Las distantes puertas se abrieron, y entró más personal de urgencias. La policía estaba aquí. No tenía ni la menor idea del porqué habían tardado tanto. Pero quizás mi percepción del tiempo había sido afectada. El shock puede hacer eso. Ni siquiera me serviría mirar un reloj porque no había mirado la hora antes. Por lo que yo sabía, habían pasado sólo unos minutos. Me habían parecido muy largos.
– ¿Cómo debemos tratar este incidente, Sir Hugh? -Pregunté.
– No hay modo alguno de silenciarlo -contestó él-. Demasiada gente lo sabe. Y más lo averiguarán cuando tus hombres lleguen al hospital. Éste será el mayor escándalo que la Corte Luminosa ha tenido que soportar en este país.
– Su rey negará haberlo hecho -dije-. Él intentará culparnos de alguna manera.
– Él no ha intentado su mejor versión humana de la verdad desde que ayudaste a liberar la magia salvaje, princesa Meredith.
– ¿Qué quiere decir eso exactamente, Sir Hugh? -Pregunté.
– Es lo más que me atrevo a expresar de mi opinión sobre mi rey. Quiere decir que cuando liberaste la magia salvaje, ésta despertó algunas… -él pareció buscar una palabra-… ciertas cosas. Cosas que no se toman bien a los perjuros, u otras cosas. -Frunció el ceño como si ni siquiera él fuera feliz con lo que acababa de decir.
– Los perjuros y los mentirosos temen a la jauría salvaje -dijo Frost.
– Yo no he dicho eso -dijo Hugh.
– No he oído este tira y afloja verbal de un noble Luminoso desde hace mucho tiempo -dijo Rhys.
Hugh se rió de él.
– Hace mucho tiempo que no has estado en la Corte.
– ¿Sabías lo que estaba haciendo Taranis? -Pregunté.
– Teníamos sospechas de que el rey no era él mismo.
– Tan cortés -dije-. Tan suave.
– Pero exacto -dijo Hugh.
– ¿Qué ha pasado para que seas tan cauteloso, Señor del Fuego? -preguntó Rhys.
– Pienso que ésta es una conversación para una audiencia más privada, Caballero Blanco.
– No puedo discutir eso -dijo Rhys.
Yo comenzaba a tener la sensación de que Rhys y Hugh se conocían el uno al otro mejor de lo que yo había creído.
– ¿Qué hacemos sobre lo que ha pasado aquí y ahora? -Pregunté.
– Soy sólo un humilde señor sidhe -dijo Hugh-. No hay sangre de la línea real corriendo por mis venas.
– ¿Y qué quieres decir con eso? -Pregunté.
– Quiero decir que los humanos no son los únicos que tienen leyes. -Hugh me miró fijamente con sus ojos negros y naranjas. Parecía tratar de decirme algo sin decirlo en voz alta.
– Un Luminoso nunca optaría por eso.
– ¿Optar por qué?-Pregunté, mirando de uno al otro.
– El rey perdió la paciencia con una de las sirvientas -dijo Hugh-. Un enorme perro verde apareció entre él y el objeto de su cólera.
– Un Cu Sith -dije.
– Sí, un Cu Sith, después de todos estos largos años, el perro verde de las hadas está entre nosotros de nuevo, y protege a aquellos que necesitan protección. Él no permitiría que el rey golpeara a una sirvienta. Ella parecía más aterrorizada al pensar que él la culparía por el perro, pero el rey perdió su cólera ante el gran perro.
Recordé al perro de la noche de la jauría salvaje. La noche cuando la magia salvaje había estado en todas partes. Los enormes perros negros habían aparecido, y cuando algunos los tocaron, se transformaron en otros perros. Perros de leyenda, y un Cu Sith había salido corriendo en la noche hacia la Corte de la Luz.
– Yo estaría interesada en ver a quién pertenece la mano de aquél a quien el Cu Sith llamaría señor, o señora -dije.
– Si invocamos esta ley -dijo Rhys-, significará la guerra civil en tu propia corte, Hugh.
– Quizás éste es el momento adecuado para una pequeña resistencia pasiva -dijo Hugh.
– ¿Qué ley? -Pregunté.
Rhys se giró hacia mí.
– Si el monarca es incapaz de gobernar, la nobleza de la Corte puede declararlo, a él o a ella, incompetente. Pueden obligarle a renunciar. Andais abolió la regla en su corte, pero Taranis nunca se molestó. Confiaba demasiado en que su corte lo amaba.
– Entonces, ¿qué me estás diciendo? -pregunté yo-. ¿Qué Hugh fuerza una votación entre la nobleza y ellos eligen a un nuevo rey? -Esto tenía sus posibilidades, según a quien ellos eligieran.
– No exactamente, Merry -dijo Rhys.
– ¿Ella es siempre tan humilde? -preguntó Hugh.
– A menudo -dijo Rhys.
– ¿Qué? -Pregunté.
Frost dijo…
– La nobleza de la Corte de la Luz nunca la aceptará.
– Tú no sabes lo que ha estado pasando aquí desde que ella desató la magia. Creo que el voto puede estar a su favor.
– El voto… estar a mi favor. -Finalmente me di cuenta-. Oh, no, no puedes decirlo en serio.
– Sí, Princesa Meredith, si estás de acuerdo en aceptar, procuraré convertirte en nuestra reina.
Sólo me lo quedé mirando. Después de intentar concentrar toda mi agudeza, todo mi entrenamiento adquirido en la Corte, y todo lo que pude lograr decir fue…
– ¿Con cuánta seguridad puedes decir que esto funcionará?
– Estoy lo bastante seguro como para hablar de ello.
– Eso significa muy seguro -dijo Rhys.
– No creo que los luminosos me acepten como su reina, Hugh. Pero sé que antes de que tal cosa siga adelante debemos hablar con nuestra reina.
– Habla con Andais si debes hacerlo, pero a pesar de que eres de los Oscuros, has devuelto la vieja magia al exterior de la colina. En su interior, estamos todavía muertos, moribundos, pero nuestros espías nos dicen que tu sithen renace y vive. Incluso el sithen de los sluagh está vivo una vez más. El rey Sholto se jacta de tu magia, Princesa.
– El rey Sholto de los sluagh es un hombre amable.
Hugh se rió, un sonido abrupto, sorprendido.
– Amable. ¿El rey de los sluagh? La pesadilla de todas las hadas, y tú lo llamas amable.
– Yo lo encuentro así -dije.
Hugh asintió.
– Bondad. Esa no es una emoción que hayamos tenido en esta Corte durante años. A mí por mi parte me gustaría ver más de ella.
– Lo entiendo -dijo Rhys.
Hugh miró hacia un lado del espejo, donde no podíamos ver.
– Debo irme. Habla con tu reina, pero cuando el resto de la nobleza sepa lo que Taranis le hizo a Lady Caitrin, y que otros nobles le ayudaron, el voto estará en su contra.
– ¿Consiguió Taranis que la dama aceptara acostarse con él, o la hechizó a ella, también? -preguntó Rhys.
– Él usó sus ilusiones para conseguir que tres de nuestros nobles se vieran como tres de vosotros. Pero él los hizo monstruosos, con bultos y espinas y…-Hugh tembló-… Su cuerpo estaba completamente roto. En estos momentos, y aún contando con nuestros sanadores, ella todavía está confinada en su cama-. Él me miró-. Si necesitas a nuestros sanadores para tus hombres, sólo pídelos y serán tuyos.
– Los pediremos si los necesitamos -le dije, y luché contra el impulso de darle las gracias porque Hugh era lo bastante viejo como para ofenderse por ello.
– ¿Qué esperaba ganar el rey con tanta maldad? -preguntó Frost.
– No estamos seguros -dijo Hugh-, pero podemos demostrar que él lo hizo, y mintió sobre ello, y que los nobles implicados mintieron también. Ha sido un abuso de la magia que no tiene casi ningún precedente entre nosotros.
– ¿Y puedes demostrarlo? -preguntó Rhys.
– Podemos-. Él apartó la vista hacia un lado otra vez. Volvió a enfrentarse a nosotros, pero había una mirada de preocupación en su cara-. Debo irme. Habla con tu reina. Prepárate. -Gesticuló, y de repente nos encontramos mirando nuestros propios reflejos.
– Esto huele a intriga de la corte -dijo Frost.
Miré a Rhys y mi propio reflejo asintió solemnemente en el espejo. Ninguno de nosotros pareció muy feliz.