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Y no le extrañaba. Lacey y él tenía personalidades completamente diferentes. Si Constant Cravings no hubiera sido una de las tiendas que más ingresos generaba en el complejo del edificio Fairfax, Evan habría cancelado su contrato de arrendamiento meses atrás. Ella siempre lo ponía a prueba tratando de ver hasta dónde podía llegar. ¿Por qué no podía seguir las reglas como el resto de los arrendatarios?

Sin duda era una de esas personas que creían que las reglas estaban hechas para saltárselas, y no comprendía que Fairfax trataba de dar un tipo de imagen que no encajaba con el sugerente diseño de su escaparate. No, ella siempre se burlaba de él cuando se lo recordaba. Insistía en que el diseño de su escaparate hacía que las ventas de sus productos aumentaran, y que era evidente que el sexo vendía.

Evan no podía discutir acerca de su éxito, pero mantenía que las reglas se habían hecho para algo. Por desgracia, en el contrato de arrendamiento de la tienda, la cláusula que hablaba sobre la decoración del establecimiento era bastante genérica como para poder tomar algún tipo de medida. Hasta el momento, nadie se había quejado, pero él sospechaba que sería cuestión de tiempo, sobre todo porque ella continuaba explotando el tema de la sensualidad cada vez que cambiaba el escaparate.

En ese momento, ella se volvió y sus miradas se encontraron. Él se quedó paralizado. Aunque no podía ver el color de sus ojos en la distancia, le recordaban al color del caramelo. Un iris con manchitas doradas y rodeado por un anillo negro que se parecía al chocolate derretido. Cada vez que él la miraba a los ojos, sentía un inexplicable deseo de comer algo dulce.

Evan trató de mirar hacia otro lado pero, como siempre, parecía que sus ojos se negaran a obedecer a su cerebro. En lugar de apartar la mirada, la miró de arriba abajo. Su ropa no tenía nada de provocativa, pero él no pudo evitar apretar los dientes. Cada vez que la veía, imaginaba sus labios moviéndose para formar la frase: «¿Le apetecería probar Un Lento Viaje Hasta El Placer?». Se movió para aliviar la tensión que notaba en la entrepierna y frunció el ceño con irritación. ¿Cómo podía ser que su cuerpo reaccionara de esa manera ante una mujer que ni siquiera conocía?

Ella inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa a modo de saludo, pero antes de que él pudiera responder, alzó la barbilla con un gesto de decisión y se volvió para dirigirse hacia la mesa de la adivina. Él trató de apartar la vista de ella, pero no lo consiguió y permaneció observando su manera de caminar. Quizá fuera una quebrantadura de reglas, pero no podía negar que su forma de andar era sensual y que incitaba al pecado.

Tras aclararse la garganta, Evan consiguió mirar a otro lado y posó la vista sobre el escaparate de su tienda. Al ver la provocativa decoración, apretó los dientes. Una pareja de maniquíes aparecía en una cocina. La puerta del horno estaba abierta y el maniquí femenino, que lucía un vestido corto de color rojo, sujetaba una bandeja de galletas. En la otra mano, sostenía una galleta con cobertura de color rosa y forma de corazón. Tenía los labios pintados y semiabiertos, los ojos entornados, y le estaba ofreciendo la galleta al maniquí masculino que estaba detrás de ella.

El maniquí masculino iba vestido con un batín de raso negro y unos boxers a juego con corazones de color rosa. Tenía las manos apoyadas en las caderas del maniquí femenino y la cabeza apoyada en el hombro de ella. En la ventana, se podía leer: Pruébame… Y después trata de marcharte.

La imagen de Lacey, ataviada con ese vestido rojo tan sexy y ofreciéndole una galleta, invadió su cabeza, provocándole que una intensa sensación de calor recorriera su cuerpo.

– ¿Estás pensando en visitar a la adivina, Evan?

Evan pestañeó para borrar la imagen de su cabeza y se volvió para encontrarse con Paul West, un abogado que había sido su mejor amigo desde la universidad y que la semana anterior había trasladado su oficina al edificio Fairfax.

– ¿Cómo?

– La adivina. Por el número de personas que he visto pasar por su mesa, diría que es el éxito de la fiesta. ¿Vas a ir a que te lea las cartas?

– ¿Yo? -preguntó Evan, arqueando las cejas-. No lo dirás en serio…

– Sí, hablaba en serio. Que es lo que tú haces siempre. Deberías relajarte un poco. Esto es una fiesta, ¿recuerdas?

– Por supuesto que lo recuerdo -¿cómo podía haberlo olvidado? La fiesta había sido su idea, y la empresa para la que trabajaba, GreenSpace Property Management, era quien corría con los gastos. Sin duda, era un dinero bien invertido, puesto que la fiesta estaba siendo un éxito. Entre la variedad de tiendas y cafés, todo el mundo encontraba su sitio. Y Evan se sentía orgulloso de que todos los locales estuvieran alquilados. Su objetivo era conseguir que las oficinas, que estaban alquiladas en un ochenta por cien, llegaran a alquilarse en un cien por cien para final de año.

Paul le dio un golpecito en las costillas y miró hacia el otro lado del jardín:

– Parece que a Lacey Perkins le están leyendo el futuro.

Evan miró hacia donde estaba la adivina y vio que Lacey estaba sentada de espaldas a ellos.

– ¿La conoces? -preguntó con tono de sorpresa.

– Claro que sí. ¿Crees que no voy a conocer a la propietaria del café que está más cerca de mi oficina? La conocí la semana pasada, en mi primer día aquí. Me preparó el mejor café que he tomado nunca. Es muy simpática.

– ¿Simpática? -Evan negó con la cabeza-. Ésa no es la palabra que yo emplearía para describirla.

– Hmm. Quizá tengas razón. Es mejor algo como «extremadamente caliente».

Evan miró a su amigo y vio que tenía toda la atención centrada en Lacey. De pronto, algo parecido a un sentimiento de celos lo invadió por dentro.

– ¿Caliente? ¿Tú crees?

– ¿Bromeas? -Paul lo miró con incredulidad-. Eres el gerente de este sitio. ¿No te has fijado en ella?

– Por supuesto.

– ¿Y no te parece que esa mujer podría conseguir que el océano Pacífico se pusiera en llamas?

La pregunta pilló a Evan desprevenido.

– Cualquier atractivo que tenga se contrarresta con el hecho de que ella, sus insinuantes escaparates y sus productos me suponen un quebradero de cabeza.

– Sí, pues esos productos de los que hablas son deliciosos. Ayer probé un pastel que se llamaba Labios de Azúcar y… ¡Guau! Las cosas que esa mujer puede hacer en la cocina podrían hacer llorar a un hombre -sonrió-. Espero que la galleta de la semana próxima se llame algo así como Sexo Salvaje En El Asiento Trasero. Me encantaría disfrutar de algo así… con ella.

Evan notó un nudo en el estómago y apretó los dientes. Paul lo miró, levantó las manos y dijo:

– Lo siento. No me había dado cuenta de que estaba pisando en tu terreno.

– ¿De qué estás hablando?

– De cómo me has fulminado con la mirada. No me habías mencionado que sintieras algo por ella.

– Por supuesto que no, porque no es cierto -dijo Evan.

– Aja. Entonces, ¿por qué no has sido capaz de dejar de mirarla? No te lo echo en cara… Lacey merece que la miren.

– Si la estaba mirando era sólo porque trataba de averiguar qué va a hacer después. Siempre se salta las normas.

– Ah. Entonces, te reta.

– No, me molesta.

– No es el tipo de mujer que suele gustarte.

Evan negó con la cabeza y miró hacia el cielo.

– No me gusta. De hecho, me gustaría que se marchara de Fairfax cuando se le termine el alquiler. Sin embargo, está hablando de ampliar la tienda. Quiere que la avise si alguno de los locales que tiene a los lados se pone en alquiler.