Jalil sonrió al imaginarse la escena.
Ella advirtió que estaba sonriendo y soltó una risita.
– Muy bueno, ¿verdad?
Se estaban aproximando al aeropuerto municipal Craig, y ella llamó por radio a la torre en petición de instrucciones para el aterrizaje.
Autorizado el aterrizaje por la torre, a los cinco minutos enfilaban la pista y poco después tomaban tierra.
El avión se dirigió rodando a Servicios Aéreos Alpha, y Stacy Moll apagó el motor a veinte metros de la oficina.
Jalil recogió su maletín, y ambos salieron y echaron a andar en dirección al edificio.
– ¿Le ha gustado el vuelo? -preguntó ella.
– Mucho.
– Estupendo. Yo no suelo hablar tanto, pero he disfrutado con su compañía.
– Gracias. Ha sido usted una compañera agradable. Y muy buen piloto.
– Gracias.
Antes de llegar a la oficina, él le dijo:
– ¿Puedo pedirle que no mencione Spruce Creek?
Ella lo miró y respondió:
– Desde luego. No hay problema. Por el mismo precio que Daytona Beach.
– Gracias.
Entraron en la oficina, y la mujer de la mesa se levantó y se acercó al mostrador.
– ¿Ha tenido un buen vuelo?
– Sí, muy bueno -respondió Jalil.
La mujer examinó unos papeles, luego miró el reloj e hizo unas anotaciones.
– Bien, trescientos cincuenta dólares será suficiente. -Contó 150 dólares y se los entregó-. Puede quedarse con el recibo por quinientos -dijo, y sonrió con gesto de complicidad.
Jalil se guardó el dinero en el bolsillo.
– Voy a llevar al señor Poulos al aeropuerto de Jacksonville -dijo Stacy Moll-, a menos que tengas algo para mí.
– No tengo nada, lo siento, cariño.
– Está bien. Me ocuparé del Piper a la vuelta.
– Gracias por utilizar los servicios de Alpha. Llámenos otra vez -dijo la mujer del mostrador dirigiéndose a Jalil.
– ¿Quiere reservar para la semana próxima? -preguntó Stacy a Jalil.
– Sí. Tal día como hoy de la semana que viene a la misma hora. El mismo destino. Daytona Beach.
La mujer tomó nota en una hoja de papel y dijo:
– Cuente con ello.
– Y quiero que el piloto sea esta dama.
– Debe de ser usted un poco masoca -dijo la mujer, sonriendo.
– ¿Perdón?
– Esta chica es capaz de hablar y hablar hasta ponerle la cabeza como un bombo. Muy bien, hasta la semana que viene. Y gracias por llevar al señor Poulos -añadió, dirigiéndose a Stacy Moll.
– No tiene importancia.
Asad Jalil y Stacy Moll salieron al caluroso exterior.
– Mi coche está allí -dijo ella.
Jalil la siguió hasta un pequeño descapotable con la capota levantada. Abrió las puertas con un mando a distancia y preguntó:
– ¿Bajo la capota?
– Déjelo como está.
– Muy bien. Quédese aquí hasta que lo haya refrescado.
Montó, puso el motor en marcha y encendió el acondicionador de aire, esperó un minuto y luego dijo:
– Ya está.
Jalil se instaló en el asiento derecho.
– Póngase el cinturón -ordenó ella-. Es la ley.
Jalil obedeció.
Stacy Moll cerró la puerta, pisó el embrague y condujo en dirección a la salida.
– ¿A qué hora es su vuelo? -preguntó.
– A la una.
– Va bien de tiempo. -Salió del aeropuerto y empezó a acelerar. Dijo-: No conduzco tan bien como piloto.
– Un poco más despacio, por favor.
– Desde luego. -Aminoró la marcha y preguntó-: ¿Le importa que fume?
– En absoluto.
Presionó el encendedor del coche, sacó un cigarrillo del bolsillo y preguntó:
– ¿Quiere uno?
– No, gracias.
– Esto me acabará matando.
– Quizá.
Saltó el encendedor, y Stacy Moll prendió su cigarrillo.
– En Jacksonville hay un excelente restaurante griego, Spiro's. Cuando venga usted la semana próxima, tal vez podamos ir allí -dijo.
– Estaría bien. Arreglaré las cosas para quedarme a pasar la noche.
– Claro. ¿Qué prisa hay? La vida es corta.
– Sí, ciertamente lo es.
– ¿Cómo se llama ese plato de berenjenas? Mu-algo. ¿Mulab? ¿Cómo se llama?
– No sé.
Ella lo miró.
– Tiene que saberlo. Es un plato griego famoso. Mu. Mu-no-sé-qué. Berenjenas fritas en aceite de oliva con queso de cabra.
– Hay muchos platos de provincias de los que nunca he oído hablar -respondió él-. Yo soy ateniense.
– ¿Sí? También el dueño del restaurante.
– Entonces quizá inventa cosas para los gustos americanos e inventa un nombre para sus creaciones.
Stacy Moll se echó a reír.
– No me sorprendería. Eso me pasó a mí una vez en Italia. Jamás habían oído hablar de lo que yo pedía.
Estaban en un tramo de carretera semirrural.
– Me resulta violento decirlo, pero debí haber utilizado el lavabo en su oficina -dijo Jalil.
– Oh, ¿tiene que hacer pis? No es problema. Hay una gasolinera más adelante.
– Quizá aquí, si no le importa. Es un poco urgente.
– Faltaría más. -Se desvió por un camino secundario y paró el coche-. Tranquilo, no miraré.
– Gracias.
Bajó del coche, recorrió unos metros en dirección a unos matorrales y orinó. Metió la mano derecha en el bolsillo, regresó al coche y se detuvo ante la portezuela abierta.
– ¿Se siente mejor? -preguntó ella.
Él no contestó.
– Suba.
Continuó en silencio.
– ¿Se encuentra bien? ¿Demitrious?
Jalil inspiró profundamente y se dio cuenta de que el corazón le latía violentamente.
Stacy Moll se apeó rápidamente, dio la vuelta al coche y lo cogió del brazo.
– Eh, ¿se encuentra bien?
Él la miró.
– Sí… Estoy perfectamente -respondió.
– ¿Quiere un poco de agua? ¿Tiene esa agua en el maletín?
Él inspiró de nuevo y respondió:
– No. Estoy bien. -Forzó una sonrisa y añadió-: Listo para partir.
– Perfecto. Vámonos -dijo ella, sonriendo a su vez.
Ambos subieron al coche, y ella lo llevó de nuevo a la carretera principal.
Asad Jalil permaneció en silencio, tratando de entender por qué no la había matado. Se Conformó con la explicación de que, como había dicho Malik, cada muerte entraña un riesgo, y quizá esta muerte no era necesaria. Había otra razón para no haberla matado pero no quería pensar en ella.
Llegaron al aeropuerto internacional de Jacksonville, y ella se dirigió a la zona de Salidas Internacionales.
– Ya estamos.
– Gracias. ¿Es apropiado que le dé una propina? '
– No. Invíteme a cenar.
– Sí. La semana que viene. -Abrió la puerta y salió.
– Que tenga un buen viaje de regreso -dijo ella-. Hasta la semana que viene.
– Sí.
Sacó el maletín negro del coche, empezó a cerrar la puerta y dijo:
– He disfrutado con su conversación.
– ¿Quiere decir mi monólogo? -Rió-. Hasta la vista, turista.
– ¿Perdón?
– Usted diga: «Hasta más ver, alfiler.»
– Que yo diga…
Stacy Moll se echó a reír.
– Recuerde… cena en Spiro's. Quiero que encargue los platos en griego.
– Sí. Que tenga un buen día. -Cerró la puerta.
– Musaka -dijo ella, bajando la ventanilla.
– ¿Perdón?
– El plato griego. Musaka.
– Sí, claro.
Ella agitó la mano y se alejó. Jalil se quedó mirando el coche hasta que se perdió de vista. Luego, se dirigió a una fila de taxis y tomó el primero.
– ¿Adonde? -preguntó el taxista.
– Aeropuerto municipal Craig.
– Vamos allá.
El taxi lo llevó de nuevo al aeropuerto municipal Craig, y Jalil le indicó al chófer que lo dejase en una agencia de alquiler de coches próxima a su aparcado Mercury. Le pagó, esperó hasta que se hubo ido y se dirigió a su coche.