Parpadeé. Por la manera en que lo dijo, significaba que ella sabía algo que a nosotros se nos había pasado por alto.
– ¿Por qué apuntaría a Galen?
– Pregúntate primero, sobrina, por qué acusó a Galen, Abeloec y Rhys de violar a Lady Caitrin. -Su mano se clavó más profundamente en la carne de Crystall, haciendo que diminutas líneas rojas comenzaran a gotear por su piel.
– No lo sé, Tía Andais -le dije, y luché por mantenerme calmada y vacía. Trataba de no mostrar miedo o cólera, aunque ahora mismo, el miedo fuera con mucho la emoción más fuerte. Ella estaba enojada, y yo no sabía por qué. Si ella supiera algo sobre la oferta que me habían hecho del trono Luminoso, entonces podría estar enfadada por eso, pero si yo se lo dejaba caer de buenas a primeras, ella pensaría que me sentiría culpable y no lo hacía. Era siempre tan difícil de tratar, vaya era como estar en medio de un campo de minas. Uno sabe que tiene que ponerse a resguardo, pero ¿cómo hacerlo sin que explote? Ésa era siempre la pregunta.
– Oh, venga, Meredith, piensa. ¿O es que sois tan poco Oscuros y tan Luminosos que en todo en lo que puedes pensar es en la fertilidad?
– Pensaba que mi fertilidad era el tema más importante si se supone que debo ser tu heredera… ¿no es así, Tía Andais?
Ella unió sus dedos, forzando un gemido en Crystall. Ella había hecho arañazos sangrientos a lo largo de su espalda que destacaban como una flor maligna esculpida en su carne. Andais levantó su pálida mano, por lo que yo pude ver el goteo de la sangre bajar por sus dedos.
– ¿Vas a ser mi heredera, Meredith, o hay algún otro trono que te interese más?
Allí estaba, había dicho lo suficiente para que yo pudiera hablar.
– Es verdad que cuando Taranis fue sometido por su nobleza, ellos me ofrecieron una posibilidad para sentarme en su trono.
– Les dijiste que sí -siseó ella levantándose y caminando hacia mí, acortando la distancia en el espejo.
– No, no lo hice. Les dije que tendríamos que discutir todo lo acontecido con nuestra reina, contigo, Tía Andais, antes de que yo les pudiera decir que sí o que no.
Ella estaba ahora pegada al espejo, bloqueando nuestra visión de la cama y de Crystall. Su cólera había despertado su poder. Su piel comenzaba a brillar. Sus ojos se llenaban de luz, pero no brillaban igual que la mayoría de los ojos sidhe brillaban con el poder. Parecía haber luz detrás de sus ojos, como si alguien hubiera puesto una vela detrás de todo aquel gris y negro. Para el resto de nosotros, en su mayoría, los colores brillaban individualmente, pero no en ella. Era la reina, y tenía que ser diferente.
– Oí que te apresuraste a aceptar, pequeña puta desagradecida.
– Entonces te han mentido, Tía Andais -Luché por mantener mi voz neutra.
– Sí, recuérdame que eres de mi sangre, mi última posibilidad de tener a alguien de mi línea sanguínea gobernando después de mí. Si consigues quedarte embarazada, Meredith. La diosa sabe que jodes con todo lo que ves. ¿Por qué no estás embarazada?
– No lo sé, Tía, pero lo que si sé es que vinimos directamente aquí desde el hospital. Que cuando entramos en la casa, fuimos directos a este espejo. Vinimos para llamarte y decirte todo lo que nos había pasado. Te juro por la Oscuridad que Come todas las Cosas que no les dije a los Luminosos que yo me sentaría en su trono. Les dije que teníamos que hablar con nuestra reina antes de contestarles.
Sus ojos habían comenzado a atenuarse. Su poder comenzaba a replegarse. Lo que encogía mi estómago se alivió un poco. Había usado un juramento que ningún duende habría tomado a la ligera. Había poderes más antiguos incluso que las hadas, y esperaban en la oscuridad para castigar a los que habían roto tal juramento.
– ¿De verdad no acordaste sentarte en el trono dorado y abandonar nuestra corte?
– No lo hice.
– Debo creerte, sobrina, pero el grueso de la Corte de la Luz cree que tú serás la siguiente Reina de su Corte.
Doyle se alzó y me tocó con su brazo sano, al mismo tiempo que Rhys tocaba mi hombro. Toqué el muslo de Doyle ligeramente y puse mi mano en la mano de Rhys.
– Lo que digan, o piensen, no puedo controlarlo, pero no lo acepto.
– ¿Por qué no? -me pregunté ella.
– Tengo amigos y aliados en la Corte de la Oscuridad. A mi parecer no tengo tal cosa en la Corte de la Luz.
– Debes de tener allí aliados poderosos, Meredith. Mientras nosotros hablamos, ellos están votando que Taranis es incapaz de gobernar. Luego te votarán como su reina. No harían eso a menos que tú te hubieras acercado a la nobleza de esa Corte. Debes de haberte ganado su favor antes. Debes de haber celebrado bastantes reuniones clandestinas de las cuales yo no tenía constancia, y de las que ninguno de nuestros guardias me dio informe.
Yo comenzaba a ver de dónde prevenía su cólera, y no podía culparla completamente.
– Uno de los motivos por lo que les dije claramente que no, y también que debía comentarlo contigo primero, fue exactamente eso, Tía Andais. A mí no se me ha acercado en modo alguno su nobleza. Taranis era casi extrañamente persistente en su deseo de tenerme en una de sus celebraciones de Yule, pero aparte de esto, no he tenido ningún trato con la Corte de la Luz. Te lo juro. Por eso la oferta se me hace sospechosa en cuanto a lo que ellos realmente quieren de mí.
– Conozco a Hugh. Es un animal político. Él no te lo habría ofrecido a menos que tuviera una razón de peso para hacerlo. ¿Me juras que él nunca se te ha acercado antes por este tema?
– Lo juro -contesté.
– Oscuridad, dime exactamente qué pasó.
– Temo, mi reina, que poco te puedo ayudar en este caso. Para mi más profunda vergüenza, estuve inconsciente la mayor parte del tiempo.
– No pareces herido.
– Halfwen me curó en el hospital o si no todavía estaría allí.
– Abeloec -dijo ella.
Abe se movió detrás de nosotros en la cama. Él había tratado de pasar desapercibido.
– Sí, mi reina.
– ¿Sabes por qué Taranis te hizo su objetivo?
Él se sentó despacio, teniendo cuidado por su espalda, y terminando por quedar casi a gatas detrás de nosotros.
– En tiempos pasados mi poder era necesario para la elección de una reina, como necesario era el poder de Meabh para la elección de un rey. Creo que Taranis oyó los rumores de que mi poder me había sido devuelto en parte. Pienso que él temió que yo ayudaría a convertir a Meredith en una verdadera reina hada. Si hubiéramos sabido que cualquiera de su nobleza soñaba con ofrecerle el trono, entonces las acusaciones contra mí habrían tenido algún sentido. Ya que él me quería lejos de la princesa.
– Galen -dijo ella-, ¿Por qué te hizo su blanco?
Galen pareció nervioso durante un momento. Luego negó.
– Lo desconozco.
– Vamos, Galen, Caballero Verde, hombre verde, ¿por qué?
Tuve un presentimiento.
– Él conocía la misma profecía que Cel recibió de ese vidente humano -contesté.
– Sí, Meredith, esa según la cual tú y el hombre verde devolveríais la vida a las Cortes. Taranis ha cometido el mismo error que cometió mi hijo. Él pensó que Galen era el hombre verde que profetizaban. Ninguno de ellos recuerda nuestra historia.
– El hombre verde quiere decir Dios, el Consorte -dije.
Andais asistió. Ella giró sus ojos hacia Rhys.
– ¿Y tú, por qué? ¿Ya lo has deducido?
– Escucharía el rumor de que soy nuevamente Cromm Cruach. Si yo realmente tuviera de nuevo mi poder original, entonces sí tendría que temerme.
– El rumor de que puedes llevar a la muerte a un duende con sólo un roce otra vez. ¿Ése rumor es cierto?
– Lo he hecho una vez -dijo-, pero si puede ocurrir otra vez, no lo sé.
– El rumor podría ser suficiente para Taranis -dijo ella. Se veía más calmada. Casi bien. Ella miró a Doyle. -Entiendo por qué él te atacó. Si yo intentara matar a la princesa, te mataría a ti el primero, pero él se equivocó al no apuntar a nuestro Asesino Frost. -Andais giró aquellos tranquilos ojos hacia el hombre grande que permanecía silencioso al lado de la cama. -Matar a Meredith y sobrevivir requeriría de vuestras dos muertes, ¿no es así, Asesino Frost?