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Por los trabajadores no especializados, señor Za dijo, y bebió.

Za echó la cabeza hacia atrás y volvió a lanzar una sonora carcajada.

Creo que vamos a llevarnos estupendamente, señor jugador Gurgeh.

El grif era un líquido dulce, perfumado, sutil y con una extraña cualidad indefinible que hacía pensar en el humo. Za apuró su jarrita y sostuvo el esbelto pitorro sobre su boca abriéndola al máximo para saborear las últimas gotas. Miró a Gurgeh y chasqueó los labios.

Baja como si fuera seda líquida dijo. Dejó la jarrita en el suelo. Bien… Así que vas a participar en el gran juego, ¿eh, Jernau Gurgeh?

Para eso he venido.

Gurgeh tomó otro sorbo del potente licor.

Deja que te dé algunos consejos dijo Za, y le rozó el brazo con la mano. No hagas ninguna apuesta. Y cuidado con las mujeres…, o los hombres, o las dos cosas, o lo que sea que te pone en marcha. Si no tienes cuidado podrías meterte en algunas situaciones muy desagradables. Supongo que te habrás hecho el propósito de no mantener relaciones sexuales, pero aun así… Bueno, algunos de ellos las mujeres sobre todo se mueren de ganas por averiguar lo que tienes entre las piernas, y se toman ese tipo de cosas ridículamente en serio, créeme. Si quieres tomar parte en algún pequeño torneo corporal dímelo. Tengo contactos y puedo conseguirte una sesión discreta y de lo más agradable. Discreción absoluta y el secreto más completo totalmente garantizados… Pregúntale a cualquiera. Se rió, volvió a poner la mano sobre el brazo de Gurgeh y se puso muy serio. No bromeo dijo. Si necesitas algo…, puedo proporcionártelo.

Intentaré no olvidarlo dijo Gurgeh, y tomó otro sorbo de grif—. Gracias por la advertencia.

Oh, ha sido un placer. Llevo aquí ocho…, no, ya son nueve años. La enviada anterior sólo duró veinte días. La echaron a patadas por haber mantenido relaciones carnales con la esposa de un ministro. Za meneó la cabeza y dejó escapar una risita. No me malinterpretes, cuidado. Yo también admiro su estilo, pero… ¡Mierda, nada menos que un ministro! dijo. Esa puta debía estar loca y tuvo suerte de que se conformaran con expulsarla. Si hubiera nacido en Azad le habrían repasado los orificios con sanguijuelas ácidas antes de que la puerta de la prisión se cerrara a su espalda. Me basta con pensar en ello para sentir deseos de cruzar las piernas.

Antes de que Gurgeh pudiera replicar o Za seguir hablando oyeron un terrible estruendo procedente del inicio de la gran escalinata, un ruido bastante parecido al que podrían hacer miles de botellas rompiéndose al mismo tiempo. El gran salón vibró con los ecos.

Maldición, es el Emperador… dijo Za, y se puso en pie. Movió la cabeza señalando la jarrita de Gurgeh. ¡Bebe, hombre!

Gurgeh se puso en pie lentamente y colocó la jarrita entre los dedos de Za.

Acábala. Creo que sabrás apreciarlo más que yo.

Za volvió a poner el corcho en su sitio e hizo desaparecer la jarrita entre los pliegues de su túnica.

El inicio de la escalinata se había convertido en un hervidero de actividad. El gentío que llenaba la gran sala había empezado a moverse y estaba formando una especie de pasillo humano que iba desde el final de la escalinata hasta un trono inmenso colocado sobre un estrado de poca altura protegido por un dosel dorado.

Será mejor que ocupes tu sitio dijo Za.

Alargó la mano para volver a cogerle por la muñeca, pero Gurgeh levantó el brazo bruscamente para alisarse la barba y los dedos de Za se cerraron sobre el aire.

Gurgeh movió la cabeza señalando hacia adelante.

Después de ti dijo.

Za le guiñó el ojo, se puso en movimiento y le precedió a través de la multitud. Los dos se colocaron detrás del grupo de invitados que estaba delante del trono.

Aquí tienes a tu chico, Pequil dijo Za volviéndose hacia el ápice, que parecía muy preocupado, y se alejó un par de pasos.

Gurgeh se encontró al lado de Pequil con Flere-Imsaho flotando detrás de él a la altura de su cintura emitiendo su zumbido de costumbre.

Señor Gurgue, estábamos empezando a preocuparnos por usted murmuró Pequil.

Parecía bastante nervioso y no paraba de lanzar miradas a la escalinata.

¿De veras? replicó Gurgeh. Qué halagador.

La expresión de Pequil dejó bien claro que su réplica no le había hecho mucha gracia. Gurgeh se preguntó si alguien habría vuelto a pronunciar su nombre olvidándose algo.

Tengo buenas noticias, Gurgeh murmuró Pequil. Alzó los ojos hacia Gurgeh, quien intentó parecer lo más interesado posible. ¡He conseguido que se le conceda el privilegio de ser presentado a Su Alteza Real el Emperador-Regente Nicosar!

Me siento muy honrado dijo Gurgeh, y sonrió.

¡No me extraña! ¡Es un honor tan inapreciable como excepcional!

Pequil tragó saliva.

Así que intenta no meter la pata, ¿de acuerdo? murmuró Flere-Imsaho a su espalda.

Gurgeh se volvió hacia la máquina.

El estruendo volvió a hacer vibrar la atmósfera y una oleada de gente vestida con atuendos de todos los colores empezó a bajar por la escalinata. Gurgeh supuso que el que iba delante enarbolando un bastón muy largo era el Emperador o el Emperador-Regente, como le había llamado Pequil, pero en cuanto llegó al final de la escalinata el ápice del bastón se hizo a un lado.

¡Su Alteza Imperial del Gran Colegio de Candsev, Príncipe del Espacio, Defensor de la Fe, Duque de Groasnachek, Señor de los Fuegos de Ecronedal, el Emperador-Regente Nicosar primero!

El Emperador vestía totalmente de negro. Era un ápice de estatura media y aspecto muy normal cuyas ropas sorprendían por su casi absoluta falta de adornos. Iba rodeado por azadianos fabulosamente ataviados entre los que se encontraban unos cuantos guardias ápices y machos vestidos con uniformes de estilo bastante austero al menos comparados con los atuendos de los demás, que blandían espadas inmensas y armas de fuego de reducido tamaño. El Emperador iba precedido por un cortejo de animales bastante corpulentos de cuatro y seis patas y varios colores, que llevaban collares y bozales sujetos por correas incrustadas de esmeraldas y rubíes. Machos obesos y casi desnudos cuyas pieles untadas de aceite brillaban como si fuesen de oro bajo las luces del gran salón de baile se encargaban de sostener los extremos de las correas.

El Emperador se detuvo y habló con unas cuantas personas (que se arrodillaron en cuanto le vieron venir), siguió avanzando por el otro lado del pasillo humano y se desvió bruscamente hacia el lado en el que estaba Gurgeh arrastrando consigo a todo su séquito.

La gran sala había quedado sumida en un silencio casi absoluto. Gurgeh podía oír la respiración jadeante de los carnívoros domesticados. Pequil sudaba profusamente. Una venita palpitaba a toda velocidad en la curva de su cuello.