– Lo comprendo. Mis hombres ya están trabajando en ello. -Y añadió-: Agradezco las medidas de seguridad. No querríamos que este software cayese en manos de… digamos, nuestros mutuos enemigos. -Sonrió.
Paul Grey correspondió a la sonrisa.
– Si se refiere a ciertas naciones de Oriente Medio, dudo de que pudieran darle ningún uso práctico a esto. Para serle sincero, coronel, esa gente es completamente estúpida.
Jalil sonrió de nuevo.
– Nunca subestime a un enemigo -dijo.
– Procuro no hacerlo pero si hubiera estado usted en mi carlinga en el Golfo, habría creído que volaba contra una pandilla de esparcidores de pesticida. Eso no contribuye precisamente a aumentar mi prestigio, pero estoy hablando con un profesional, así que seré franco.
– Como ya le han dicho mis colegas -respondió Jalil-, aunque soy el agregado aéreo de la embajada, lo cierto es que carezco de experiencia en aviones de combate. Mi ámbito de conocimientos se circunscribe al entrenamiento y las operaciones, de modo que no puedo deleitarlo con heroicos relatos bélicos.
Grey asintió con la cabeza.
Jalil miró unos instantes a su anfitrión. Habría podido matarlo en el mismo instante en que abrió la puerta de la cocina, o en cualquier momento posterior, pero el homicidio carecería de sentido sin algún detalle agradable. Malik le había dicho: «Todos los miembros de la familia de los felinos juegan con sus presas antes de matarlas. Tómate tu tiempo. Saborea el momento. No volverá a presentarse.»
– ¿Ha leído lo que se ha revelado sobre el vuelo Uno-Siete-Cinco? -preguntó Jalil, señalando con la cabeza el periódico que estaba sobre la mesita.
Grey volvió la vista hacia el periódico.
– Sí… van a rodar varias cabezas por eso. Quiero decir que ¿cómo diablos hicieron semejante cosa esos libios? Una bomba a bordo es una cosa pero… ¿gas? Y luego el tipo escapa y mata a un montón de agentes federales. Yo veo en este asunto la mano de Muammar al-Gadafi.
– ¿Sí? Quizá. Lástima que la bomba que usted lanzó sobre su residencia de Al Azziziyah no lo matase.
Paul Grey tardó unos segundos en responder.
– Yo no intervine en aquella misión coronel -dijo-, y si sus servicios de inteligencia creen otra cosa se equivocan.
Asad Jalil levantó la mano en gesto conciliador.
– No, no, capitán. No me refería a usted personalmente. Me refería a la Fuerza Aérea americana.
– Oh… disculpe.
– Sin embargo -continuó Jalil-, si estuvo usted en aquella misión, lo felicito y le doy las gracias en nombre del pueblo israelí.
Paul Grey permaneció inexpresivo. Luego se puso en pie y dijo:
– ¿Por qué no nos acercamos ahí a echar un vistazo?
Jalil se levantó, cogió su maletín y siguió a Paul Grey hasta el fondo de la sala, donde había dos sillones de cuero giratorios instalados delante de dos pantallas.
– En primer lugar -dijo Paul Grey-, le presentaré una demostración del software, utilizando solamente este joystick y el teclado. Después pasaremos a esos otros dos sillones, donde entraremos en el mundo de la realidad virtual.
Se dirigió a los dos asientos más sofisticados, que no tenían delante ninguna pantalla de televisión.
– Aquí utilizamos diseño y simulación por ordenador para permitir a una persona interactuar con un escenario tridimensional artificial y otros entornos sensoriales. ¿Está usted familiarizado con este tipo de cosas?
Jalil no respondió.
Paul Grey titubeó un momento y luego continuó:
– Las aplicaciones de realidad virtual sumergen al usuario en un entorno generado por ordenador que simula la realidad a través de la utilización de artilugios interactivos que envían y reciben información. Estos artilugios son, generalmente, gafas, cascos, guantes o incluso trajes especiales. Tengo aquí dos cascos con una pantalla estereoscópica para cada ojo en la que se pueden ver imágenes animadas de un entorno simulado. La ilusión de estar allí, telepresencia, se logra por medio de sensores de movimiento que captan los movimientos del usuario y ajustan consiguientemente la visión en las pantallas, de ordinario en tiempo real.
Paul Grey miró a su potencial cliente pero no pudo ver signo alguno de comprensión ni de incomprensión tras las gafas de sol.
– Como ve -continuó-, he instalado una carlinga genérica de cazabombardero, con sus pedales de timón, válvulas, palanca de mando, lanzadores de bombas, etcétera. Como usted no tiene experiencia en cazas de combate, no podrá tripular este aparato, pero puede experimentar lo que es un bombardeo con sólo ponerse el casco estereoscópico mientras yo manejo los mandos.
Asad Jalil miró los complicados mecanismos y adminículos que le rodeaban.
– Sí, en nuestra Fuerza Aérea tenemos instrumentos similares -dijo.
– Lo sé. Pero el software que se ha desarrollado recientemente va muchos años por delante del que existía hasta ahora. Sentémonos delante de los monitores, y le presentaré una rápida panorámica antes de pasar a la realidad virtual.
Volvieron al otro extremo de la sala, y Paul Grey indicó uno de los dos sillones giratorios de cuero situados a ambos lados de una consola, cada uno de ellos con un teclado delante. Jalil se sentó.
– Éstos son asientos de un viejo F-l 11 a los que adapté una base giratoria. Sólo para ambientarnos -declaró Paul Grey, todavía de pie.
– No son muy cómodos.
– No, no lo son. Una vez volé… he volado largas distancias en estos asientos. ¿Quiere que le cuelgue la chaqueta?
– No, gracias. No estoy acostumbrado al aire acondicionado.
– Tal vez quiera quitarse las gafas de sol cuando apague las luces de la sala.
– Sí.
Paul Grey se sentó en el asiento contiguo al de Jalil, cogió un mando a distancia que había sobre la consola, pulsó dos botones y las luces se debilitaron al tiempo que unas gruesas cortinas se corrían ante las amplias ventanas. Jalil se quitó las gafas de sol. Permanecieron en silencio durante un instante en la oscuridad, observando a su alrededor los destellos de los aparatos electrónicos.
Se intensificó el brillo de la pantalla de imagen y mostró la carlinga y el parabrisas de un moderno cazarreactor de ataque.
– Esto es la carlinga del F-l6 -dijo Grey-, pero en esta simulación se pueden utilizar otros aviones. Ustedes tienen varios de ellos en su arsenal. La primera simulación que voy a mostrarle es una misión de bombardeo aéreo. Los pilotos de caza que pasan diez o quince horas con este software relativamente barato llevan muchas horas de ventaja a otro que siga un programa de entrenamiento en vuelo. Esto puede ahorrar millones de dólares por piloto.
La vista que se divisaba a través del parabrisas de la simulada carlinga cambió súbitamente de un cielo azul a un horizonte verde.
– Estoy utilizando este joystick con unos cuantos controles adicionales del teclado, pero el software se puede accionar con los controles reales de los modernos aviones de ataque americanos situados en un simulador terrestre de realidad virtual, como veremos luego -explicó Grey.
– Muy interesante.
– Bien, los objetivos programados en el software son principalmente objetivos imaginarios, de tipo genérico, puentes, aeródromos, baterías antiaéreas y rampas de misiles… pueden dispararle a uno… -Se echó a reír y continuó-: Pero yo tengo ya preprogramados varios objetivos reales, y se pueden programar otros si se ha realizado un previo reconocimiento aéreo o se han tomado fotos desde un satélite.
– Comprendo.
– Bien. Tomemos un puente.
La vista a través del parabrisas generado por ordenador cambió de un horizonte monótono a colinas y valles generados por ordenador, por los que discurría un río. A lo lejos, acercándose rápidamente, había un puente sobre el que se veía una simulada columna de tanques y camiones en movimiento.