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¿Y cómo se supone que va a ayudarle eso?

Los uhnircales pueden respirar a través de sus pollas dijo Za. Ese tipo está perfectamente. Mañana por la noche volverá a luchar en otro club. Puede que ni tan siquiera espere hasta mañana… quizá vuelva a luchar esta misma noche dentro de un rato.

Za se volvió hacia la camarera que acababa de colocar sus bebidas sobre la mesa. Se inclinó hacia adelante para murmurarle algo; la camarera asintió con la cabeza y se alejó.

Convence a tus glándulas para que lo mezclen con un poquito de Expansión —sugirió.

Gurgeh asintió y los dos tomaron un sorbo.

Me pregunto por qué la Cultura nunca ha pensado en incluir eso dentro de su programa de manipulación genética dijo Za contemplando su vaso.

¿El qué?

El ser capaz de respirar a través de tu polla.

Gurgeh pensó en ello.

Porque hay ciertos momentos en que estornudar podría resultar muy incómodo.

Za se rió.

Pero también tendría sus compensaciones.

El público que había a su espalda dejó escapar un «Ooooooo» ahogado. Za y Gurgeh se dieron la vuelta con el tiempo justo de ver como la mujer hacía emerger el cuerpo de su oponente del fango tirando de su pene. La cabeza y los pies del alienígena seguían debajo de aquel líquido glutinoso que goteaba lentamente.

Uf murmuró Za, y tomó un sorbo de su bebida.

Alguien del público arrojó una daga hacia la bañera de barro. La mujer la cogió al vuelo, se inclinó y le cortó los genitales a su oponente. Alzó el goteante pedazo de carne sobre su cabeza y el público pareció volverse loco. El alienígena se fue hundiendo lentamente debajo del líquido rojo con el pie de la mujer sobre su pecho. La sangre hizo que el barro se fuera volviendo negro y unas cuantas burbujas emergieron a la superficie.

Za se reclinó en su asiento. Parecía perplejo.

Ese tipo debía ser de alguna subespecie que no conocía.

La bañera llena de fango fue sacada del escenario. La mujer siguió saludando a la enloquecida multitud con su trofeo en alto hasta desaparecer.

Shohobohaum Za se puso en pie para saludar a un grupo de cuatro hembras azadianas de espectacular belleza y atuendos deslumbrantes que venían hacia la cúpula. Gurgeh había ordenado a sus glándulas que produjesen la droga sugerida por Za y estaba empezando a sentir los efectos de ésta y del licor.

Se volvió hacia las mujeres y pensó que podían compararse con cualquiera de las que había visto la noche del baile, y parecían mucho más afables.

Los números se fueron sucediendo en el escenario. Casi todos eran de naturaleza sexual. Za y dos de las hembras azadianas (Inclate y At-sen, una a cada lado de él) le explicaron que fuera del Agujero aquel espectáculo habría supuesto la muerte para ambos participantes, ya fuese mediante radiación o administrando una sustancia letal.

Gurgeh no les prestó mucha atención. Quería divertirse y las obscenidades del escenario eran la parte menos importante de la diversión. Estaba lejos del juego, y eso era lo único que contaba. Aquella noche viviría sometido a un conjunto de reglas distintas. Sabía cuál era la razón de que Za hubiera invitado a las mujeres a sentarse a su mesa, y le divertía. No sentía ningún deseo especial hacia las dos exquisitas criaturas entre las que estaba sentado y, desde luego, nada que no pudiera ser controlado, pero no cabía duda de que eran una compañía muy agradable. Za no era ningún idiota, y aquellas dos hembras encantadoras Gurgeh sabía que si Za hubiese descubierto que sus preferencias iban en otra dirección habrían sido machos o ápices eran tan inteligentes como buenas conversadoras.

Sabían algunas cosas sobre la Cultura, habían oído rumores sobre las alteraciones sexuales que sus habitantes consideraban como algo absolutamente normal y no tardaron en hacer chistes discretamente obscenos sobre el equipo y las proclividades de Gurgeh comparadas con las suyas, y con las de los otros sexos azadianos. Eran realmente fascinantes, y sabían cómo halagarle y provocarle. Bebían licor en copitas, fumaban pipas minúsculas y delgadísimas Gurgeh intentó dar un par de caladas pero sólo consiguió toser, lo que pareció divertirles mucho, y las dos tenían una larga melena negro-azulada que se enroscaba sinuosamente. La melena de cada una estaba dividida en membranas sedosas por redecillas de platino tan finas que casi resultaban invisibles, y contenía una gran cantidad de broches antigravitatorios que la hacían ondular y deslizarse como si fuera una imagen tomada a cámara lenta. Cada grácil movimiento de aquellas cabezas tan delicadas adquiría una asombrosa irrealidad.

El traje de Inclate tenía el color eternamente cambiante del aceite sobre el agua y estaba tachonado de joyas que parpadeaban como si fuesen estrellas; y At-sen llevaba un videotraje al que su fuente de energía oculta hacía brillar con un suave resplandor rojizo. La gargantilla que rodeaba su cuello actuaba como un pequeño monitor de televisión y mostraba una imagen distorsionada de lo que había a su alrededor: Gurgeh a un lado, el escenario detrás, una de las damas de Za al otro lado y la otra en el extremo opuesto de la mesa. Gurgeh le enseñó su brazalete Orbital, pero At-sen no pareció demasiado impresionada.

Za estaba jugando a las cartas con sus dos damas, que no paraban de reír mientras manejaban aquellos naipes adornados con joyas tan delgados que casi dejaban pasar la luz. Una de las damas se encargaba de anotar la puntuación en un cuadernito acompañando cada cifra con muchas risitas y fingidas muestras de preocupación.

¡Pero Jernou! dijo At-sen desde la izquierda de Gurgeh. ¡Debes posar para que te hagan un retrato de cicatrices! ¡Así podremos recordarte cuando hayas vuelto a la Cultura y a sus damas decadentes de muchos orificios!

Gurgeh oyó la risita de Inclate a su derecha.

No, ni pensarlo dijo Gurgeh con fingida seriedad. A juzgar por el nombre debe ser algo de lo más bárbaro.

¡Oh, sí, sí, lo es! At-sen e Inclate ahogaron la risa en sus bebidas. At-sen logró calmarse la primera y le puso la mano sobre la muñeca. ¿No te gustaría saber que una pobre criatura que no ha conseguido olvidarte vaga por Eá llevando tu retrato sobre su piel?

Sí, pero… ¿En qué zona exacta de la piel? preguntó Gurgeh.

Todo el mundo pareció opinar que su pregunta era digna de ser celebrada con ruidosas carcajadas.

Za se puso en pie. Una de las damas recogió las cartas y las guardó en un bolsito unido a su brazo por una cadenilla. Za apuró su bebida.

Gurgeh, creo que mi amiga y yo vamos a buscar un sitio más tranquilo donde podamos mantener una charla íntima dijo. ¿Os apuntáis?

Za se inclinó hacia Inclate y At-sen y sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa que produjo nuevas oleadas de hilaridad y unos cuantos chillidos. At-sen metió los dedos en su copa e intentó rociar a Za con el licor, pero éste consiguió esquivarlo.

Sí, Jernou, ven dijo Inclate, y puso las dos manos sobre el brazo de Gurgeh. Vamos todos. Aquí no se puede respirar, y el ruido es tan terrible…