– No -dije con voz suave.
– Entonces todas nuestras negociaciones deben rehacerse -dijo Ash.
Frost comenzó a decir algo, pero toqué su brazo.
– Tú y Holly tenéis la posibilidad de traer la magia, la verdadera magia, de regreso a los trasgos. Tienes una posibilidad de ganar el trono de la corte oscura. No renunciarás a tal poder porque Doyle esté demasiado herido para vernos follar. Tú permitirás que yo elija a otros dos hombres para proteger mi seguridad, y asegurarnos de que tenemos cuidado esta noche.
– No aceptamos órdenes de los sidhe.
– Esto no es una orden. Es simplemente una realidad -miré a Ash, que estaba más atrás en el cuarto, más lejos del espejo.
– Te hemos dado nuestra palabra, Princesa -dijo Holly-. Los trasgos, a diferencia de los sidhe, mantienen su palabra. Haremos sólo lo que ha sido negociado, nada más. No haremos nada con lo que no estés de acuerdo.
– Los guardias estarán ahí para ver que en medio del placer no pierdas el control, pero también estarán allí por otra razón -dije.
– ¿Y cuál sería? -preguntó Ash.
– Para asegurarse de que no me pierdo yo misma en el momento.
– ¿Perderse? -Dijo Holly- ¿Qué significa eso?
– Esto significa que negociamos que no harías nada con lo no estuviese de acuerdo, o que no pidiese. Temo que quizás en el calor del momento pidiese cosas a las que mi cuerpo no pudiese sobrevivir.
– ¿Qué? -preguntó Holly, frunciendo el ceño.
– Ella dice que le gusta el dolor, y que podría pedir cosas que la dañarían -dijo Ash.
– Mentiras sidhe -dijo Holly.
– Te juro que no miento. Debo tener guardias para protegerme de mí misma.
Holly golpeó el espejo con la suficiente fuerza como para hacerlo temblar.
Me hizo saltar.
– Tienes miedo de nosotros -dijo él-. Los sidhe no ansían lo que temen.
– No puedo hablar por nadie más que por mí.
– ¿Quieres que te haga daño? -dijo Holly.
Alcé la vista entonces, mirándole fijamente, y le dejé ver la verdad.
– Oh, sí.
CAPÍTULO 14
FINALMENTE EL ESPEJO VOLVIÓ A SER LO QUE ERA, UN simple espejo otra vez. Los trasgos llegarían esta noche con guardias Gorras Rojas para asegurarse de que no se produjera ninguna traición sidhe. Con Doyle herido, tenía que elegir a otros guardias para que nos observaran, y francamente, aquéllos en los que más confiaba no deseaban este privilegio.
Frost habría estado de pie junto a Doyle, si éste se lo hubiera ordenado, pero la verdad era que él no disfrutaba viéndome con otros hombres. Había acordado con Doyle, el que cuando les tocara a uno o al otro estar conmigo en la habitación, estarían los dos al mismo tiempo, pero él no me compartiría con nadie más. Rhys tenía una mente más abierta sobre compartirme con alguien más, pero habría sido otro tipo de tortura el pedirle que mirara cuando tuviera a los trasgos conmigo. Ser prisionero de los trasgos le había costado un ojo.
– ¿Quieres decir, que pueden desear hacerte daño, verdad? – preguntó Rhys.
– Sí -le contesté.
– ¿Sabes lo inquietante que es eso?
Pensé sobre eso, luego asentí.
– Lo comprendes o no.
– Yo tampoco lo entiendo -dijo Frost.
Me callé porque Frost realmente lo comprendía más de lo que yo había pensado que llegaría a hacerlo. No le gustaba causarme daño, pero un poco de "átame, desátame” funcionaba muy bien para estimularle. Pero ya que para él, el bondage y el causar dolor no era lo mismo, no discutí con él.
– Doyle lo comprende -dijo Rhys.
Asentí.
– ¿Tú disfrutas del sexo normal, verdad? -preguntó Rhys.
– El término “normal” es relativo. El tipo de sexo que me gusta es sólo el tipo de sexo que me gusta, Rhys.
Él respiró hondo y comenzó…
– No quiero parecer crítico. Lo que quiero decir es… ¿tienes menos… sexo de ese tipo con el resto de nosotros porque piensas que no haremos lo que tú quieres? Supongo que lo que quiero saber es… si realmente disfrutas estando conmigo.
Le rodeé con mis brazos, pero me aparté lo suficiente para así poder mirarle intensamente a la cara.
– Amo estar contigo, con todos vosotros. Pero a veces me gusta algo más duro. No me seduce la idea de tener sexo con los trasgos cada noche, pero el pensamiento me excita la verdad.
Él tembló, y no fue de placer. No, definitivamente, era de miedo.
– Ahora lo sé, gracias a ti, sólo fue mi ignorancia de la cultura trasgo lo que me costó el ojo. Si no hubiera sido sólo otro sidhe arrogante, habría sabido que su cultura permite que incluso los presos negocien durante el sexo. Podría haberlos obligado a que no me mutilaran. Pero veía el sexo como una tortura en sí, y no puedes negociar con la tortura.
– Cuando un trasgo te torture, lo sabrás.
Él se estremeció otra vez.
Le abracé, intentando eliminar lo que con bastante frecuencia mostraba su cara.
– Tenemos que decidir quién va a protegerme esta noche.
Él me abrazó muy fuerte.
– Lo siento, Merry, pero no puedo. Pero… es que solamente no puedo.
Susurré contra su pelo…
– Lo sé, y no importa.
– Yo lo haré -dijo Frost.
Me di la vuelta en los brazos de Rhys, para así poder mirar a Frost. Su cara era pura arrogancia y helada hermosura. Lo que vi es que no sería su falta de goce en lo que iba a ocurrir lo que provocaría su incapacidad para protegerme, sino que podría llegar a disfrutar de ello en secreto. Eso le supondría un obstáculo. Tenía tendencia a dejar que las emociones nublaran su juicio. Esta noche podría ocasionar que muchos de los resortes emocionales de Frost saltaran y le impidieran protegerme bien. Si Doyle hubiera estado aquí podría ayudarle a enfrentarse con todo su equipaje emocional, y entonces quizás podría, pero Doyle no estaría allí esta noche. ¿A quién más podría yo pedírselo?
De repente, el espejo mostró el dormitorio de la reina. Habíamos puesto un hechizo sobre el espejo para evitar que alguien más echara una ojeada a través de él, pero la reina se lo había tomado muy mal. Por lo que ella siempre tenía acceso al espejo. Esto significaba que no teníamos intimidad, pero también nos resguardaba de la cólera de Andais reduciéndola a un nivel más soportable.
También significaba que yo había comenzado a dormir en algunas de las habitaciones más pequeñas de la mansión. Mi excusa de que el sexo nos agotaba y nos quedábamos dormidos en cualquier parte, por el momento se aguantaba.
La reina estaba cubierta de sangre aproximadamente desde su ante brazo hasta la parte inferior de su cuerpo. Era difícil de saber con la ropa negra que llevaba puesta, pero la tela parecía pegada a su cuerpo a causa de la humedad. Sostenía el cuchillo en una mano, tan cubierto de sangre que supe que debía de estar resbaladizo.
No quise mirar hacia la cama, pero tenía que hacerlo. Me quedé en los brazos de Rhys y los dos miramos hacia la cama, tan despacio como cuando uno tiene que ver algo que no desea ver nunca.
Tenía que ser Crystall, pero sólo era una masa sangrienta con forma de hombre. Sólo sus hombros y la forma de sus caderas me hicieron estar segura de que era un cuerpo de hombre. Él todavía yacía sobre su estómago, todavía estaba donde lo habíamos visto. La mitad de un brazo colgaba de la cama, con una mano en el aire. La mano se movía nerviosa e involuntariamente como si algo que ella le hubiera hecho le hubiera causado un daño neurológico.
Las lágrimas simplemente se derramaron por mi cara, incapaz de pararlas. Rhys empujó mi cara contra su hombro para evitar que yo lo viera. Por una vez, le dejé. Ya había visto lo que Andais quería que viera, aunque no tuviera ni idea del por qué quería que lo viera. Lo que ella le había hecho a Crystall estaba por lo general reservado a los traidores, los enemigos. La gente de la que pretendía conseguir alguna información, o prisioneros que debían ser torturados por sus delitos. ¿Por qué lo había reducido a una ruina sanguinolenta? ¡Por qué! Quise gritarla.