—Bueno, de todas formas… —dijo por fin—. Al menos ahora no tienes que preocuparte por tus Premisas. —Dejó escapar una risita que sonó bastante forzada—. ¡Les asusta la sola idea de que puedas decir la verdad!
22
La partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram despertó gran atención. La prensa seguía estando fascinada por aquel alienígena huraño que se negaba a hacer declaraciones, y envió a sus reporteros más sarcásticos y a los cámaras más capaces de captar cualquier expresión facial que pudiera darle una apariencia estúpida, desagradable o cruel (y, preferiblemente, las tres cosas a la vez). Algunos cámaras habían empezado a considerar que la fisonomía de Gurgeh era un auténtico desafío, pero otros opinaban que Gurgeh era un típico caso de pez grande en un acuario pequeño.
Un gran número de seguidores y fanáticos de los juegos que habían pagado para asistir a la competición decidieron cambiar sus entradas originales por una entrada para la partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram. El interés del público era tal que la galería de invitados se habría llenado aunque fuese bastantes veces más grande de lo que era, y eso a pesar de que los organizadores habían decidido prescindir del edificio en el que se desarrollaron las partidas anteriores de Gurgeh y habían optado por erigir una inmensa carpa en un parque equidistante un par de kilómetros del Gran Hotel y el Palacio Imperial. La sede de juegos improvisada tenía una capacidad tres veces superior a la del viejo salón de congresos, pero estaba atestada.
Pequil se presentó por la mañana en el vehículo del Departamento de Asuntos Alienígenas y llevó a Gurgeh hasta el parque. El ápice ya no intentaba colocarse delante de las cámaras, y en cuanto bajaron del vehículo se apresuró a apartarlas y despejó un camino para que Gurgeh pudiera pasar.
Gurgeh fue presentado a Lo Wescekibold Ram, un ápice bajito y robusto con un rostro más tosco de lo que se había imaginado y el porte y los modales algo bruscos de un militar.
El estilo de Ram en los tableros secundarios era tan rápido como nervioso, por lo que el primer día tuvieron tiempo suficiente para jugar dos partidas. Quedaron empatados, y Gurgeh no se dio cuenta de los extremos de intensidad a que había llegado su concentración hasta que volvió al módulo. Se quedó dormido delante de la pantalla y cuando despertó habían pasado casi seis horas.
Al día siguiente jugaron otras dos partidas en los tableros secundarios, pero acordaron prolongar la ronda de partidas hasta bien entrada la noche. Gurgeh tenía la sensación de que el ápice le estaba poniendo a prueba y de que intentaba agotarle o, por lo menos, averiguar cuáles eran los límites de su resistencia. Tendrían que jugar seis partidas secundarias antes de llegar a los tres tableros principales, y Gurgeh ya se había dado cuenta de que la tensión de enfrentarse a Ram era muy superior a la que había sentido cuando competía contra nueve jugadores.
La partida fue tan encarnizada que no terminó hasta poco antes de la medianoche, con Gurgeh llevando la delantera por muy pocos puntos. Durmió siete horas y abrió los ojos con el tiempo justo de prepararse para la partida del día siguiente. Se obligó a despertar ordenando a sus glándulas que produjeran una considerable cantidad de «En pie», la droga para el desayuno favorita de la Cultura y quedó un poco desilusionado al ver que Ram parecía tan fresco y lleno de energías como él.
La partida se convirtió en otra guerra de desgaste que se prolongó hasta la tarde, y Ram no sugirió que siguieran jugando por la noche. Gurgeh pasó un par de horas comentando la partida con la nave durante la noche y después se dedicó a contemplar los canales recreativos del Imperio para que su mente se olvidara un poco del juego.
Había programas de aventuras, concursos y comedias, y canales que sólo daban noticias y documentales. Gurgeh buscó algún informativo que hablara de su partida y encontró algunas menciones de ella, pero las jugadas del día no habían sido demasiado espectaculares y no merecían mucho espacio. Gurgeh se dio cuenta de que las agencias estaban empezando a perder su buena disposición inicial hacia él, y se preguntó si no lamentarían el haberle defendido cuando tuvo que soportar el ataque conjunto de la primera ronda.
Durante los cinco días siguientes las emisoras de noticias fueron tratando cada vez peor al «Alienígena Gurgo» (la sutileza fonética del eaquico era bastante inferior a la del marain, y Gurgeh ya se había resignado a que nadie escribiera o pronunciara bien su nombre). Las partidas secundarias terminaron dejándole más o menos al mismo nivel que Ram. Gurgeh le venció en el Tablero del Origen después de haber tenido serios apuros, y perdió por un margen infinitesimal en el Tablero de la Forma.
Las agencias y emisoras de noticias decidieron que Gurgeh era una amenaza para el Imperio y el bien común, y lanzaron una campaña para conseguir que se le expulsara de Eá. Afirmaban que estaba en contacto telepático con la Factor limitativo o con el robot llamado Flere-Imsaho, que utilizaba una amplia gama de drogas repugnantes guardadas en el antro de vicio y drogas situado sobre el tejado del Gran Hotel donde vivía, y después —como si acabaran de descubrirlo— proclamaron a los cuatro vientos que su organismo era capaz de producir drogas (lo cual era cierto) gracias a las glándulas extirpadas a tiernos infantes en operaciones horrendas que siempre terminaban con la muerte de los donantes (lo cual no era cierto). Los medios de comunicación no parecían capaces de ponerse de acuerdo sobre los efectos de esas drogas, y las dos teorías más en boga era que le convertían en un super-ordenador o en un maníaco sexual (o en las dos cosas a la vez, según algunos artículos).
Una agencia logró tener acceso a las Premisas de Gurgeh redactadas por la nave y confiadas a la custodia del Departamento de Juegos. Las Premisas fueron consideradas como un perfecto ejemplo de la doblez y perversiones típicas de la Cultura; una especie de recetario para provocar la anarquía y la revolución. Las agencias adoptaron tonos más calmados y reverentes y elevaron una súplica al Emperador para que «hiciera algo» respecto a la Cultura, culparon a los altos cargos del Almirantazgo por llevar décadas sabiendo todo lo que había que saber sobre esa pandilla de asquerosos pervertidos y, aparentemente, no haberles dejado bien claro quién mandaba en el cosmos o haber acabado con ellos (una agencia que se caracterizaba por su osadía llegó al extremo de afirmar que el Almirantazgo no estaba muy seguro de cuál era el planeta origen de la Cultura). Rezaron para que Lo Wescekibold Ram expulsara al diabólico Alienígena Gurgo del Tablero del Cambio tan decisiva e irrevocablemente como haría algún día la Flota con la corrupta Cultura socialista. Si no había más remedio, sugirieron a Ram que usara la opción física. Eso dejaría claro de qué estaba hecho aquel condenado alienígena (¡quizá literalmente!).
—¿Están bromeando? —preguntó Gurgeh.
Apartó los ojos de la pantalla y contempló a la unidad con una sonrisa bienhumorada en los labios.
—No pueden hablar más en serio —replicó Flere-Imsaho.
Gurgeh se rió y meneó la cabeza, pensando que si los habitantes del Imperio eran capaces de tragarse todas aquellas tonterías debían ser considerablemente estúpidos.
La partida en el Tablero del Origen llegó a su cuarto día. Gurgeh tenía bastantes posibilidades de ganar. Vio a Ram hablando con algunos de sus asesores después de la sesión de la mañana. El ápice parecía bastante preocupado y Gurgeh pensó que quizá decidiera abandonar después de la sesión de la tarde, pero Ram decidió seguir luchando. Acordaron suspender la sesión de la noche y reanudar la partida a la mañana siguiente.