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Finalmente, ella sonrió y dijo:

– Disculpe.

Jalil se agachó, recogió las gafas de sol y se las puso.

Ella sacó del bolsillo el paquete de cigarrillos y encendió uno.

– Esperaré aquí, en el hangar, a la sombra. Voy a servirme algo de su frigorífico y utilizaré el baño del hangar. Todos tienen lavabos y frigoríficos. A veces, cocinas y despensas. Así, cuando la criada se larga no tienen que ir muy lejos. -Rió-. Dígale a este tipo que voy a coger una Coca-Cola. Le dejaré un dólar.

– Sí.

– Hombre, el señor Maravilloso vive cerca de aquí. Igual me acerco a saludarlo.

– Tal vez deba quedarse aquí -respondió Jalil, y añadió-: No tardaré mucho.

– Claro. Sólo estaba bromeando. Probablemente le atascaría la tubería de combustible si no lo encontraba en casa.

Jalil se volvió hacia el camino de cemento que conducía al edificio.

– Buena suerte -le dijo ella desde atrás-. Estrújelo bien. Hágale pagar con sangre.

Jalil volvió la cabeza.

– ¿Perdón?

– Significa que le haga pagar mucho.

– Sí. Le haré pagar con sangre.

Siguió el sendero por entre los matorrales hasta llegar a una puerta de tela metálica que daba a una piscina cercada. Empujó la puerta y la abrió. Entró en la zona de la piscina y se fijó en las tumbonas, un mostradorcito para bebidas y un flotador en el agua.

Había otra puerta, y se dirigió hacia ella. Dentro, se veía una amplia cocina. Miró su reloj y vio que eran las nueve y diez.

Pulsó el botón del timbre y esperó. Cantaban los pájaros en los árboles cercanos, alguna criatura emitía una especie de graznido y una avioneta describía círculos en lo alto.

Al cabo de un minuto, un hombre vestido con pantalones marrones y camisa azul se acercó a la puerta y lo miró a través del cristal.

Jalil sonrió.

El hombre abrió la puerta y preguntó:

– ¿Coronel Hurok?

– Sí. ¿Capitán Grey?

– En efecto. Pero sólo señor Grey. Llámeme Paul. Adelante.

Asad Jalil entró en la amplia cocina del señor Paul Grey. La casa tenía aire acondicionado pero no hacía excesivo frío.

– ¿Puedo coger ese maletín? -preguntó Paul Grey.

– No hace falta.

Paul Grey miró el reloj de la pared y observó:

– Se ha adelantado usted un poco pero no es problema. Estoy listo.

– Magnífico.

– ¿Cómo ha encontrado la casa?

– Indiqué a mi piloto que utilizara las calzadas.

– Oh… ¿cómo sabía qué calzadas utilizar?

– Señor Grey, hay poco que mi organización no conozca acerca de usted. Por eso estoy aquí. Usted ha sido elegido.

– Bueno. Me parece bien. ¿Le apetece una cerveza?

– Sólo agua, por favor.

Jalil observó a Paul Grey mientras sacaba del frigorífico una jarra de zumo y una botella de plástico de agua mineral y cogía luego dos vasos de un armario. Paul Grey no era alto pero parecía hallarse en excelentes condiciones físicas. Tenía la piel tan oscura como la de un beréber y, al igual que el general Waycliff, tenía el pelo gris, pero su rostro no era el de un viejo.

– ¿Dónde está su piloto? -preguntó Paul Grey.

– Ha dicho que se quedaba en su hangar para estar protegida del sol. Preguntaba si podía utilizar el lavabo y coger alguna bebida.

– Desde luego. No hay ningún problema. ¿Ha venido con una mujer piloto?

– Sí.

– Tal vez quiera entrar a ver esta demostración. Es impresionante.

– No. Como he dicho, debemos ser discretos.

– Claro, lo siento.

– Le he dicho que yo era un griego que venía a venderle a usted jarrones antiguos -dijo Jalil, levantando el maletín y sonriendo.

Paul Grey sonrió también.

– Buena tapadera -comentó-. Supongo que podría usted pasar por griego.

– ¿Por qué no?

Grey dio a Jalil un vaso de agua mineral.

– Vaso, no -dijo Jalil. Y explicó-: Soy kosher. No se ofenda, pero no puedo utilizar objetos no kosher. Lo siento.

– No hay ningún problema. -Grey tomó otra botella de plástico de agua mineral y se la tendió a su visitante.

Jalil la cogió y dijo:

– Padezco también una afección ocular que me obliga a llevar estas gafas.

Grey levantó su vaso de zumo de naranja.

– Bien venido, coronel Hurok.

Entrechocaron vaso y botella y bebieron.

– Bien, vamos a mi sala de guerra, coronel, y podemos empezar -dijo Grey.

Jalil siguió a Paul Grey por las estancias, irregularmente dispuestas, de la mansión.

– Una casa muy bonita -comentó.

– Gracias. Tuve la suerte de comprarla durante una leve inflexión bajista del mercado…, sólo tuve que pagar el doble de lo que vale. -Rió.

Entraron en una amplia habitación, y Paul Grey cerró la pequeña puerta corrediza a su espalda.

– Nadie nos molestará aquí.

– ¿Hay alguien en la casa?

– La señora de la limpieza solamente. No vendrá a esta habituación.

Jalil paseó la vista por la amplia estancia, que parecía una combinación de sala de estar y oficina. Todo parecía caro, la gruesa alfombra, el mobiliario de madera, los aparatos electrónicos dispuestos contra la pared del fondo. Vio cuatro pantallas de ordenador, con teclados y otros controles delante de cada una.

– Permita que le lleve el maletín -dijo Paul Grey.

– Lo pondré con el agua -respondió Jalil.

Paul Grey indicó una mesita baja sobre la que había un periódico. Ambos depositaron sus bebidas sobre ella, y Jalil dejó el maletín en el suelo.

– ¿Le importa que eche un vistazo por la sala? -preguntó.

– En absoluto.

Jalil se acercó a una pared de la que colgaban fotografías y cuadros de muchos aviones diferentes, incluida una pintura realista de un reactor F-l 11, que Jalil observó con detenimiento.

– Encargué ese cuadro a partir de una fotografía -dijo Paul Grey-. Piloté aviones F-l 11 durante muchos años.

– Sí, lo sé.

Paul Grey no respondió.

Jalil examinó una pared en la que se mostraban numerosas citaciones, cartas de elogio y un cuadro enmarcado y protegido por una lámina de cristal en el que estaban prendidas nueve medallas militares.

– Recibí muchas de esas medallas por mi participación en la guerra del Golfo -dijo Grey-. Pero supongo que también sabe eso.

– Sí. Y mi gobierno aprecia los servicios prestados por usted a nuestra causa.

Jalil se acercó a una estantería sobre la que reposaban libros y maquetas en plástico de diversos aviones. Paul Grey se situó junto a él y cogió uno de los libros.

– Mire, éste le gustará. Fue escrito por el general Gideon Shaudar. Me lo firmó de su puño y letra.

Jalil cogió el libro, que tenía un caza en la portada, y vio que estaba en hebreo.

– Mire la dedicatoria -dijo Paul Grey.

Asad Jalil abrió el libro por atrás, que, como sabía, era el principio del libro en hebreo, lo mismo que en árabe, y vio que la dedicatoria estaba en inglés, pero había también caracteres hebreos que no podía leer.

– Por fin alguien que puede traducirme el hebreo -dijo Grey.

– En realidad se trata de un proverbio árabe muy popular también entre los israelíes -comentó Jalil-. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo.» -Jalil devolvió el libro a Grey y observó-: Muy apropiado.

Paul Grey colocó el libro en el estante.

– Sentémonos un momento antes de empezar -dijo, al tiempo que hacía a Jalil una seña en dirección a una silla tapizada situada junto a la mesita. Jalil tomó asiento, y Paul Grey se sentó frente a él.

Paul Grey tomó un sorbo de su zumo de naranja. Jalil bebió un trago de su botella de agua.

– Le ruego que comprenda, coronel, que la demostración de software que voy a presentarle podría considerarse material clasificado -dijo Grey-. Pero, a mi modo de ver, puedo mostrársela a un representante de un gobierno amigo. No obstante, si se trata de comprarlo, necesitaremos autorización.