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En lugar de contarle su idea, le dijo:

– Hoy he ido a visitar a Madame Karma.

– ¿De veras? ¿Por qué?

– Quería hablar con ella sobre mi racha de mala suerte. No parecía nada sorprendida, y me ha dicho que era porque estaba luchando contra el destino. Suponía que tú habrías sufrido una serie de eventos similares. Y por lo que me has contado, tenía razón.

– ¿Te ha hecho alguna sugerencia?

– Sí. Me ha dicho que la única manera que hay para solucionar lo que me pasa es dejar de luchar contra el destino. Y la única manera de hacer eso es pasar tiempo contigo, algo que solucionará tus problemas también. Así que ésa es mi idea. Que pasemos más tiempo juntos. En el peor de los casos no estaremos peor de lo que estamos ahora, y si sale bien, romperemos la maldición y nuestras vidas volverán a la normalidad.

– Pensaba que no creías en esas cosas del destino. Habías dicho que no eran más que tonterías.

– No creía en ello, y no estoy seguro de si ahora creo. Pero no podemos negar que, desde el sábado, nos han pasado cosas muy extrañas, y que no tengo otra explicación. Sinceramente, estoy harto de esta racha de mala suerte y estoy dispuesto a probar cualquier cosa, con tal de que termine.

– ¿Incluso pasar tiempo conmigo?

– Sí.

– Bueno, desde luego no es la proposición más romántica que me han hecho.

– ¿Quiere una proposición romántica?

– Desde luego que no. No eres mi tipo.

Él se cruzó de brazos y la miró fijamente.

– Eso no voy a discutirlo porque, si te soy sincero, tú tampoco eres mi tipo. Pero ¿qué es lo que no te gusta de mí?

Lacey lo miró durante unos segundos, y decidió ser sincera.

– Siempre he evitado salir con lo que yo llamo «clones impersonales». Los veo todos los días. Vienen a Constant Cravings a primera hora del día para tomarse su dosis de cafeína, se pasan el día hablando por teléfono, tecleando en el ordenador portátil, y absortos en su trabajo, sin tomar un momento de descanso. Los veo sentados en el patio al mediodía, leyendo informes sin levantar la vista para disfrutar del sol -se encogió de hombros-. Tú eres uno de ellos.

El no dijo nada durante un momento, pero ella vio que estaba reflexionando sobre sus palabras. Finalmente, se aclaró la garganta.

– No hay nada de malo en tener objetivos y en trabajar duro.

– Estoy de acuerdo. Pero creo que sí es malo dedicarle al trabajo todo el tiempo y la energía, y permitir que los demás aspectos de tu vida se conviertan en algo secundario. Cuando sólo se tiene en cuenta el éxito profesional. Cuando la gente y las relaciones dejan de importar.

– ¿Y crees que yo soy uno de esos clones?

– Sí.

– Eso es muy duro.

– ¿Querías que mintiera?

– No. Pero creo que te equivocas.

– ¿De veras? Te demostraré que tengo razón. Cierra los ojos. Y no vale mirar -cuando él cerró los ojos, le preguntó-: ¿Qué aparece en el cuadro que está detrás de tu escritorio?

– Oh, cielos. Eres peor de lo que pensaba.

El abrió los ojos y miró a la pared que estaba detrás de ella.

– Eso no es justo. Mi despacho ha cambiado con la reforma.

– Aja. ¿Y cuándo se terminó?

– Hace tres semanas.

– Tres semanas es mucho tiempo para no percatarse de algo que está delante de tus narices o, en este caso, encima de tu cabeza. Ya las pruebas me remito.

– Dame otra oportunidad. Ella suspiró y cerró los ojos.

– De acuerdo. ¿De qué color son mis ojos? Él contestó sin dudarlo.

– Marrones. Como el caramelo. Con unos reflejos dorados. Tienes el iris rodeado por una anilla oscura que parece chocolate derretido.

Lacey abrió los ojos y se encontró con que él la miraba fijamente.

– Pareces sorprendida -dijo Evan.

– Lo estoy. Y mucho. No esperaba que…

– ¿Me hubiera fijado? Créeme, me he fijado. Quizá no sea tan parecido a un clon impersonal como crees.

– Puede que no. Pero sigues siendo un firme seguidor de las normas. Un hombre rígido. Demasiado correcto y formal para mí.

– ¿Crees que soy correcto y formal?

– Sí.

– ¿Y le dices eso a un hombre con quien has mantenido relaciones sexuales salvajes sobre un mostrador?

– Una relación sexual, que ambos sabemos fue el resultado de una enajenación mental transitoria, no es suficiente para hacerme cambiar de opinión.

– Ya. Entonces, ¿se lo dices a un pirata que cortó con un cuchillo todos los botones que había en la parte delantera de tu vestido? -le acarició la parte delantera de la blusa con un dedo, rodeando cada botón y provocándole que los pezones se le pusieran erectos-. ¿Un pirata que te hizo el amor hasta dejarte agotada?

Lacey tuvo que tragar saliva para recuperar la voz.

– Eso sólo fue un sueño.

– Un sueño estupendo.

– Eso no lo discuto.

– El comentario acerca de que soy muy formal es un reto para que te demuestre lo contrario.

Sus palabras, y su forma de mirarla, como si quisiera devorarla, hicieron que una ola de calor la invadiera por dentro. Lacey sentía el pulso en todo su cuerpo. En las sienes. En la base del cuello. En la entrepierna.

– Bueno, aunque mi comentario no sea cierto, no significa que pasar tiempo juntos sea buena idea. Después de todo, has dicho que no soy tu tipo.

– Creo que es más preciso decir que, basándonos en cómo nos hemos llevado de mal desde el momento en que nos conocimos, nunca habría imaginado que fuéramos compatibles. Pero no hubo nada de malo en cómo nos llevamos la noche del sábado -como para demostrárselo, se acercó a ella y restregó la pelvis contra su cuerpo.

– No -murmuró ella-. No hubo nada de malo.

Él la miro unos instantes, con el deseo reflejado en la mirada de sus ojos azules.

– Puesto que ambos estamos hartos de juegos, te diré la pura verdad… Sé que dijiste que teníamos que olvidar lo que pasó entre nosotros el sábado por la noche. Y créeme, lo he intentado. Pero no puedo. He intentado mantenerme alejado de ti, pero no quiero hacerlo. No he podido dejar de pensar en ti, ni siquiera cuando consigo quedarme dormido. Y nada de lo que quiero hacer contigo podría considerarse correcto y formal.

Lacey se estremeció, lo miró, y dijo:

– Puedo perder el tiempo repitiendo todo lo que me has dicho, o puedo resumirlo en pocas palabras: ya somos dos -colocó las manos sobre su torso y le acarició los hombros hasta entrelazar los dedos detrás de su cuello-. Estoy harta de perder el tiempo, así que también te voy a decir la verdad: me moría por volver a acariciarte.

Él la atrajo hacia sí.

– Yo, también. Con las manos, con la boca, con mi cuerpo…

– Suena perfecto. Y, ahora me parece un buen momento -se acomodó contra él y, al sentir su miembro erecto contra el vientre, se volvió impaciente-. Ahora mismo.

Capítulo 8

«Ahora mismo…».

Las palabras de Lacey reverberaron en la cabeza de Evan, y acabaron con la última pizca de control que tenía. Desesperado por saborearla de nuevo, acercó la boca y la besó. Ella separó los labios y él suspiró aliviado. Por fin… Lacey estaba entre sus brazos otra vez.

Claramente, lo que les había ocurrido el sábado por la noche no había sido casualidad. Lacey también estaba impaciente por acariciarlo, ya que le sacó la camiseta de los vaqueros y le pasó las manos por la espalda. Una ola de placer lo invadió por dentro, pero no era suficiente. Necesitaba sentirla piel contra piel.

– Sujétate -dijo Evan.

Ella lo abrazó y él la levantó sujetándola por el trasero.