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Comprendo. Lo siento. Gurgeh no sabía qué decir. Si Za no se lo hubiera contado jamás habría podido adivinarlo. Entonces todos esos consejos sobre las drogas que debía producir…

Conjeturas y buena memoria dijo Za sin abrir los ojos. Intentaba mostrarme amistoso.

Gurgeh se sintió incómodo, casi avergonzado.

Za apoyó la cabeza en el asiento y empezó a roncar.

Y abrió los ojos de golpe y se incorporó de un salto.

Vaya, debo estar haciéndome viejo dijo haciendo lo que parecía un terrible esfuerzo para despabilarse. Fue hacia Gurgeh y se plantó delante de él balanceándose lentamente de un lado a otro. Oye, ¿crees que podrías llamar un aerotaxi para que me llevara a casa?

Gurgeh llamó un aerotaxi. El vehículo llegó unos minutos después, los guardias del tejado le transmitieron el permiso para aterrizar dado por Gurgeh y el aerotaxi se llevó a Za. El enviado se marchó cantando a pleno pulmón.

Gurgeh se quedó sentado un rato más mientras se hacía totalmente de noche y el segundo sol se ocultaba detrás del horizonte. Después dictó una carta dirigida a Chamlis Amalk-Ney dándole las gracias por el brazalete Orbital, que seguía llevando puesto. Copió la mayor parte de aquella carta en otra dirigida a Yay y les contó a los dos lo que le había ocurrido desde su llegada. No intentó disimular la auténtica naturaleza del juego o del Imperio y se preguntó qué parte de la verdad llegaría a sus amigos. Después estudió unos cuantos problemas en la pantalla y se puso en contacto con la nave para comentar la partida del día siguiente.

Antes de acostarse cogió el cuenco del cóctel pedido por Shohobohaum Za y descubrió que aún contenía un poco de bebida. La olisqueó, meneó la cabeza y ordenó a una bandeja que limpiara la habitación.

* * *

Gurgeh derrotó a Lo Wescekibold Ram al día siguiente con una corta serie de movimientos que la prensa describió como «despectivos y mezquinos». Pequil ya había sido dado de alta y la experiencia no parecía haberle afectado mucho, dejando aparte el vendaje del brazo y el cabestrillo que lo inmovilizaba. Dijo que se alegraba mucho de que Gurgeh hubiera salido ileso, y Gurgeh le dijo cuánto lamentaba el que le hubiesen herido.

Realizaron el trayecto de ida y el de vuelta en un vehículo aéreo. El Departamento Imperial había decidido que viajar por superficie resultaría excesivamente arriesgado para Gurgeh.

Cuando volvió al módulo Gurgeh se enteró de que no habría ningún intervalo entre la ronda que acababa de ganar y la siguiente. El Departamento de Juegos había enviado una carta comunicando que su próxima partida en la modalidad de diez jugadores empezaría a la mañana siguiente.

Me habría gustado poder descansar un poco confesó Gurgeh mirando a la unidad.

Había decidido darse una ducha flotante y su cuerpo estaba suspendido en el centro de la cabina antigravitatoria. Los chorros de agua salían despedidos desde varias direcciones y eran absorbidos por los agujeritos minúsculos que cubrían toda la superficie semiesférica del interior de la cabina. Unos tapones-membrana impedían que le entrara el agua en la nariz, pero hablar seguía resultando un tanto difícil.

Oh, estoy seguro de ello dijo Flere-Imsaho con su vocecita chillona. Pero quieren eliminarte por agotamiento, ¿comprendes? Y, naturalmente, eso significa que te enfrentarás a algunos de sus mejores jugadores escogidos entre los que siempre han conseguido terminar sus partidas en un tiempo récord.

Sí, ya se me había ocurrido dijo Gurgeh.

Los chorros de agua y el vapor casi le impedían ver a la unidad. Se preguntó qué ocurriría si Flere-Imsaho tuviese algún defecto de fabricación y le entrara algo de agua. Su cuerpo giró lentamente entre las corrientes de agua y aire que cambiaban continuamente de dirección hasta quedar cabeza abajo.

Siempre podrías presentar una apelación ante el Departamento. Se te está discriminando, y me parece que resulta obvio, ¿no?

Sí, a mí también me lo parece. Y a ellos. ¿Y qué?

Puede que presentar una apelación sirviera de algo.

Bueno, presenta esa apelación.

No seas estúpido. Sabes que no me harán ningún caso.

Gurgeh cerró los ojos y empezó a canturrear en voz baja.

23

Uno de sus oponentes en la partida de diez era Lin Goforiev Tounse, el mismo sacerdote al que había vencido en la primera ronda. El sacerdote había salido vencedor en la tanda de partidas de su segunda oportunidad y eso le había permitido reincorporarse a la Serie Principal. Gurgeh se volvió hacia el ápice apenas le vio entrar en el gran salón del complejo recreativo donde iban a jugar y le sonrió. Últimamente se había encontrado practicando aquel gesto facial azadiano de forma casi inconsciente y muy parecida a la de un bebé que intenta imitar las expresiones que ve en los rostros de los adultos que hay a su alrededor. En cuanto vio al sacerdote pensó que era el momento perfecto para utilizarla. Sabía que nunca lograría sonreír como un auténtico azadiano sencillamente porque la estructura de su rostro no era idéntica a la del suyo, pero podía imitar la señal lo bastante bien para que no cupiese ninguna duda sobre su naturaleza.

Pero, traducida o no, Gurgeh sabía cuál era el mensaje que transmitía la sonrisa. «¿Te acuerdas de mí? Ya te he vencido una vez y tengo muchas ganas de repetirlo.» Era una sonrisa de autosatisfacción, de victoria y de superioridad. El sacerdote intentó sonreír devolviéndole la misma señal, pero no le salió demasiado convincente y la sonrisa no tardó en desaparecer para convertirse en una mueca de irritación. El sacerdote acabó desviando la mirada.

Los otros ocho jugadores habían ganado sus respectivas rondas, igual que Gurgeh. Había tres hombres de la Flota o el Almirantazgo, un coronel del Ejército, un juez y los tres restantes eran burócratas. Todos jugaban de maravilla.

Durante la tercera etapa de la Serie Principal los participantes tenían que pasar por un minitorneo de partidas menores en la modalidad singular, y Gurgeh pensaba que ahí estaba su mejor posibilidad de sobrevivir a la etapa. Cuando llegara a los tableros principales tendría que enfrentarse a algún tipo de acción concertada, pero las partidas singulares le ofrecían la posibilidad de ir acumulando la ventaja suficiente para capear esas tempestades futuras.

Derrotar al sacerdote Tounse fue una experiencia muy placentera. El ápice barrió el tablero con el brazo después del movimiento que dio la victoria a Gurgeh, se puso en pie y empezó a gritar y a amenazarle con el puño balbuceando frases incoherentes de las que sólo logró comprender las palabras «drogas» y «pagano». Gurgeh era consciente de que hasta hacía muy poco una reacción semejante le habría dejado cubierto por una capa de sudor frío o, por lo menos, habría hecho que se sintiese terriblemente incómodo; pero descubrió que ahora no le afectaba en lo más mínimo. Lo único que hizo fue seguir sentado en su sitio y sonreír fríamente.

Pero el sacerdote seguía insultándole. Estaba tan irritado que parecía dispuesto a golpearle, y el corazón de Gurgeh empezó a latir un poco más deprisa…, pero Tounse se calló de repente, movió lentamente la cabeza en un arco que abarcó a la multitud de rostros sorprendidos que le contemplaban y pareció comprender dónde estaba. El sacerdote casi huyó de la sala.