pero no he visto ninguna en Jacksonville -dijo.

– Oh, no crecen aquí de forma natural. Estos idiotas las traen del sur de Florida. Esto es el norte de Florida pero piensan que necesitan tener palmeras a su alrededor. Me sorprende que no tengan flamencos atados en el jardín.

Jalil no respondió pero pensó de nuevo en Paul Grey, con quien iba a reunirse al cabo de unos minutos. Realmente, aquel asesino había ido al Paraíso antes de morir, mientras Jalil vivía en el infierno. No tardaría en invertirse la situación.

– Bueno, aquí está la calzada Mike… -anunció Stacy Moll. Hizo girar el Piper a la derecha, por la estrecha franja de asfalto.

Varios de los hangares tenían las puertas abiertas, y Jalil observó que había muchos tipos de aviones… pequeños aparatos monomotores, como el que ocupaba en aquellos momentos, extraños aviones con una ala encima de otra y reactores de tamaño mediano.

– ¿Tienen alguna finalidad militar estos aviones? -preguntó.

Ella se echó a reír.

– No, son los juguetes de estos chicos, ¿comprende? Yo vuelo para ganarme la vida. La mayoría de estos payasos sólo vuelan por diversión o para impresionar a sus amigos. Por cierto, estoy aprendiendo a tripular reactores. Es muy caro, pero hay un tipo que me lo paga… quiere que pilote el reactor de su empresa. Ya sabe, como le he dicho, algunos peces gordos quieren pilotos militares, pero otros prefieren… como un juguete dentro del juguete. ¿Lo pilla?

– ¿Perdón?

– ¿De dónde es usted?

– De Grecia.

– ¿Sí? Yo creía que los millonarios griegos… bueno, ya hemos llegado. Calzada Yankee.

Viró a la derecha, y la calzada terminó en una superficie de cemento que conducía a un amplio hangar. En la pared de éste había un pequeño letrero que decía: «Paul Grey.»

El hangar estaba abierto, y en su interior se veía un avión bimotor, un Mercedes Benz descapotable, una escalera que llevaba a un sobrado y un carro de golf.

– Este tío tiene todos los juguetes -dijo Stacy Moll-. Ése es un Beech Barón, modelo del 58, y parece bastante nuevo. Vale un dineral. ¿Va a venderle algo?

– Sí. Los jarrones.

– ¿Sí? ¿Son caros?

– Mucho.

– Estupendo. El hombre tiene pasta. Dinero. Por cierto, ¿está casado este tío?

– No.

– Pregúntele si necesita un copiloto. -Se echó a reír.

Apagó el motor del Piper.

– Tiene que salir usted primero, a menos que quiera que le pase por encima. -Rió-. Tómeselo con calma. Yo le sostendré el maletín. -Se lo cogió de encima de las rodillas.

Jalil salió del avión a la sección antideslizante del ala. Stacy Moll le entregó el maletín, y él lo puso encima del ala y saltó sobre el cemento. Luego se volvió y cogió el maletín.

Stacy lo siguió y saltó también desde el ala, pero perdió el equilibrio y trastabilló hacia adelante. Tropezó con Jalil y se le agarró al hombro para recuperar el equilibrio. A Asad Jalil se le cayeron las gafas y su rostro quedó a menos de quince centímetros del de Stacy Moll. Ella lo miró a los ojos, y él le sostuvo la mirada.