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– ¿Qué demonios pasa? -preguntó.

– El rey Taranis está utilizando su magia contra todos nosotros.

– Pensé que el metal nos protegería -dijo Shelby.

– Él es el rey de la Corte de la Luz -dijo Veducci-. Ni siquiera las cosas que llevo son protección suficiente. No creo que algún material de oficina vaya a neutralizarlo hoy. -Puso una mano sobre cada uno de los hombros de la mujer y comenzó a separarla del espejo. Llamó por encima de su hombro- Cortez, concéntrese, y ayúdeme con su asistente -dijo gritando, y los gritos parecieron sobresaltar a Cortez. Comenzó a avanzar, todavía pareciendo asustado, pero se movió e hizo lo que Veducci le pedía.

Entre los dos retiraron a Nelson del espejo. Ella no luchó contra ellos, pero mantuvo su rostro vuelto hacia la figura de Taranis cuando él se sentó por encima de todos nosotros. Era interesante. Yo no había comprendido antes que algo relativo a la perspectiva del espejo, lo situaba ligeramente por encima de nosotros. Por supuesto, Taranis estaba en su trono, en la Sala del Trono. Él estaba sobre una tarima. Nos miraba desde arriba, literalmente. El hecho de que me hubiera dado cuenta de eso justo ahora, me decía claramente que sin importar el hechizo que él había lanzado hacia mí, éste tenía algún efecto. Al menos, no estaba notando lo obvio.

– Está quebrantando la ley humana -dijo Doyle-, usando la magia contra ellos.

– No le hablaré a los monstruos de la guardia de la reina.

– Entonces habla conmigo, Tío -dije-. Estás infringiendo la ley con la magia que estás lanzando. Debes detenerte, o esta entrevista se termina ahora.

– Puedo hacer el juramento que elijas -dijo Taranis-, para demostrarte que no uso deliberadamente la magia con nadie que sea totalmente humano en esta sala.

Era un bonito trozo de mentira, pero tan cerca de la verdad que no era una mentira total. Me reí. Frost y Abe se movieron, como si el sonido no hubiera sido lo que habían esperado.

– ¿Oh, Tío, también prestarás cualquier juramento de mi elección diciendo que no intentas a hechizarme a ?

Él alardeaba ante mí de cada rasgo de ese hermoso y viril rostro, pero para mi gusto, la barba lo arruinaba. Yo no era admiradora del vello facial, pero podía ser porque crecí en la corte de Andais. Por alguna razón, el deseo de la reina de que sus hombres no tuvieran barba se había vuelto realidad. La mayor parte de ellos no podrían haberse dejado crecer una buena barba aunque hubiesen querido. A veces los deseos de la reina se volvían realidad en el mundo de las hadas y yo había visto la verdad de ese viejo refrán en el sithen. Debía cuidar las palabras que decía en voz alta en el sithen, porque cuando mis propios pensamientos se hicieron realidad, había sido aterrador. Me alegré de estar fuera del mundo de las hadas y de regreso a una realidad más sólida, donde podía pensar lo que quisiera y no tenía que preocuparme de si eso se volvía realidad.

Me concentré en mis propios pensamientos mientras Taranis empujaba hacia mí con su rostro, sus ojos, el color fantástico de su cabello. Él empujaba el hechizo que había conjurado sobre mí. Parecía un peso en el aire, una sustancia espesa en mi lengua, como si el mismo aire tratara de convertirse en lo que él deseaba. Él estaba en el mundo de las hadas, y quizás allí, en su corte, eso habría funcionado exactamente así. Independientemente de lo que él quisiera de mí, yo podría haberme visto obligada a dárselo. Pero yo estaba en Los Ángeles, no en el mundo de las hadas, y estaba muy contenta de estar aquí. Feliz de estar rodeada de acero fabricado por el hombre, hormigón, y cristal. Había hadas que habrían enfermado simplemente al dar un paso en este edificio. Mi sangre humana me permitía no resultar afectada. Mis hombres eran sidhe, y estaban hechos de pasta más dura.

– Meredith, Meredith, ven a mí. -Él realmente me ofrecía su mano, como si pudiera traspasar el espejo y llevarme. Algunos sidhe podrían hacer exactamente eso. No creí que Taranis fuera uno de ellos.

Doyle se puso de pie, manteniendo una mano sobre mí, pero con los pies separados, con la otra mano libre en su costado. Yo conocía esa postura. Él se dejaba espacio para sacar su arma. Tendría que ser una pistola porque yo sujetaba la mano que él habría necesitado para usar la espada que llevaba en su costado.

Frost se movió un poco más lejos del respaldo de mi silla, su mano aún reposaba relajada sobre mi hombro. No tuve que mirarlo para saber que él llevaba a cabo su propia versión de los preparativos de Doyle.

Galen se levantó, rompiendo su contacto conmigo. Taranis de repente quedó perfilado por una luz dorada. Sus ojos brillaron con todo el calor de los brotes verdes en pleno crecimiento. Comencé a levantarme de la silla. Rhys me empujó con su mano de forma que no pudiera moverme.

Doyle dijo…

– Galen.

Galen volvió a caer sobre una rodilla, y así poder tocar mi pierna. El roce fue suficiente. El brillo se difuminó, y la compulsión para levantarme se aligeró.

– Esto es un problema -dije.

Abe se apoyó contra mi otro brazo, haciendo que su largo pelo a mechas se extendiera alrededor de la silla. Se rió, con ese sonido masculino, tan cálido.

– Merry, Merry, necesitas más hombres. Parece ser un tema recurrente contigo.

Sonreí, porque él tenía mucha razón.

– Nunca llegarían a tiempo -dijo Frost.

Llamé…

– Biggs, Veducci, Shelby, Cortez, todos ustedes.

Cortez tuvo que quedarse con Nelson para mantenerla en su silla e intentar que no se acercara al espejo, pero el resto vino hacia mí.

– Meredith -dijo Taranis-, ¿qué haces?

– Conseguir ayuda -le contesté.

Doyle hizo señas a los hombres para que se colocaran entre nosotros y el espejo. Formaron una pared de trajes y cuerpos. Eso ayudó. ¿Cuál, en nombre de Danu, era este hechizo? Yo sabía que era mejor no invocar el nombre de la Diosa, realmente lo sabía. Pero había pasado toda una vida usándolo como una frase hecha, igual como un humano diría… “En el nombre de Dios”. Nadie espera realmente que Dios conteste, ¿verdad?

La sala olió a rosas salvajes. Un viento refrescó el cuarto como si alguien hubiera abierto una ventana, aunque yo sabía que nadie lo había hecho.

– Merry, tranquila… -dijo Rhys, en voz baja.

Yo sabía lo que él quería decir. Habíamos logrado ocultar a Taranis algunos secretos justamente acerca de lo viva que se mostraba la Diosa conmigo. En el mundo de las hadas éste era el principio de la manifestación plena. Si la Diosa, incluso una sombra de ella, aparecía en este cuarto, Taranis lo sabría. Sabría que tenía que temerme. No estábamos listos para esto, todavía no.

Recé silenciosamente… “Diosa, por favor, guarda tu poder para más tarde. No le entregues nuestro secreto a este hombre”.

El olor de flores se volvió más fuerte durante un momento, pero el viento comenzó a extinguirse. Entonces el aroma comenzó a diluirse como el perfume caro cuando el que lo lleva abandona el cuarto. Sentí que la tensión de los hombres que me rodeaban disminuía. Los humanos simplemente parecían estupefactos.

– Su perfume es asombroso, Princesa -dijo Biggs-. ¿Cuál es?

– Hablaremos sobre cosméticos más tarde, Sr. Biggs -le contesté.

Él pareció avergonzado.

– Por supuesto. Lo siento. Hay algo en su gente que hace que un pobre abogado se olvide de sí mismo. -Sus palabras podrían ser terriblemente verdaderas. Yo esperaba que nadie en este cuarto descubriera cuán verdaderas podrían ser.

– Rey de la Corte de la Luz, me insultas, a mí y a mi corte, y a través de mí, a mi reina -le dije.

– Meredith. -Su voz resonó a través de la sala y recorrió mi piel, como si tuviera dedos.

Nelson gimió.

– ¡Detente! -Grité, y resonó un eco de poder en mi voz-. Si no dejas de intentar hechizarme, dejaré en blanco el espejo, y no habrá más conversaciones.