El ápice les vio venir e intentó llevarse a At-sen. Inclate le gritó algo y alzó la mano de Gurgeh mientras seguía apartando a los espectadores. Estaban bastante cerca. El ápice pareció asustarse y echó a correr con paso tambaleante hacia la salida que había debajo del escenario arrastrando a At-sen con él.
Inclate intentó seguirle, pero un grupo de machos azadianos muy corpulentos le obstruyó el paso. Los azadianos no apartaban los ojos del hombre del escenario. Inclate empezó a dar puñetazos en sus espaldas. Gurgeh vio como At-sen desaparecía por la puerta que había debajo del escenario. Apartó a Inclate y utilizó la superioridad que le daba su tamaño para abrirse paso por entre dos machos sin hacer caso de sus protestas. Gurgeh y la chica corrieron hacia la puerta.
El pasillo giraba bruscamente sobre sí mismo. Siguieron el sonido de los gritos, bajaron corriendo por una escalera muy estrecha —Gurgeh vio la gargantilla-monitor rota en dos mitades encima de un peldaño— y siguieron por un corredor bañado en una luz color jade con un gran número de puertas. Gurgeh aguzó el oído, pero todo estaba en silencio. At-sen yacía en el suelo y el ápice estaba inclinado sobre ella. El ápice vio a Gurgeh e Inclate, lanzó un grito de furia y les amenazó con el puño. Inclate le gritó algo que Gurgeh no consiguió entender.
Gurgeh dio un paso hacia adelante. El ápice metió la mano en un bolsillo y sacó un arma.
Gurgeh se detuvo. Inclate dejó de gritar. At-sen gemía en el suelo. El ápice empezó a hablar demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera comprenderle. Señaló a la mujer caída en el suelo y alzó el brazo hacia el techo. Se echó a llorar y el arma tembló en su mano (y, mientras tanto, una parte de la mente de Gurgeh observaba todo aquello desde una gran distancia e intentaba analizarlo. ¿Estoy asustado? ¿Es esto el miedo o aún no ha llegado? Estoy contemplando el rostro de la muerte y la muerte me contempla desde ese agujerito negro, el túnel diminuto en la mano de este ser de otra especie —como si fuese otro elemento del juego que la mano puede mostrar si se lo propone—, y estoy esperando a sentir el miedo…
… y aún no ha llegado. Sigo esperando, y no llega. ¿Qué significa esto? ¿Significa que no voy a morir, o que voy a morir dentro de unos momentos?
La vida o la muerte en el movimiento de un dedo, una orden transmitida por los nervios, una decisión que quizá no sea totalmente voluntaria tomada por un imbécil celoso que no es nadie y que no significa nada a cien milenios de mi hogar…)
El ápice retrocedió sin dejar de hacer gestos implorantes mientras lanzaba miradas desesperadas a At-sen, Gurgeh e Inclate. De repente dio un paso hacia adelante y pateó a At-sen en la espalda sin mucha fuerza. At-sen lanzó un grito ahogado. El ápice giró sobre sí mismo, echó a correr y arrojó el arma al suelo. Gurgeh saltó por encima de At-sen, se lanzó en pos del ápice y le vio desaparecer por la escalera de caracol sumida en las tinieblas que había al final del pasillo. Dio un par de pasos hacia adelante con la idea de perseguirle, pero se detuvo. El eco de los pasos se fue desvaneciendo. Gurgeh volvió al pasillo bañado por aquella luz color jade.
Había una puerta abierta, y una suave claridad color citrino brotaba del umbral.
Un tramo de pasillo, un cuarto de baño y después la habitación. Era muy pequeña y todas las superficies estaban cubierta de espejos. Hasta el suelo parecía ondular con reflejos temblorosos que tenían el color de la miel. Gurgeh entró en la habitación y se convirtió en el centro de un ejército de Gurgehs reflejados.
At-sen estaba sentada en una cama traslúcida. La tela gris de su video-traje tenía un par de desgarrones. Inclate se había arrodillado junto a ella y le hablaba en voz baja con un brazo sobre sus hombros. At-sen tenía la cabeza gacha. Sus imágenes se multiplicaban sobre los muros relucientes de la habitación. Gurgeh vaciló y volvió la vista hacia la puerta. At-sen alzó la cabeza y le miró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¡Oh, Jernou!
Extendió una mano temblorosa hacia él. Gurgeh se acuclilló junto a la cama y le pasó el brazo alrededor de la cintura. At-sen temblaba incontrolablemente, y las dos mujeres estuvieron llorando un buen rato.
Empezó a acariciarle la espalda.
At-sen apoyó la cabeza en su hombro y Gurgeh sintió el extraño calor de sus labios en el cuello. Inclate se puso en pie, fue hacia la puerta y la cerró. Después volvió a la cama y el vestido que parecía una película de aceite cayó sobre el suelo de espejo creando un charco de ondulaciones luminosas.
Shohobohaum Za apareció un minuto después. Abrió la puerta de una patada, llegó al centro de la habitación cubierta de espejos en un par de zancadas (y una multitud infinita de Zas repitieron una y otra vez su avance por aquel espacio engañoso) y miró a su alrededor ignorando a las tres siluetas que yacían sobre la cama.
Inclate y At-sen se quedaron totalmente inmóviles con las manos paralizadas sobre los botones y tiras del traje de Gurgeh. Al principio Gurgeh no supo cómo reaccionar, pero en cuanto se hubo calmado intentó asumir una expresión lo más normal posible. Za se volvió hacia la pared que tenía detrás. Gurgeh siguió la dirección de su mirada y se encontró contemplando su propio reflejo. Un rostro enrojecido por el aflujo de sangre, una cabellera revuelta, las ropas en desorden… Za saltó sobre la cama y su pie se estrelló contra la imagen.
La pared se hizo añicos con un estrépito ensordecedor acompañado por un coro de gritos femeninos. El espejo se desintegró revelando el cuartito sumido en las tinieblas que había detrás y una máquina sostenida por un trípode cuya parte delantera apuntaba a la habitación de los espejos. Inclate y At-sen se levantaron de un salto y corrieron hacia la puerta. Inclate cogió su vestido de un manotazo antes de esfumarse.
Za arrancó la diminuta cámara de su trípode y la examinó.
—Afortunadamente sólo sirve para grabar… No hay transmisor. —Se metió la cámara en un bolsillo, se volvió hacia Gurgeh y le sonrió—. Venga, jugador, vuelve a guardar eso en la funda. ¡Tenemos que correr!
Corrieron por el pasillo de la luz jade hasta llegar a la escalera de caracol por la que había huido el ápice que se llevó a At-sen. Za se inclinó ágilmente sin dejar de correr y recogió el arma que el ápice había tirado al suelo. Gurgeh ya ni se acordaba de ella. El arma fue inspeccionada, puesta a prueba y rechazada en un par de segundos. Llegaron a la escalera de caracol y subieron los peldaños de tres en tres.
Otro pasillo, éste iluminado por un débil resplandor rojo oscuro. La música retumbaba sobre sus cabezas. Dos ápices muy corpulentos vinieron corriendo hacia ellos y Za frenó en seco.
—Oops —dijo, y giró sobre sí mismo.
Empujó a Gurgeh hacia las escaleras y siguieron subiendo por ellas hasta llegar a un espacio oscuro que parecía vibrar con los ecos palpitantes de aquella música. Había luz a un lado. Los pasos de sus perseguidores retumbaban en la escalera. Za se dio la vuelta y su pie derecho salió disparado hacia la escalera produciendo un grito y el estruendo de algo que caía.
Un delgado haz de luz azul llenó de motas la oscuridad. El haz surgió de la escalera y creó una fuente de llamas amarillas y chispazos anaranjados en algún lugar encima de sus cabezas. Za retrocedió un par de pasos.
—Parece que se han traído la jodida artillería. —Movió la cabeza señalando hacia la luz—. Bien, maestro, ha llegado el momento de salir a escena.
Entraron corriendo en el escenario y una luz tan brillante como la del sol cayó sobre ellos. El macho que estaba contoneándose en el centro del escenario les lanzó una mirada de odio y el público empezó a protestar ruidosamente. Un instante después la expresión del rostro del artista de los morados pasó de la irritación a una mezcla de sorpresa y perplejidad.