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A la mañana siguiente Flere-Imsaho no le dirigió la palabra. La unidad se reunió con él en la sala del módulo justo cuando éste le pasó el aviso de que Pequil acababa de llegar con el vehículo, pero cuando Gurgeh le dijo hola la unidad no le devolvió el saludo y pasó todo el trayecto de bajada en el ascensor del hotel zumbando diligentemente y emitiendo unos chisporroteos de estática todavía más ruidosos que de costumbre. Una vez estuvieron dentro del vehículo su comportamiento siguió siendo tan poco comunicativo como hasta entonces. Gurgeh decidió que podía vivir con ello.
—Gurgue, veo que se ha hecho daño —dijo Pequil mientras lanzaba una mirada de preocupación al arañazo de su mejilla.
—Sí. —Gurgeh sonrió y se acarició la barba—. Me he cortado al afeitarme.
El Tablero de la Forma sirvió de escenario a una lenta guerra de desgaste.
Gurgeh tuvo que enfrentarse al ataque combinado de los otros nueve jugadores desde el principio, y no tardó en comprender lo que estaba ocurriendo. Había utilizado la ventaja acumulada en el tablero anterior para crear un enclave pequeño pero tan bien protegido que resultaba casi inconquistable, y estuvo dos días sin moverse de él dejando que las ofensivas de los otros jugadores se estrellaran contra sus defensas. Si los ataques hubieran sido llevados de la forma correcta le habrían destrozado, pero sus oponentes intentaban que sus acciones no parecieran demasiado concertadas y los ataques sólo implicaban a unos cuantos jugadores. Aparte de eso, cada jugador temía debilitarse excesivamente porque eso significaría ser aplastado por los demás.
Al final de ese período de tanteos un par de agencias de noticias empezaron a decir que atacar al forastero en grupo era un comportamiento descortés e injusto.
Flere-Imsaho —la unidad ya había olvidado su enfado y volvía a hablarle— opinó que aquella reacción podía ser sincera, pero pensaba que había bastantes más probabilidades de que fuera el resultado de la presión imperial. La unidad estaba convencida de que el Departamento Imperial había utilizado su influencia para llamar al orden a la Iglesia —no cabía duda de que el sacerdote seguía las instrucciones de la Iglesia y estaba asesorado por ella, y la Iglesia tenía que haber sido la que financió sus acuerdos con los demás jugadores—, pero fuera cual fuese la razón al tercer día los ataques concertados cesaron como por arte de magia y la partida empezó a seguir un rumbo más normal.
La sala de juegos estaba repleta. Había muchos más espectadores que habían pagado su entrada, un gran número de invitados había decidido ver qué tal jugaba el alienígena y las agencias de prensa habían enviado un contingente extra de reporteros y cámaras. Los jugadores del club sometidos a la autoridad del Adjudicador consiguieron que la multitud se mantuviera razonablemente silenciosa, y el aumento del público apenas distrajo a Gurgeh, pero sí dificultó considerablemente el desplazarse por la sala durante los descansos. La gente no paraba de acercarse a él para hacerle preguntas o, simplemente, para verle de cerca.
Pequil casi siempre estaba allí, pero parecía más interesado en aparecer delante de las cámaras que en proteger a Gurgeh de las personas que querían hablar con él. Aun así la presencia del ápice servía para distraer un poco la atención de los reporteros, y la vanidad de Pequil permitió que Gurgeh se concentrara al máximo en el juego.
Durante los dos días siguientes Gurgeh se dio cuenta de que la forma de jugar del sacerdote había sufrido un cambio muy sutil y que el estilo de otros dos jugadores también se había alterado, aunque no de una forma tan pronunciada como en el caso del sacerdote.
Gurgeh había eliminado a tres jugadores y el sacerdote había acabado con otros tres sin necesidad de esforzarse demasiado. Los dos ápices restantes habían establecido sus propios enclaves en el tablero y parecían conformarse con desempeñar un papel secundario en el desarrollo de la partida. Gurgeh estaba jugando bien, aunque su estilo no había alcanzado los extremos de frenético virtuosismo que le habían permitido obtener la victoria en el Tablero del Origen. Tendría que derrotar al sacerdote y a los otros dos jugadores sin demasiadas dificultades, y lo cierto es que estaba logrando imponerse, aunque muy despacio. El sacerdote estaba jugando mucho mejor que antes, sobre todo al comienzo de cada sesión, y eso hizo que Gurgeh pensara que el ápice aprovechaba los descansos para ser asesorado por algunos consejeros de primera categoría. Los otros dos jugadores debían estar recibiendo una ayuda similar, aunque no tan intensa y eficiente.
Pero el final llegó al quinto día de partida y fue de lo más repentino. El sacerdote se derrumbó. Los otros dos jugadores decidieron abandonar. Gurgeh tuvo que soportar una nueva oleada de adulaciones y elogios, y las agencias de noticias empezaron a publicar editoriales impregnados de inquietud. ¿Cómo era posible que alguien llegado del Exterior jugara tan bien? Algunos de los medios de comunicación más sensacionalistas incluso publicaron artículos afirmando que el alienígena de la Cultura utilizaba una especie de sentido sobrenatural o artefacto prohibido por la ley. Los periodistas habían logrado averiguar el nombre de Flere-Imsaho, y empezaron a especular con la posibilidad de que la máquina fuera el misterioso origen de las habilidades ilícitas de Gurgeh.
—Me han llamado ordenador —gimió la unidad.
—Y a mí me llaman tramposo —replicó Gurgeh con voz pensativa—. La vida es cruel, como les encanta repetir aquí.
—Tienen toda la razón. La vida aquí es terriblemente cruel.
La última partida en el Tablero del Cambio fue un paseo triunfal, quizá porque ése era el tablero en el que Gurgeh siempre se había sentido más a gusto. El sacerdote entregó un plan de objetivos especial al Adjudicador antes de que empezara la partida, algo a lo que tenía perfecto derecho por ser el segundo clasificado. El sacerdote había decidido conformarse con el segundo lugar. Quedaría fuera de la Serie Principal, pero tendría una posibilidad de volver a participar en ella si ganaba las dos partidas de la ronda siguiente.
Gurgeh sospechaba que podía tratarse de un truco, y al principio jugó con mucha cautela esperando un ataque masivo o que algún jugador le tendiera una trampa con sus piezas; pero los otros jugadores parecían no tener ningún objetivo definido, e incluso el sacerdote empezó a hacer la clase de movimientos ligeramente mecánicos que había empleado en la primera partida. Gurgeh se arriesgó a lanzar unos cuantos ataques exploratorios con efectivos no muy considerables y apenas si encontró oposición. Dividió sus fuerzas en dos grupos y lanzó una incursión a gran escala contra el territorio del sacerdote sólo para divertirse un poco y ver cómo reaccionaba. El sacerdote se dejó dominar por el pánico. La embestida de Gurgeh le dejó tan aturdido que apenas si logró hacer un movimiento medianamente bueno, y al final de la sesión corría un serio peligro de ser aniquilado.
Después del descanso Gurgeh tuvo que enfrentarse a un ataque masivo de los demás jugadores mientras el sacerdote se debatía impotente atrapado en una esquina del tablero. Gurgeh captó la indirecta. Le dio un poco de espacio para maniobrar y dejó que atacara a dos de los jugadores más débiles para recuperar una parte de las posiciones que había perdido. La partida terminó con Gurgeh controlando la mayor parte del tablero y los otros jugadores aniquilados o confinados a zonas muy pequeñas que apenas poseían importancia estratégica. Gurgeh no tenía muchas ganas de continuar la partida hasta su inevitable final y supuso que si lo intentaba los otros jugadores se unirían contra él sin importarles lo obvio que resultara el que habían decidido actuar en grupo. Le estaban ofreciendo la victoria, pero si intentaba vengarse o se dejaba dominar por la codicia tendría que pagar un precio muy alto por ella. Gurgeh decidió aceptar la situación actual y la partida llegó a su fin. El sacerdote quedó clasificado en segundo lugar.