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Y eso había hecho.

Y, desde entonces, sentía un gran vacío en el pecho, a la altura del corazón.

Durante la semana había pensado en llamarla montones de veces, pero se había contenido. Quería hablar con ella, pero había decidido que lo mejor era hacerlo en persona. El hecho de que ella no lo hubiera llamado no era buena señal, pero eso no podía detenerlo. Su intención era ir a Constant Cravings al día siguiente y hablar con ella.

Cansado, aparcó el coche y entró en su casa. Dejó la maleta y el ordenador portátil y se dirigió a la cocina para sacar una cerveza. Acababa de sentarse en el salón, cuando sonó el teléfono. Miró la pantalla del aparato con la esperanza de que fuera Lacey. Pero no, era Paul.

– ¿Qué tal? -contestó Evan.

– ¿Qué ha pasado con Constant Cravings?

Evan agarró el teléfono con fuerza. No había hablado con Paul en toda la semana. No quería hablar sobre Lacey y sabía que su amigo le preguntaría por ella.

– ¿De qué estás hablando?

– De que ha cerrado, como si no lo supieras. Me voy un par de días de la ciudad y cuando regreso, descubro que mi tienda de café favorita ha cerrado. Maldita sea, soy adicto a esas galletas. ¿Adonde se ha ido Lacey? ¿Y por qué no me has contado nada?

Evan se puso tenso.

– ¿Qué quieres decir con que ha cerrado?

– ¿No lo sabías?

– No. Cuéntame.

– He pasado por la oficina para recoger unos papeles al salir del aeropuerto. Puesto que Constant Cravings suele abrir hasta tarde el viernes por la noche, decidí pasar a tomarme un café. Cuando llegué allí, el local estaba oscuro. No había maniquíes en el escaparate. Nada. Sólo una nota en la puerta diciendo que la tienda quedaba permanentemente cerrada en ese local.

Evan cerró los ojos y suspiró.

– Maldita sea.

– ¿Cómo puede ser que no sepas nada? ¿Qué diablos está pasando?

– Nos hemos separado -le contó a Paul lo que había sucedido el viernes por la noche.

– Así que ¿ella no tenía que irse hasta dentro de tres meses y ha cerrado la tienda en menos de una semana? ¡Guau! Esa mujer debe de estar muy enfadada.

Sí. Y desde luego no estaría dispuesta a ver a Evan.

– ¿Y qué piensas hacer al respecto? -preguntó Paul.

– ¿Hacer? Ha dejado muy claro que ha terminado conmigo.

– ¿Y tú con ella?

«No», pensó él. Y al darse cuenta de lo que sentía, se puso en pie. No había terminado con ella. Y nunca lo haría.

– Desde luego que no.

Paul se rió al otro lado del teléfono.

– Chico, has estado en silencio tanto tiempo que empezaba a preocuparme. Sabes que ella es lo mejor que te ha sucedido nunca, y no es algo que te diga a la ligera.

– Lo sé.

– Entonces, ¿qué vas a hacer?

– Te lo contaré en cuanto lo decida.

Tres semanas después de la última vez que había hablado con Evan, Lacey estaba en su apartamento, viendo la televisión con desgana. Había pasado los últimos días desmontando la tienda y buscando otro local para alquilar. Por desgracia, casi ninguno de los que había visto le había gustado. Y los que sí le habían gustado tenían un precio muy elevado. «Maldita sea. Fairfax era el lugar perfecto. Si sólo…».

Interrumpió su pensamiento, tal y como hacía varias veces al día. No tenía sentido recrearse en lo que podía haber sido.

Y tampoco tenía sentido recrearse pensando en Evan. Pero por mucho que se lo repitiera, no conseguía dejar de hacerlo. El estaba presente en cada rincón de su mente. Incluso después de tres semanas, seguía doliéndole el corazón. ¿Cuánto tiempo se tardaba en olvidar a una persona? No lo sabía, pero tenía la sensación de que no podría olvidarlo jamás. Y de que su corazón nunca se recuperaría.

Ese día había encontrado un local que no estaba del todo mal. Lacey no podía permitirse mantener el negocio cerrado durante varios meses, porque consumiría todo lo que tenía ahorrado. Al día siguiente, continuaría buscando con la esperanza de encontrar algo mejor. Si no, tendría que conformarse con lo que ya había visto.

Entretanto, continuaría viendo la televisión y comiendo galletas. Quizá así consiguiera olvidar a Evan. Su imagen era tan vivida que era como si pudiera tocarlo y besarlo. Y la idea hacía que no pudiera contener las lágrimas

Llamaron al timbre y se levantó para recoger la comida china que había encargado por teléfono. Se miró y suspiró. Confiaba en que el chico del reparto no se asustara al verla. Iba vestida con el albornoz negro de corazones de color rosa que le había prestado a Evan del escaparate. Probablemente, lo mejor sería que quemara la prenda. Y desde luego, que no volviera a ponérsela nunca más, pero no podía evitarlo.

Sacó dinero de la cartera y abrió la puerta. Al ver a Evan, se quedó paralizada. Pestañeó un par de veces para asegurarse de que la imagen no era un producto de su imaginación.

Él iba vestido con uno de sus trajes de chaqueta y corbata. Tenía un aspecto… perfecto. Y llevaba una peonía en la mano.

– Hola -dijo él.

Lacey sintió que se le paraba el corazón. Abrió la boca para contestar, pero se fijó en la bolsa que él llevaba en la otra mano. Era una bolsa del restaurante chino donde encargaba la comida para llevar.

– N-no eres el chico del restaurante chino.

– Cierto. Ha llegado al mismo tiempo que yo. Me ofrecí a subirte la comida -le entregó la bolsa-. Aquí tienes.

– Ah, gracias.

– ¿Te pillo en mal momento? -le preguntó Evan, mirándola de arriba abajo.

– ¿En mal momento para qué?

– Confiaba en que pudiéramos hablar. Lacey arqueó las cejas.

– Creía que habíamos dicho todo lo que teníamos que decir.

– Se me han ocurrido un par de cosas -miró hacia el interior del apartamento y preguntó-: ¿Estás con alguien?

– Estoy sola.

– Yo también -le entregó la flor y dijo-: Espero que sigan siendo tus favoritas.

Lacey sintió un nudo en la garganta y, como no podía pronunciar palabra, asintió. Al agarrar la flor, rozó los dedos de Evan y sintió una ola de calor.

– Entra -le dijo, tras aclararse la garganta. Él la siguió hasta la cocina y permaneció en silencio mientras Lacey, de espaldas a él, dejaba la comida sobre la encimera y metía la flor en agua. Cuando terminó, se volvió para mirarlo y se apoyó en la encimera.

– ¿Cómo has estado, Lacey?

«Horrible. Muy mal. Y todo por tu culpa», pensó ella.

– Bien. ¿Y tú?

– Horrible. Muy mal.

Ella pestañeó. ¿Desde cuando podía leer el pensamiento?

– Imagino que estás buscando un nuevo local para Constant Cravings -dijo él.

– Sí.

– ¿Has encontrado algo?

– Tengo una posibilidad. ¿Has alquilado mi local de Fairfax?

– Sí, ya está alquilado. El sobrino de Greg Mathers va a montar una franquicia de Java Heaven.

– Ya. Seguro que no es coincidencia -dijo ella, enfadada.

– No lo es.

– En ese caso, me alegro mucho de no estar allí.

– Ya somos dos.

– Sí, me dejaste muy claro que te alegrabas de que no estuviera allí más tiempo. ¿Es todo lo que tenías que decir? Se me está enfriando la cena.

El negó con la cabeza.

– Cuando he dicho lo de «ya somos dos», me refería a que me alegro de no trabajar allí.

– ¿Qué quieres decir?

– Que he dimitido. Avisé de que me iba el lunes después de regresar de San Francisco, con quince días de antelación. Desde hace una hora, ya no trabajo para GreenSpace Property Management y ya no soy el gerente de Fairfax.