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Los invité a todos a sentarse, y nos sentamos. Puse mi cartera sobre la mesa para que Fadi pudiese verla. Por alguna razón, los tipos del Tercer Mundo consideran equivalentes los términos «cartera» y «poder».

Fadi era un testigo voluntario, y por eso había que tratarlo bien. Su nariz estaba intacta y no se le apreciaban contusiones visibles en la cara. Bueno, es broma. Pero sabía que Gabe podía ser a veces un poco brusco. '

Gabe cogió el paquete de cigarrillos de Fadi y me ofreció uno. Observé que eran Camel, lo que no dejó de hacerme cierta gracia. Ya saben, carriel, camello, árabe. El caso es que cogí un cigarrillo, y Gabe cogió otro. Los encendimos con el mechero de Fadi pero yo no tragué el humo. De veras. No tragué el humo.

Había un magnetófono sobre la mesa. Gabe pulsó el botón de grabación y le dijo a Fadi:

– Cuéntale al coronel lo que me has contado a mí.

Fadi parecía ansioso por complacer pero también parecía mortalmente asustado. Quiero decir que los árabes casi nunca se presentan voluntarios a declarar, salvo que estén tratando de joder a alguien, o si hay una recompensa de por medio, o si son agentes provocadores, por utilizar una expresión francesa y de la CÍA. En cualquier caso, el tipo de quien nos estaba hablando estaba muerto, de modo que parte de su historia estaba ya comprobada aunque él aún no lo sabía.

El inglés de Fadi era excelente, pero me desorientó en varias ocasiones. De vez en cuando pasaba al árabe y se volvía luego a Gabe, que lo traducía.

Finalmente, terminó su relato y encendió otro cigarrillo con la colilla del anterior.

Permanecimos sentados en silencio durante todo un minuto, y yo le dejé sudar un poco. Quiero decir que el hombre estaba realmente sudando.

Me incliné hacia adelante y le pregunté muy despacio:

– ¿Por qué nos cuentas esto?

Inspiró profundamente y se metió en los pulmones casi la mitad del humo que llenaba la sala.

– Estoy preocupado por el marido de mi hermana -respondió.

– ¿Ha desaparecido Gamal alguna otra vez?

– No. No es de ésos.

Continué mi interrogatorio, alternando preguntas inocuas con otras incisivas.

Yo tiendo a ser brusco durante los interrogatorios. Ahorra tiempo y desconcierta al testigo o sospechoso. Pero, por mi breve entrenamiento y experiencia con tipos del Oriente Medio, yo sabía que son maestros en el arte de escurrir el bulto, hablar en circunloquios, responder a una pregunta con otra pregunta, enredarse en consideraciones teóricas aparentemente interminables y cosas por el estilo. Quizá por eso la policía de sus países los muele a palos. Pero seguí el juego, y tuvimos una agradable e improductiva media hora de charla, mientras ambos nos preguntábamos qué demonios podría haberle pasado a Gamal Yabbar.

Gabe parecía apreciar mi sensibilidad cultural, pero incluso él se estaba impacientando un poco.

Lo fundamental era que teníamos una pista, un punto de partida más bien. Uno siempre sabe que algo va a aparecer, pero siempre se sorprende cuando realmente se presenta.

Yo tenía la vehemente sospecha de que Gamal Yabbar recogió a Asad Jalil en el JFK, lo llevó al aparcamiento de Perth Amboy, Nueva Jersey, y, para su desdicha, recibió un balazo en la espalda. Mis principales preguntas eran: ¿Adonde fue Jalil después, y cómo llegó allí?

– ¿Estás seguro de que Gamal no te dijo que iba a recoger a un libio? -le pregunté.

– Verá, señor, no dijo eso. Pero tal vez fuera así. Lo digo porque no creo que mi cuñado aceptara un servicio tan especial de, por ejemplo, un palestino o un iraquí. Mi cuñado, señor, era un patriota libio pero no estaba muy implicado en la política de otros países que comparten nuestra fe en Alá, la paz sea con él. De modo, señor, que si me pregunta usted si su pasajero especial era alguien que no fuese libio o si realmente era un libio, en cualquiera de los dos casos no podría estar seguro, pero entonces debo preguntarme a mí mismo: «¿Por qué habría de recurrir a tales extremos para complacer a un hombre que no fuese libio?» ¿Comprende la idea, señor?

Mierda. Me daba vueltas la cabeza y se me nublaba la vista. Ni siquiera podía recordar qué cono le había preguntado.

Miré mi reloj. Aún podía coger el avión, pero ¿por qué habría de hacerlo?

– ¿Y Gamal no dijo cuál era su destino? -le pregunté a Fadi.

– No, señor.

Quedé un poco desconcertado por la concisión de la respuesta.

– ¿Mencionó el aeropuerto de Newark?

– No, señor, no lo mencionó.

– Escucha -dije, inclinándome hacia él-, no te has puesto en contacto con la BAT para denunciar la desaparición de un cuñado. Es evidente, amigo mío, que sabes quiénes somos y qué hacemos y que esto no es un tribunal de familia. ¿Capisce?

– ¿Señor?

– Te voy a hacer una pregunta directa, y quiero una respuesta concreta. ¿Crees que la desaparición de tu cuñado tiene algo que ver con lo sucedido el sábado en el aeropuerto Kennedy con el avión de Trans-Continental?

– Bueno, señor, he estado pensando en esa posibilidad…

– ¿Sí o no?

Bajó los ojos y dijo:

– Sí.

– ¿Te das cuenta de que puede haberle ocurrido una desgracia a tu cuñado?

Asintió con la cabeza.

– ¿Sabes que él pensaba que podrían asesinarlo?

– Sí.

– Es posible que dejase alguna pista… de alguna clase… -Miré a Gabe, que formuló la pregunta en árabe.

Fadi respondió en árabe, y Gabe tradujo:

– Gamal le dijo a Fadi que debía cuidar de su familia si a él le sucedía algo. Gamal le dijo a Fadi que no tenía más remedio que aceptar este servicio especial, y que Alá, en su misericordia, se encargaría de hacerlo regresar sano y salvo.

Durante un rato nadie habló. Me di cuenta de que Fadi estaba visiblemente afectado.

Empleé el tiempo para pensar en esto. En cierto modo, no teníamos nada de utilidad inmediata. Sólo teníamos los movimientos de Jalil desde el JFK hasta Perth Amboy, si realmente era Jalil quien viajaba en el taxi de Gamal. Y, en ese caso, lo único que sabíamos con certeza era que probablemente Jalil había asesinado a Gamal y luego había abandonado el taxi y había desaparecido. ¿Pero adonde había ido? ¿Al aeropuerto de Newark? ¿Cómo llegó allí? ¿Otro taxi? ¿O había un cómplice esperándolo con un coche particular en el aparcamiento? ¿O un coche alquilado quizá? ¿Y qué dirección tomó? En cualquier caso, se había escabullido y ya no se encontraba en el área metropolitana de Nueva York.

– ¿Sabe alguien que te has puesto en contacto con nosotros? -le pregunté a Fadi.

Negó con la cabeza.

– ¿Ni siquiera tu mujer?

Me miró como si yo estuviese loco.

– Yo no hablo con mi mujer de estas cosas. ¿Por qué iba a hablar de eso con una mujer o un niño?

– Buena pregunta. -Me levanté-. Bien, Fadi, has obrado correctamente al acudir a nosotros. El Tío Sam te aprecia. Vuelve a tu trabajo y compórtate como si no hubiera pasado nada. ¿De acuerdo?

Asintió con la cabeza.

– Por cierto, tengo una mala noticia para ti. Tu cuñado ha sido asesinado.

Se puso en pie e intentó hablar. Luego miró a Gabe, que le habló en árabe. Se dejó caer en la silla y sepultó la cara entre las manos.

– Dile que no cuente nada cuando vengan los de Homicidios -indiqué a Gabe-. Dale tu tarjeta y dile que se la enseñe a los detectives para que llamen a la BAT.

Gabe asintió, habló en árabe con Fadi y le dio su tarjeta.

Se me ocurrió que yo había sido en otro tiempo policía de Homicidios y, sin embargo, allí estaba, diciéndole a un testigo que no hablase con los policías de Nueva York y que, en lugar de ello, llamase a los federales. La transformación era casi completa. Terrible.

Cogí la cartera, Gabe y yo salimos de la sala, y entró el tipo de la BAT. La declaración de Fadi sería puesta por escrito, y él la firmaría antes de marcharse.