Veducci apareció detrás de nosotros.
– Le han dado noticias asombrosas, Princesa Meredith. ¿Por qué no parece usted más feliz?
Le contesté a su reflejo en vez de girarme.
– Mi experiencia me dice que por lo general las intrigas de la corte terminan mal. Durante toda mi vida la corte luminosa me ha tratado peor que la corte oscura. No creo que una magia recién adquirida me haga reina de una gente que me desprecia. Si por algún milagro sucede lo que Sir Hugh ha declarado, entonces tendré dos juegos de asesinos con los que tratar en vez de uno. -Tan pronto como lo dije, supe que no debería de haberlo dicho. Mi única excusa era el shock total por el que acababa de pasar.
Rhys habló rápidamente.
– Asumo que los cargos en contra de mis amigos y de mí han sido retirados.
Veducci se dio la vuelta.
– Si lo que Sir Hugh acaba de decir es verdadero, entonces sí, pero hasta que la misma Lady Caitrin retire los cargos, estos no desaparecerán.
– ¿Incluso después de lo que Hugh dijo? -preguntó Frost.
– Como usted indicó, las intrigas de la corte pueden llegar a ser muy feas. La gente miente.
– Los sidhe no mienten -dije.
Veducci me miró fijamente.
– ¿Han habido otras tentativas de asesinato contra su vida además de la que ocurrió en el aeropuerto, donde la dispararon?
– Ella no puede contestar a eso sin hablar con la Reina Andais -dijo Rhys, rodeándome los hombros con su brazo. Frost no dejó mi mano, por lo que quedé de pie presionada por ambos. No podía decir si el gesto de Rhys pretendía confortarme a mí o a él. Éste había sido uno de aquellos días en los que todos necesitábamos un abrazo.
– Usted entiende que eso realmente es una respuesta, ¿no? -preguntó Veducci.
– ¿Y qué clase de abogado es aquél que sabe llevar justo las hierbas apropiadas en su bolsillo para neutralizar tal hechizo? -pregunté en respuesta.
– No sé a lo que se refiere -dijo él con una sonrisa.
– Mentiroso -le susurré, porque oí pasos detrás de nosotros.
Biggs y Shelby estaban allí. La chaqueta del traje de Biggs había desaparecido. La manga de su camisa estaba arremangada, y llevaba una venda en su brazo.
– Pienso que las acciones que ha llevado a cabo hoy el Rey Taranis ponen en serias dudas sus acusaciones contra mis clientes.
– No podemos afirmarlo sin hablar antes con… -Shelby se detuvo, se aclaró la garganta, y lo intentó otra vez-… volveremos-. Se reunió con su ayudante y se fue hacia la puerta.
– La agradable joven que arregló mi brazo dice que tengo irme con ellos al hospital -dijo Biggs-. Mi ayudante les llevará a un cuarto donde podrán descansar y recuperar fuerzas antes de que tengan que marchar.
– Gracias, Sr. Biggs -dije-. Siento que la hospitalidad de las hadas no estuviese a la altura de sus estándares habituales.
Él se rió.
– Esa es la forma más cortés que he oído alguna vez para pedir disculpas por un tan jodido lío -dijo, alzando un poco su brazo herido. -Fue penoso para mí, y para sus hombres, pero si su tío, el rey, hubiera tenido que elegir un momento para que se le “fundieran los cables”, ése no fue un mal momento. Seguramente perjudicó su caso y nos ayudó a nosotros.
– Supongo que es una manera de mirarlo -dije.
Rhys me abrazó, presionando su mejilla contra mi pelo.
– Anímate, dulzura, ganamos.
– No, los Luminosos llegaron al rescate y nos salvaron el culo -dije.
La auxiliar médico vino para tocar el hombro de Biggs.
– Estamos listos para irnos.
Nelson estaba sujeta a una camilla y parecía inconsciente. Cortez estaba a su lado, pareciendo más enojado que preocupado.
– ¿ La Sra. Nelson sufrió quemaduras, también? -Pregunté.
Biggs abrió la boca para contestar, pero el asistente médico lo hizo ir con ellos. Veducci me contestó…
– Ella parece sufrir una reacción adversa al hechizo que el rey le lanzó.
La mirada que él me dirigió reflejaba un conocimiento total. Él conocía la magia. Quizás no fuera un practicante titulado, pero eso no significaba nada. Mucha gente que tenía capacidad psíquica decidía no usarla como profesión.
– Una mirada como ésa solía provocar una pregunta -dijo Rhys.
– ¿Qué pregunta sería esa? -preguntó Veducci.
– ¿Con qué ojo puede usted verme?-dijo Rhys.
Me tensé a su lado, porque yo sabía cómo solía terminar siempre esta historia.
Veducci sonrió abiertamente.
– La respuesta que se supone que se da es ninguno.
– La verdad es que es con ambos ojos -dijo Frost, y su voz era demasiado solemne para ser agradable.
La sonrisa de Veducci pareció desvanecerse algo.
– Ninguno de ustedes trata de esconder lo que es. Todos pueden verles.
– Anímese, Veducci -dijo Rhys-. Los días en que solíamos sacar los ojos a alguien por ver a la pequeña gente han pasado hace mucho. Los sidhe nunca estuvieron de acuerdo con eso. Si alguien podía vernos, el peligro más grande que podía correr procedente de los sidhe era el secuestro. Siempre estuvimos intrigados con la gente que podía ver a los fantasiosos. -La voz de Rhys era ligera y burlona, pero había un rastro de seriedad en ella que hizo que Veducci pareciera cauteloso.
¿Me estaba perdiendo parte de esta conversación? Tal vez. ¿Me preocupaba? Un poco. Pero ya me preocuparía más tarde, después de que fuese al hospital y pudiese ver a Doyle y Abe.
– Usted puede ser todo lo misterioso que quiera más tarde -le dije. -Ahora quiero ir a ver a Doyle y Abe.
Veducci metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me ofreció algo.
– Pensé que usted podría quererlas.
Eran las gafas de sol de Doyle. Un lado estaba derretido, como si alguna mano gigantesca y caliente las hubiese aplastado como cera derretida. Mi estómago pareció hundirse hasta mis pies, y luego regresar hasta mi garganta. Durante un segundo pensé que vomitaría, para luego pensar que podría desmayarme. Yo no había visto la cara de Doyle debajo de las vendas. ¿Cómo sería de grave?
– ¿Necesita sentarse, Princesa? -preguntó Veducci solícitamente. Él realmente se movió para cogerme del brazo como si yo no estuviese de pie ya entre dos fuertes brazos.
Frost se movió de modo que el abogado no pudiera tocarme.
– La tenemos.
Veducci dio un paso atrás.
– Ya lo veo. -Hizo una pequeña reverencia y volvió con los guardias de seguridad que estaban hablando con la policía.
Un oficial uniformado nos esperaba.
– Tengo que hacerles algunas preguntas -nos dijo.
– ¿Puede usted hacerlas de camino al hospital? Tengo que ver a mis hombres.
Él vaciló.
– ¿Necesita usted que la llevemos al hospital, Princesa Meredith?
Eché un vistazo al reloj detrás del escritorio. Habíamos sido traídos aquí por el conductor de Maeve Reed en su limusina. Él había planeado hacer algunos encargos para la Sra. Reed y luego volver para recogernos en aproximadamente tres horas, o al menos llamar para preguntarnos. Sorprendentemente, aún no habían pasado tres horas.
– Un paseo sería encantador. Gracias, oficial -le dije.
CAPÍTULO 8
DOYLE Y ABE TENÍAN UNA HABITACION SÓLO PARA ELLOS EN el hospital, aunque cuando golpeamos la puerta acompañados por nuestra encantadora escolta uniformada fue difícil saber a quién pertenecía la habitación y a quien no. Había un montón de gente entre mis otros guardaespaldas y el personal médico, aunque creo que había más personal médico del necesario, sobre todo mujeres. ¿Y por qué fue el personal uniformado quien nos condujo dentro? Aparentemente, la policía pensaba que los ataques contra mis guardias eran sólo otra tentativa contra mi vida. Más vale prevenir que curar, parecían pensar. Viendo el número de hombres que Rhys había ordenado que encontráramos en el hospital, nos hizo pensar que a él también se le había pasado por la cabeza.