Nicosar siguió acercándose. Gurgeh pensó que el aspecto del Emperador era un poquito menos impresionante, duro y decidido que el del azadiano promedio. Caminaba con los hombros ligeramente inclinados hacia adelante, y hablaba en voz tan baja que cuando charló unos momentos con alguien que estaba a dos metros de distancia de él Gurgeh sólo pudo oír la parte de la conversación que corrió a cargo del invitado. Nicosar parecía un poco más joven de lo que Gurgeh había esperado.
Pequil le había advertido de que iba a ser presentado al Emperador, pero cuando el ápice vestido de negro se detuvo delante de él Gurgeh no pudo evitar sentirse levemente sorprendido.
—Arrodíllate —siseó Flere-Imsaho.
Gurgeh puso una rodilla en el suelo. El silencio pareció hacerse un poco más profundo.
—Oh, mierda —murmuró la máquina sin dejar de zumbar.
Pequil dejó escapar un gemido.
El Emperador bajó la mirada hacia Gurgeh y sonrió levemente.
—Señor Una-Rodilla, debéis ser nuestro invitado extranjero… Os deseamos un buen juego.
Gurgeh comprendió en qué se había equivocado y puso la otra rodilla en el suelo, pero el Emperador agitó una mano llena de anillos en un gesto casi imperceptible.
—No, no —dijo—. Admiramos la originalidad. En el futuro nos saludaréis poniendo una sola rodilla en el suelo.
—Gracias, Alteza —dijo Gurgeh haciendo una pequeña reverencia.
El Emperador asintió y siguió recorriendo la hilera de invitados.
Pequil lanzó un suspiro tembloroso.
El Emperador llegó al trono situado sobre el estrado y la música empezó a sonar, las conversaciones se reanudaron de repente y las dos hileras de invitados se disgregaron. Todo el mundo parloteaba y gesticulaba frenéticamente. Pequil parecía estar a punto de desmayarse y daba la impresión de haberse quedado mudo de asombro.
Flere-Imsaho fue hacia Gurgeh.
—Por favor, no vuelvas a hacer nunca algo semejante —dijo.
Gurgeh no le prestó atención.
—Por lo menos ha sido capaz de hablar, ¿eh? —dijo Pequil de repente, y alargó una mano temblorosa hacia una bandeja para coger una copa—. Al menos ha sido capaz de hablar, ¿verdad, máquina? —Las palabras brotaban de sus labios tan deprisa que Gurgeh casi no podía seguirlas. Pequil apuró el contenido de la copa de un solo trago—. La mayoría de las personas se quedan como paralizadas… Creo que yo no habría sabido cómo reaccionar. Le ocurre a mucha gente. ¿Qué importa una rodilla más o menos? —Pequil miró a su alrededor buscando al macho que iba de un lado a otro con la bandeja de las bebidas y se volvió hacia el trono. El Emperador se había sentado en él y estaba hablando con algunos miembros de su séquito—. ¡Qué presencia tan majestuosa! —exclamó.
—¿Por qué es «Emperador-Regente»? —preguntó Gurgeh volviéndose hacia el ápice.
Pequil tenía el rostro cubierto de sudor.
—Su Alteza Real tuvo que aceptar el peso de la Cadena Real alrededor de su cuello después de que el Emperador Molsce muriera hace dos años. Fue una pérdida terrible… Nuestro Venerado Nicosar fue el segundo clasificado de los últimos juegos, y eso hizo que fuese elevado al trono. ¡Pero no dudo de que permanecerá allí!
Gurgeh sabía que Molsce había muerto, pero no había comprendido que Nicosar no era considerado como Emperador por derecho propio. Asintió con la cabeza, contempló los ropajes extravagantes y los animales que rodeaban el estrado imperial y se preguntó qué esplendores adicionales podía merecer Nicosar si ganaba los próximos juegos.
—Me ofrecería a bailar contigo, pero no aprueban que los hombres bailen juntos —dijo Shohobohaum Za.
Gurgeh estaba apoyado en una columna. Za cogió una bandeja llena de golosinas envueltas en papelitos de una mesita y la sostuvo delante de Gurgeh, quien meneó la cabeza. Za se metió un par de pastelillos en la boca mientras Gurgeh observaba las complejas danzas y las oleadas de carne y telas multicolores que evolucionaban sobre el suelo del gran salón. Flere-Imsaho pasó flotando cerca de ellos. Las placas cargadas de estática de su disfraz habían atraído unos cuantos papelitos.
—No te preocupes —dijo Gurgeh volviéndose hacia Za—. No me sentiré insultado.
—Me alegro. ¿Qué tal lo estás pasando? —Za se apoyó en la columna—. Pensé que parecías un poquito solitario… ¿Dónde está Pequil?
—Está hablando con algunos funcionarios imperiales. Creo que intenta conseguir una audiencia privada.
—Oh… No creo que tenga tanta suerte. —Za dejó escapar un bufido—. Bien, ¿qué opinas de nuestro maravilloso Emperador?
—Parece… muy imperioso —dijo Gurgeh.
Frunció el ceño, se pasó la mano por la pechera de la túnica que llevaba puesta y se dio unos golpecitos en una oreja.
Za le miró con cara entre sorprendida y divertida y acabó soltando una carcajada.
—¡Oh, el micrófono! —Meneó la cabeza, desenvolvió otro par de pastelitos y se los comió—. No te preocupes por eso. Puedes decir lo que te dé la gana. Te aseguro que no te asesinarán ni nada parecido. No les importa en lo más mínimo. Protocolo diplomático, ¿sabes? Nosotros fingimos que no hay micrófonos en la ropa y ellos fingen que no han oído nada. Es un jueguecito muy entretenido.
—Si tú lo dices… —murmuró Gurgeh.
Se volvió hacia el estrado imperial.
—Bueno, admito que en estos momentos el joven Nicosar no impresiona demasiado —dijo Za siguiendo la dirección de la mirada de Gurgeh—. No le verás en todo su esplendor hasta después de los juegos. Teóricamente ahora lleva luto por Molsce. El negro es su color de luto, ¿sabes? Creo que tiene algo que ver con el espacio… —Contempló en silencio al Emperador durante unos momentos—. Es un montaje realmente increíble, ¿no te parece? Todo ese poder concentrado en las manos de una sola persona…
—Parece una forma bastante… inestable de manejar una sociedad —admitió Gurgeh.
—Hmmm. Naturalmente todo es relativo, ¿verdad? ¿Sabes que ese anciano con quien el Emperador está hablando ahora probablemente tiene más poder real que el mismísimo Nicosar?
—¿De veras?
Gurgeh se volvió hacia Za.
—Sí. Es Hamin, el rector del Gran Colegio de Candsev. El mentor de Nicosar.
—¿Estás afirmando que es quien le dice lo que debe hacer?
—Oficialmente no, pero… —Za eructó—. Nicosar se crió en el colegio y Hamin lleva más de sesenta años enseñándole el juego. Hamin le educó y le enseñó todo cuanto sabe…, sobre el juego y sobre todo lo demás, y cuando el viejo Molsce recibió su billete de ida sin regreso incluido a la tierra del sueño eterno —y ya iba siendo hora de que hiciese el viaje—, y Nicosar subió al trono… ¿Quién crees que fue la primera persona a la que acudió pidiendo consejo?