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– Evan.

– Lacey -la saludó.

Ella miró a Paul otra vez y preguntó:

– ¿Se conocen?

– Somos muy buenos amigos desde la universidad -dijo Evan.

Ella arqueó las cejas.

– ¿Ustedes?

– Parece que te sorprenda el hecho de que tenga un amigo.

– Supongo que sí, al menos que sea una amigo agradable.

– Yo soy muy agradable con la gente que no acaba con mi paciencia constantemente.

– Quizá seas una persona impaciente. Quizá deberías pasarte al descafeinado. A lo mejor te ayuda a relajarte.

– De hecho, me considero un hombre muy paciente, teniendo en cuenta todo lo que he tenido que aguantar últimamente -contestó él, mirándola fijamente.

– ¿Paciente? Ésa no es la palabra que yo asociaría con un hombre que se opone a la estética juguetona de mis escaparates.

– Evidentemente, no tenemos el mismo concepto de lo que es una estética juguetona. Aproximarse a la desnudez es algo que va más allá de lo que considero apropiado para Fairfax.

Ella se sonrojó.

– Mis maniquíes están completamente vestidos.

– Sí, de una manera que es tan evidente como una bofetada.

– Una bofetada… -sonrió ella-. ¿Eso es una invitación?

– No sabía que tuvieras tendencias violentas.

– Sólo con la gente que me pone nerviosa.

– Hablando de ponerse nervioso… -indicó la tienda con el pulgar-. Ese escaparate es…

– ¿Provocativo? ¿Interesante?

– Estaba pensando en algo más como: excesivo.

– Gracias. Acepto el cumplido.

– No ha sido un cumplido.

– El hecho de que te hayas fijado en el escaparate es un cumplido en sí mismo.

– Evidentemente, la última conversación que tuvimos acerca de moderar el contenido de los escaparates cayó en oídos sordos.

– No, te oí.

– Ah. Entonces es que no sabes la diferencia entre oír y escuchar.

– Sé la diferencia. Pero también sé el significado de «ignorar».

– Evidentemente.

– El problema está en que tú no sabes lo que significa la palabra «juguetona». Sospecho que no lo sabrías aunque saltara y te mordiera el trasero.

– Sin duda porque no me conoces.

– ¿No? Es extraño. Tengo la sensación de que te conozco muy bien.

Ella no añadió la palabra «desgraciadamente», pero era evidente que lo había pensado.

– Yo también tengo esa sensación -murmuró él-. Qué afortunados somos.

– Yo no elegiría esa palabra, pero está claro que nunca estamos de acuerdo. -Creo que la próxima vez que lo estemos será la primera.

– Al menos, en eso estamos de acuerdo. Y puesto que hablamos en tono conciliador… -indicó hacia la multitud con la barbilla-. La fiesta está siendo un éxito. Quien la haya organizado ha hecho un gran trabajo.

– Gracias.

Ella arqueó las cejas.

– ¿Tú has organizado todo esto?

– Pareces sorprendida.

– Lo estoy. No me parecías un hombre de los que organizan fiestas.

El estuvo tentado a preguntarle qué clase de hombre creía que era, pero decidió que no quería saberlo, sobre todo porque dudaba de que la respuesta fuera a ser un cumplido.

Con una sonrisa, contestó:

– Gestionar propiedades no es lo único que se me da bien.

– Lo sé. También eres muy bueno incordiando a los inquilinos. Y al parecer, conoces el nombre de un buen organizador de fiestas.

– Parte de ser un buen gerente consiste en tener capacidad de delegar.

– Aja. Así que ¿pasarás a tomar un café? Tenemos una galleta especial para San Valentín que a lo mejor te gusta. Tiene forma de labios -le dedicó una sonrisa-. Yo la llamo Muérdeme.

Paul se aclaró la garganta como para ahogar su risa y Evan se volvió hacia su amigo. Maldita sea, se había obligado por completo de la presencia de Paul. Y de la de Madame Karma.

– Gracias, pero delegaré la parte del café en Paul -Evan se volvió hacia la adivina y se fijó en que lo miraba con interés. Extendió la mano y dijo-: Madame Karma, soy…

– Evan Sawyer -dijo la mujer en voz baja.

Antes de que él pudiera recuperarse de la sorpresa de que supiera su nombre, ella le agarró la mano y lo miró fijamente.

– Tu aura… -murmuró, apretándole la mano entre las suyas-es excepcionalmente brillante. Y fuerte. ¿Me permites que te lea el futuro?

– Por eso he venido -dijo Evan, ignorando la mirada que le estaba echando Paul.

Madame Karma miró a Lacey, y después a él otra vez.

– Estupendo. Comencemos -le soltó la mano y gesticuló mirando a Lacey-. Aléjate, cariño. El señor Sawyer y yo tenemos mucho de qué hablar.

A Evan no se le ocurría nada que pudiera decirle a Madame Karma, pero puesto que parecía que no tenía alternativa, decidió que lo mejor era que le leyera el futuro cuanto antes. Él escucharía y asentiría; después le daría las gracias y se marcharía. ¿Tan malo podía ser?

Capítulo 3

Era casi medianoche cuando Lacey cerró la puerta de Constant Cravings y cruzó el jardín, para dirigirse al aparcamiento de varias plantas que había en el edificio. El olor a lluvia todavía permanecía en el ambiente a causa de la repentina tormenta que había caído. Por suerte, cuando empezó a llover la fiesta estaba tocando a su fin. De hecho, la tormenta había ayudado a que aumentaran sus ventas, ya que muchos de los asistentes habían acudido a refugiarse en Constant Cravings.

A pesar de que le dolían los pies y la espalda después de un largo día de trabajo, Lacey no podía evitar sentirse entusiasmada. Ese día había batido el récord en ventas y había conseguido tres encargos importantes.

A las nueve de la noche, después de poner el cartel de «cerrado» en la puerta, había empezado a hornear las galletas para el día siguiente y a terminar el papeleo que tenía pendiente. Quizá no fuera la manera más romántica de pasar la noche de San Valentín, pero sabía que le daría menos problemas que los hombres.

Al entrar en la planta baja del aparcamiento, se dirigió al ascensor y apretó el botón para subir. Después, se apoyó contra la pared. Oyó que arrancaban el motor de un coche y, momentos más tarde, vio que un monovolumen de color crema se dirigía hacia la salida. Cuando el coche pasó junto a ella, se percató de que el conductor era Evan Sawyer.

– Buen viaje -murmuró ella cuando él dobló la esquina.

Era evidente que también había estado trabajando hasta medianoche del sábado, y en el día de San Valentín. No le extrañaba que un hombre como él no tuviera una cita en la noche más romántica del año. «Tú tampoco tienes ninguna cita para la noche más romántica del año», le recordó una vocecita.

De acuerdo, pero podría haber tenido una cita si hubiera querido. Bárbara le había propuesto organizarle una cita con un ejecutivo de su oficina, pero ella había rechazado la oferta de su mejor amiga. No estaba dispuesta a pasar otra vez por la experiencia de una primera cita, y menos con un ejecutivo cuya prioridad sería el trabajo, como la de casi todos los ejecutivos que había conocido otras veces. Hacía mucho tiempo que no salía con nadie, pero era cierto que no había conocido a nadie lo bastante interesante.

¿Y qué diablos le pasaba al ascensor? Apretó el botón otra vez y, tras esperar dos minutos, decidió que no funcionaba.

– Estupendo -murmuró. Se recolocó el bolso en el hombro, abrió la puerta de la escalera y comenzó a subir los escalones hasta la sexta planta.

Cuando se sentó al volante, tenía frío, se sentía agotada y estaba impaciente por llegar a casa. Introdujo la llave en el contacto y giró la muñeca. Pero no oyó nada.

Lo intentó de nuevo. Silencio. Ni siquiera un pequeño ruido procedente del motor.